MI PARTICIPACIÓN EN LA LUCHA CAMPESINA.

MI PARTICIPACIÓN EN LA LUCHA CAMPESINA. Pensando que podía ser una salida a la precaria situación económica por la que atravesaba mi familia, empecé a participar en un grupo de solicitantes de tierra, encabezado por los Señores Rosario Prieto Chavira, Arnoldo Salas, Carlos Dórame y Socorro Gómez, en Nuevo Casas Grandes, Chihuahua. El grupo era asesorado por miembros de la Unión General de Obreros y Campesinos de México, Álvaro Ríos Ramírez, entre otros. Se dio inicio a los preparativos para llevar a cabo la primera invasión de tierra; movilización que se llevó a cabo en un ambiente de semiclandestinidad, ante la concentración de un grupo de invasores en el pueblo; conseguir los vehículos que nos conducirían a nuestro objetivo era algo que se pretendía estuviera fuera del alcance de la acción represiva de las autoridades. Fue durante estos preparativos cuando empecé a darme cuenta de la composición social del grupo; prevalecían, como es lógico suponer, los sin tierra, campesinos pobres que constituyen el ejército de desocupados; pero también vi pequeños comerciantes cuya economía de subsistencia y de reducido mercado los lleva a ser desplazados por la economía capitalista y el control de la producción en el gran latifundio. La caravana partió con una aproximación de doscientos a doscientos cincuenta solicitantes de tierra repartidos en 17 vehículos aportados por los pequeños comerciantes. La salida hacia La Morita enclavada en el latifundio, propiedad de Hilario Gabilondo, que se ubica en el municipio de Janos, Chihuahua, se hizo por la noche atendiendo a lo que ya se mencionó: estar fuera del alcance de las autoridades. Llegamos al predio La Morita en donde se instaló el campamento con pequeñas tiendas de lona, con las cuales formamos un triangulo en cuyo centro se encontraba la tienda de campaña de los dirigentes del grupo. Esto no llevaba, por supuesto, más intención que ser una simple medida de protección para aquellas personas que nos guiaban a solucionar uno de nuestros principales problemas: la carencia de tierra; pero reflejaba, así mismo, la presencia entre nosotros de gente decidida que contaba con cierta claridad política, que se daban a la tarea de asimilar nuestros problemas y que aportaban los elementos de una mínima organización e iniciativa de acción en la búsqueda de solución para las condiciones de vida miserables de la gente. Nuestra estancia en el latifundio fue breve. Llegaron noticias de que el ejército iba en camino al campamento con instrucciones de desalojarnos. Se consultó a la gente sobre la situación y decidimos abandonar el latifundio; así que para cuando llegó el ejército nosotros ya habíamos salido del predio invadido. La discusión sobre el qué hacer ante la llegada inminente del ejército fue breve. Las posibilidades de un enfrentamiento eran escasas, la gente, ni psicológicamente ni materialmente estaba preparada para ello. La única opción favorable era desistir de la invasión que, de hecho, desde un primer momento estaba planteada, en caso de acción represiva. El carácter simbólico de la invasión condicionaba a la gente a una mentalidad en la cual esta acción se veía como presión para lograr la solución al problema de la tierra. La táctica utilizada era clara: por una parte se hacia el trámite legal, burocrático, de petición de tierra ante las autoridades correspondientes y al mismo tiempo, se llevaba a cabo la ocupación simbólica como factor de presión, sin llegar a plantearse la invasión del latifundio con un fin de expropiación por la vía de hecho. Salimos del latifundio y regresamos a Nuevo Casas Grandes; allí se planteó como tarea inmediata hacer una evaluación de la fracasada invasión. En las sesiones del grupo se llegó a establecer que nuestra actitud ante el ejército había sido demasiado blanda. Se acordó volver al latifundio. Por un lado se planteó no llegar a un enfrentamiento con el ejército pero se conminó a la gente a mantener una posición más firme respecto a la vez anterior. Se veía la necesidad de dejar claro, en caso de un desalojo, que nuestra actitud motivada por la acción represiva, no era una reconsideración de la posición nuestra ante las amenazas del enemigo, lo cual, se decía, marcaba claramente la diferencia entre el abandono de la lucha y las limitaciones de la invasión como forma de la misma. Con las nuevas aportaciones obtenidas de la experiencia anterior, se llevó a cabo la segunda invasión; nuevamente se nos avisa de la llegada del ejército, pero ahora no se huyó: con actitud digna se esperó al ejército. Bajo conminaciones de carácter amenazante, a bayoneta calada, fuimos desalojados. Nuestra actitud iba muy lejos de querer ser víctimas de una masacre, por lo que fuimos obligados a levantar el campamento y en nuestros vehículos y los del ejército, bajo custodia, fuimos llevados a Nuevo Casas Grandes en donde fuimos puestos en libertad. Ante este nuevo desalojo se repitieron las reuniones para determinar la solución por el hecho represivo. Se siguió insistiendo en la actitud demasiado blanda ante el ejército, pero no se llegó a proponer una resistencia violenta. El análisis arrojó la misma conclusión que en la ocasión pasada: volver al latifundio. Se aportó un nuevo elemento en la táctica a seguir: la presencia de las familias; irían mujeres, niños y ancianos en la caravana de “paracaidistas”, como pequeñas aportaciones de seguridad en caso de un desalojo violento y como manifestaciones claras de la voluntad de continuar bajo la línea de la resistencia no violenta. Llegamos nuevamente al latifundio. El campamento se instaló de la mejor manera posible con miras a proteger a las familias de las inclemencias del tiempo. Cerca del campamento había un papalote (aparato de viento que