ASALTO AL CUARTEL DE CIUDAD MADERA.
El asalto al cuartel de
Ciudad Madera
D. R. © Raúl Florencio Lugo Hernández
Calles 14 y15 av. 19 Nº 1450
Agua Prieta, Sonora.
Código Postal 84269
Diseño de portada: Janneth Lugo Robles
ISBN: 968-884-662-7
Primera edición: 2002.
Segunda edición: Enero de 2003.
(Coedición del Centro de Derechos Humanos Yaxkin A.C.,
y el Foro Permanente por la Comisión de la Verdad)
Tercera edición:
Universidad Autónoma Chapingo.
Primera reimpresión: mayo 2013.
Cuarta edición:
Proyecto Cultural Revueltas.
Septiembre 2016.
Quinta edición:
El asalto al cuartel de
Ciudad Madera
Chihuahua, 23 de septiembre de 1965
Testimonio de un sobreviviente
Raúl Florencio Lugo Hernández
ÍNDICE
1. BÚSQUEDA DE ORIENTACIÓN POLÍTICA A TRAVÉS DE LA LUCHA LEGAL.
2. PERÍODO DE CONCIENTIZACIÓN, MOVILIZACIONES CAMPESINAS: OCUPACIÓN SIMBÓLICA DE TIERRAS.
3. CIERRE DE LOS CAUCES DEMOCRÁTICOS: REPRESIÓN.
4. SE VISLUMBRA LA VÍA REVOLUCONARIA FUNDAMENTAL: LA LUCHA ARMADA.
5. EL RECONOCIMIENTO DEL MÉTODO ADECUADO: LA GUERRA DE GUERRILLAS. SU APLICACIÓN. CREACIÓN Y DESARROLLO DE UN ORGANISMO POLÍTICO MILITAR.
6. ETAPA ENBRIONARIA DE LA GUERRILLA PRIMERAS TAREAS ORGANIZATIVAS EN LA SIERRA.
7. SURGE LA DENOMINACIÓN DE “GRUPO POPULAR GUERRILLERO”, CON BASE EN UNA ACCIÓN EJECUTADA POR GUADALUPE SCOBEL. PRIMER ENCUENTRO CON EL ENEMIGO.
8. UNA TAREA GUERRILLERA CONCRETA: EMBOSCADA A UN GRUPO DE JUDICIALES RURALES.
9. DE LA CONCIDERACIÓN DE OBVIAS DEFICIENCIAS, SE PLANTEA EL DESCENSO…
10. EL VIAJE A LA CAPITAL DEL PAÍS Y SU OBJETIVO: CONSOLIDACIÓN ORGÁNICA DEL GRUPO.
11. LAS DIFICULTADES DE UN ENTRENAMIENTO PLÍTICO Y MILITAR. PERSPECTIVAS, PLANIFICACIÓN DEL ASALTO AL CUARTEL MADERA.
12. CULMINA LA ACCIÓN. RETIRADA.
1.- BÚSQUEDA DE ORIENTACION POLÍTICA A TRAVÉS DE LA LUCHA LEGAL
Estando en prisión (enero de 1963) escuché un altoparlante que invitaba a un mitin de apoyo a un grupo de campesinos solicitantes de tierras. Cabe aclarar que me encontraba preso por cuestiones ajenas a la acción revolucionaria; es decir, fui detenido por el simple hecho de haber ingerido unas copas de licor. Esto me recuerda aquella ocasión en que me encontraba con un grupo de amigos que andábamos en busca de trabajo y que hasta donde estábamos llegó el comandante de la policía municipal; un individuo de apellido Chacón, hosco, con cicatrices en el rostro, quien nos exigió le mostráramos nuestras manos para luego llevarse detenido a uno de mis compañeros, nada más por tener sus manos limpias de callosidad. Mi situación económica, educativa, mi ubicación de clase con los oprimidos, enajenados, los cuales carecíamos de una conciencia política que nos explicara el origen de nuestros problemas, así como la forma de resolverlos, nos hacía caer en la búsqueda de salidas falsas, artificiales, creadas por el enemigo. Miles de mexicanos se daban y se siguen dando al alcoholismo, al crimen, etc., como una manifestación de impotencia social debido a la carencia de claridad política que revierta su descontento en energía transformadora.
Ya aclarado el por qué de mi estancia en la cárcel, prosigo: al oír las palabras elocuentes y firmes de una oradora (Bertha Prieto Chávez) que invitaba al pueblo a solidarizarse con los solicitantes de tierras, se creó en mí una inquietud, más bien por curiosidad, por saber lo que se iba a tratar en aquel mitin al cual se invitaba con tanto fervor. Al salir de la cárcel procuré informarme de quienes eran y que era lo que planteaban los del grupo; así llegué a saber que los solicitantes de tierra eran dirigidos por Don Rosario Prieto Chavira, padre de unos jóvenes conocidos míos; fueron ellos quienes me invitaron a participar en el grupo como un miembro más.