se utiliza para sacar agua de los posos) de donde nos abastecíamos de agua. Al llegar el ejército se apoderó del papalote cortándonos el abastecimiento de agua. Se notó pues, un cambio de actitud en los oficiales del ejército ante la persistencia de los solicitantes: ahora llevaban la orden de sacarnos por la fuerza. La respuesta era que no nos saldríamos hasta que el Departamento de Asuntos Agrarios y Colonización hiciera caso a las solicitudes de tierra. Al no ceder por parte de nosotros, los soldados nos siguieron cortando el acceso al pozo, por lo que tuvimos que recurrir a cavar una noria tratando de sacar agua, demostrando así firmeza, a pesar de la situación desesperada en que nos encontrábamos y llegando a casos en que se tenían que exprimir papas para darles algo de beber a los niños. Cerca del papalote había un represo donde abrevaba el ganado; por las noches, a riesgo de ser descubierto y castigado, me deslizaba hasta el represo y les robaba el agua a los soldados. En el grupo había jovencitas; algunos soldados tratando de quedar bien con ellas, les regalaban el agua de sus cantimploras; pero tales acciones no solucionaban la demanda de agua para toda la gente que conformaba el grupo. Se izaron la bandera nacional y la bandera blanca, como símbolos de patriotismo y paz, ya que habían salido en la prensa burguesa los calificativos de “subversivos rojos quienes aparecen con ganas de agitar con los problemas haciéndolos aparecer en una dimensión que no tienen”. Toda actividad tendiente a levantar la moral de la gente se realizaba en el campamento, demostrando la disposición de continuar la lucha. Al cabo de varios días, de estar sin agua, llegó un ultimátum en el que se nos comunicaba que, con base en una orden judicial, se nos iba a sacar por la fuerza; esta amenaza es cumplida en poco tiempo. Nuestra actitud fue formarnos todos los hombres, siendo luego rodeados por el ejército; tiraron nuestras banderas y con bayoneta calada “trataban de convencernos”. Álvaro Ríos Ramírez, dirigente de UGOCM, trataba de pasar desapercibido entre la gente pero fue descubierto por el oficial al mando de la tropa y de inmediato fue detenido arbitrariamente; mientras tanto, trataban de convencernos queriendo demostrar que la presencia de esta persona entre nosotros, era la mejor prueba del engaño del que éramos victimas por agitadores profesionales. No se llegó a ningún acuerdo por la vía del diálogo y el oficial ordenó a los soldados cerrar el cerco que se nos había tendido y a base de empujones, culatazos y piquetes de bayoneta desbarataron nuestra formación y detuvieron a los dirigentes del grupo. Considerando que ya no tenía caso seguir resistiendo, el señor Rosario Prieto, dirigente del grupo, dio la orden de rendición. Mientras esto sucedía, Bertha prieto, hija de Don Rosario, y otras mujeres valientemente les recriminaban a los soldados su arbitrario proceder. El resultado de todo esto fue que nos hicieron subir a nuestros camiones, llevándose detenidos a los dirigentes en los vehículos del ejército. De regreso, nos detuvimos en Janos; allí uno de los oficiales daba muestras de su desprecio por el pueblo, mostrándose orgulloso como si hubiera ganado una batalla; Ante tal actitud Pensé: “¿Cuál sería la reacción del oficial, si en mis manos o en las manos de cualquier otro compañero hubiera una ametralladora apuntándole?” Continuamos hasta llegar a Nuevo Casas Grandes; los heridos fueron llevados al hospital. A pesar de no contar con la presencia de los dirigentes, se organizó una manifestación que culminó en un mitin. Durante la manifestación se denunciaba la represión de que habíamos sido víctimas. Fue Bertha Prieto quien se opuso a que la gente más fogueada hablara en el mitin y propuso que fueran los campesinos quienes expusieran la represión de que habíamos sido víctimas, para lo cual pidió voluntarios. Al acercarme a pedirle que me pusiera en la lista de participantes, me miró con extrañeza; tal vez porque yo no era campesino y habiendo vivido buena parte de mi vida en el pueblo había adquirido conductas un tanto reprobables, que la hicieron dudar de mi participación ante cientos de personas; sin embargo, aceptó mi petición. Dio comienzo el mitin; los oradores con palabras sencillas explicaban la manera arbitraria en que habíamos sido desalojados del predio. Al llegar mi turno al micrófono, recordé una carta de Fidel Castro que fue mi guía en el discurso. No hablé de represión sino que traté de dar a conocer las causas de tales problemas, señalado las injusticias sociales y nuestro derecho a salir de ellas. Recuerdo que aunque fue uno de los discursos más radicales, fue emotivo, ya que de algunas de las palabras que utilicé desconocía su significado pero lo hice más por intuición que por cultura. El discurso terminó más o menos así: “…porque sabemos que la riqueza nacional no debe ser privilegio de unos cuantos… Porque somos conscientes de que todos y cada uno de los treinta y seis millones de habitantes tenemos derecho a una vida decorosa y de justicia, de trabajo y bienestar y no nos importa que la prensa reaccionaria nos presente ante la opinión pública como réprobos de la sociedad, a sabiendas de que muchos de nosotros habremos de morir peleando: ¡seguiremos adelante en nuestra lucha!” Este fue el final de mi discurso, la conductora me conminó a que dijera unas vivas a México y a nuestros dirigentes, ante lo cual toda la gente respondió con aplausos; esto me llenaba de satisfacción pues al bajar de la plataforma en que se encontraba el micrófono todo mundo me felicitaba. Mi participación fue de tal impacto que llegó a oídos del profesor Arturo Gámiz, quien se encontraba preso en la Ciudad de chihuahua. RFLH. 29/01/ 2017.

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