Dicha invitación me planteó la necesidad de hacer un análisis sobre mi situación económica; consideré la falta de fuentes de trabajo, el constante aumento del costo de la vida, y en sí, vi que mis posibilidades de desarrollo allí eran limitadas en todos los aspectos. Con base en este tipo de consideraciones personales llegué a la conclusión de ingresar al grupo de campesinos sin tierra, preguntándome si ésta sería la oportunidad de cambiar lo que hasta entonces constituía mi paupérrima forma de vida, es decir me planteé la posibilidad de trabajar la tierra, como una salida meramente económica para la solución de mis problemas.
De esta forma, sin más, fue como llegué a ingresar al grupo de los solicitantes de tierra; a ese grupo de personas cuya dignidad humana, felicidad e incluso la vida misma, depende de un pedazo de tierra en el cual trabajar. Importaba la tierra, pero era indispensable que, antes, las autoridades gubernamentales se dieran cuenta de lo que significaba una solicitud de tierra para aquellos campesinos; hacerles ver que para el campesino no es llenar un simple papel, mientras que para el burócrata constituye algo molesto y engorroso. Ni es lo que significa para el latifundista: la molestia de llamar al gobernador para que dé la orden de un fallo favorable en el Departamento de Asuntos Agrarios y Colonización, en caso de que hubiera una solicitud de afectabilidad para alguna de sus propiedades, o bien, la también molesta llamada al jefe de la zona militar y de la policía para que someta, por medio de la fuerza, al grupo de “revoltosos”. ¡No! Para el campesino, aunque parezca paradójico, la tierra es vida y es muerte; es esclavitud impuesta por el sistema de propiedad privada, peonaje y explotación; pero también es la dicha momentánea, al fin, de ser propietario de un pedazo de tierra.
2.- PERIODO DE CONCIENTIZACIÓN, MOVILIZACIONES CAMPESINAS: OCUPACIÓN SIMBÓLICA DE TIERRAS
Con esta ilusión se empiezan a hacer los preparativos para la recuperación de tierras; preparativos que se desarrollan en un aire de semiclandestinidad ante la concentración de un grupo de invasores en el pueblo. El conseguir los vehículos que nos conducirán al objetivo, es algo que se pretendía estuviera lo más lejos del alcance de la acción represiva de los latifundistas y su gobierno. Fue durante estos preparativos cuando me empecé a dar cuenta de la composición social del grupo. Prevalecían, como es lógico de suponer, los sin tierra, campesinos pobres que constituyen gran parte del ejército de desocupados; así también, vi pequeños comerciantes cuya economía de subsistencia y de reducido mercado los hace ser desplazados por la economía capitalista del gran latifundio.
La caravana partió con un promedio de doscientos a doscientos cincuenta personas que íbamos en diecisiete vehículos aportados por pequeños comerciantes. La salida hacia el latifundio (municipio de Janos Chihuahua), propiedad de Hilario Gabilondo, destinado a ser invadido se realizó por la noche, atendiendo a lo que ya se mencionó: estar fuera del control de los caciques.
Por esa época de invierno, caía en el estado lo que por allá se conoce como helada negra (intensos fríos, sin llegar a nevar) la cual nos inmovilizó a uno de los camiones, sin embargo, las condiciones del clima no fueron impedimento para proseguir la marcha. El entusiasmo y esperanza de aquella gente no podían ser paralizados por un enemigo tan insignificante como en esos momentos lo era el frío. Al fin llegamos al latifundio en donde inmediatamente se instaló el campamento con pequeñas tiendas de lona, las cuales fueron ubicadas en forma tal que formaban un triángulo en cuyo centro se encontraban las tiendas de los dirigentes. Esto no llevaba, por supuesto, más intención que ser una simple medida de protección para aquellas personas que nos guiaban a solucionar uno de nuestros principales problemas: la carencia de tierra; pero reflejaba asimismo, la presencia entre nosotros de gente decidida, que contaba con cierta claridad política, que se daba a la tarea de asimilar nuestros problemas y que aportaban los elementos necesarios de una mínima organización e iniciativa de acción en la búsqueda de soluciones para las condiciones de vida miserables de la gente. (Hay que aclarar que los dirigentes de este grupo de campesinos era gente del lugar, con los mismos problemas, y que eran asesorados por militantes (Arturo Gámiz García, Álvaro Ríos Ramírez, etc.) de la Unión General de Obreros y Campesinos de México UGOCM (organismo gremial perteneciente al Partido Popular Socialista, partido reformista y colaborador de la burguesía, cuyo máximo representante, en aquellas, fechas era Lombardo Toledano). No obstante, la UGOCM contaba con un gran número de afiliados sobre todo en los estados de Chihuahua, Durango y Sonora. Algunos de los cuadros estatales de este organismo eran verdaderos revolucionarios que aprovechaban la fachada legal y las siglas, para desarrollar una real labor de concientización entre la masa campesina, así como también les permitía crear una relación de contacto para posteriores trabajos entre el campesinado. Es este desarrollo de la acción y organización revolucionarias lo que en cierta medida determina la actitud adoptada por los campesinos solicitantes para con sus dirigentes.
Nuestra estancia en el latifundio fue breve. Llegaron noticias de que el ejército iba en camino al campamento con instrucciones de desalojarnos. Se consultó a la gente sobre la situación y se decidió abandonar el latifundio; así es que para cuando llegó el ejército nosotros ya habíamos salido.
La discusión sobre el ¿qué hacer? ante la llegada inminente del ejército fue breve. Las posibilidades de un enfrentamiento eran escasas, la gente ni psicológica ni materialmente estaba preparada para ello. La única opción favorable era desistir de la invasión que, de hecho, desde un primer momento, estaba planteada en caso de acción represiva.
El carácter simbólico como se dijo en un principio, condicionaba a la gente a una mentalidad en la cual esta acción se veía como presión para lograr la solución al problema de la tierra (era indudable que el factor organización era muy reducido y las perspectivas muy limitadas para poder ser de otra forma). La gente estaba consciente de que la debilidad en todos los sentidos respecto del enemigo hacía de estas acciones un complemento de presión ante las autoridades del Departamento Agrario para que se nos resolviera favorablemente la petición reivindicativa ante el latifundio. La táctica utilizada era clara. Por una parte se hacía el trámite legal y burocrático de petición de tierra ante las autoridades correspondientes y al mismo tiempo, se llevaba a cabo la ocupación simbólica como factor de presión, sin llegar a plantearse la invasión del latifundio con un fin de expropiación por vía de hecho.
Después de haber salido del latifundio regresamos a Nuevo Casas Grandes, allí se planteó como tarea inmediata hacer una evaluación de la fracasada invasión de tierras.
En las sesiones del grupo se llegó a establecer que la actitud ante el ejército había sido demasiado blanda y se acordó volver al latifundio. Por un lado se planteó no llegar a un enfrentamiento con el ejército, pero se conminó a la gente a mantener una posición más firme respecto a la vez anterior. Se veía la necesidad de dejar claro, en caso de un desalojo, que nuestra actitud motivada principalmente por la acción represiva, no era una reconsideración de la posición nuestra ante las amenazas del enemigo, lo cual, se decía, marcaba claramente la diferencia entre el abandono de la lucha y las limitaciones de la invasión como forma de la misma.
Con estas nuevas aportaciones obtenidas de la experiencia vivida, nuevamente se nos avisa de la llegada del ejército, pero ahora no se huyó; en actitud digna se esperó al ejército represivo. Bajo conminaciones de carácter amenazante fuimos desalojados. Nuestra actitud iba muy lejos de querer ser víctimas de una masacre, por lo que fuimos obligados a levantar el campamento y en nuestros vehículos y los del ejército fuimos llevados a Nuevo Casas Grandes, bajo custodia, en donde fuimos puestos en libertad.
Ante este nuevo desalojo, se repitieron las reuniones para determinar la solución por el hecho represivo. Se siguió insistiendo en la demasiada blandura frente al ejército, pero no se llegó a proponer una resistencia violenta. El análisis arrojó la misma conclusión que la ocasión pasada: regresar al latifundio. Se aportó un nuevo elemento en la táctica a seguir: la presencia de todas las familias; irían mujeres, niños y ancianos en la caravana de paracaidistas, como pequeños granos de seguridad, para evitar un desalojo violento y como manifestaciones claras de la voluntad de continuar bajo la línea de la resistencia no violenta.
Se llegó de nueva cuenta al latifundio. El campamento se preparó en la mejor forma posible con miras a proteger a las familias de las inclemencias del tiempo. Cerca del campamento se encontraba un papalote (aparato utilizado para la extracción de agua de los pozos) de donde nos abastecíamos de agua. Al llegar el ejército se apoderó del papalote cortándonos así el abastecimiento de agua. Se nota pues, un cambio en la actitud de los oficiales del ejército ante la persistencia de los solicitantes: ahora llevaban la orden de sacamos por la fuerza. La respuesta era de no salirse hasta en tanto el Departamento de Asuntos Agrarios y Colonización hiciera caso de las solicitudes de tierra. Al no ceder por parte de nosotros, los soldados nos siguieron cortando el acceso al pozo, por lo que tuvimos que recurrir a cavar una noria para tratar de sacar agua, demostrando así firmeza, a pesar de la situación desesperada en que nos encontrábamos y llegando a casos en los cuales se tenían que exprimir papas para darle algo de beber a los niños. Cerca del papalote había un represo donde abrevaba el ganado; por las noches, a riesgo de ser descubierto y castigado, me deslizaba hasta el represo y les robaba el agua a los soldados. En el grupo había jovencitas; algunos soldados, tratando de quedar bien con ellas, les regalaban el agua de sus cantimploras; pero, tales acciones no solucionaban la demanda de agua para toda la gente que conformaba el grupo.
3.- CIERRE DE LOS CAUCES DEMOCRÁTICOS: REPRESIÓN
Se izaron la bandera nacional y la bandera blanca en el campamento como símbolos de patriotismo y paz, ya que habían salido en la prensa burguesa los calificativos de subversivos rojos quienes aparecían “con ganas de agitar con los problemas haciéndolos aparecer en una dimensión que no tenían”. Toda actividad tendiente a levantar la moral de la gente se realizaba en el campamento, demostrando la disposición de continuar la lucha.
Al cabo de varios días, de estar sin agua, llegó un ultimátum en el que se nos comunicaba que, con base en una orden judicial, se nos iba a sacar por la fuerza; esto es cumplido al poco tiempo. Nuestra actitud fue formarnos todos los hombres, siendo luego rodeados por el ejército, tirando nuestras banderas, y con bayonetas caladas “trataron de convencernos”.
Entre nosotros se encontraba un dirigente de la UGOCM (Álvaro Ríos Ramírez) que trataba de pasar inadvertido entre la masa, pero fue descubierto por el ejército y sin orden judicial, fue detenido; mientras tanto, se nos trató de demostrar que la presencia de éste compañero era la mejor prueba del engaño de que éramos víctimas, por agitadores profesionales. Sin embargo, no se llegó a ningún acuerdo pacífico y se dio la orden de avanzar cerrando el cerco que se nos había tendido, picándonos con las bayonetas, desbaratando nuestra formación a culatazo limpio y empezando las detenciones. Se consideró que ya no tenía caso seguir resistiendo, razón por la cual uno de los dirigentes dio la orden de rendirnos al ver que los soldados estaban dispuestos a llegar hasta las últimas consecuencias.
Mientras esto sucedía, la actitud de las mujeres fue de valentía recriminándoles a los oficiales su arbitrario proceder. El resultado a todo esto fue que nos subieron a los camiones en que habíamos llegado, llevando a los dirigentes detenidos a los vehículos del ejército.
Ya de regreso, nos detuvimos en Janos. Allí uno de los oficiales dio muestras de su desprecio por el pueblo, mostrando un orgullo como si hubiera “ganado una batalla”. Ante ello pensé: “cuál sería la actitud de este oficial si en mis manos o en las de cualquier otro compañero hubiera una ametralladora apuntándole…”
Continuamos hasta llegar a Nuevo Casas Grandes, en donde se llevaron a los heridos al hospital. A pesar de estar sin la dirigencia, organizamos una manifestación cuya culminación fue un mitin. Durante la manifestación se explicaba la represión de la que habíamos sido víctimas; fue precisamente la oradora (Bertha Prieto) que yo había oído desde la cárcel, la que organizó el acto.
Fue ella quien se opuso a que la gente más fogueada hablara en el mitin. Y propuso que fueran los campesinos mismos quienes expusieran el problema, para lo cual pidió voluntarios en el momento de comenzar el mitin. Al acercarme a pedirle que me pusiera en la lista hizo un gesto de extrañeza, tal vez debido a que yo no soy campesino y habiendo vivido siempre en el pueblo, había adquirido actitudes reprobables (esto se explica al comienzo del relato) que la hacían dudar de mi participación ante cientos de personas; sin embargo, aceptó mi petición.
Dio comienzo el mitin, los oradores con palabras sencillas explicaron la forma arbitraria como el ejército nos había desalojado del latifundio. Al llegar mi turno al micrófono recordé una carta de Fidel Castro que fue mi guía en el discurso. No hablé de represión, sino que traté de manifestar la causa de estos problemas, señalando la injusticia social y nuestro derecho a salir de ella. Recuerdo que aún cuando fue uno de los discursos más radicales, fue emotivo, ya que algunas de las palabras que utilicé no sabía que querían decir, pero yo sentía su significado más por intuición que por cultura. El discurso más o menos decía:
“…Porque creemos que la riqueza nacional no debe ser privilegio de unos cuantos... Porque somos conscientes de que todos y cada uno de los treinta y seis millones de habitantes tenemos derecho a una vida decorosa y de justicia, de trabajo y bienestar y no nos importa que la prensa reaccionaria nos presente ante la opinión pública como réprobos de la sociedad, a sabiendas de que muchos de nosotros habremos de morir peleando: ¡seguiremos adelante en nuestra lucha!”
Este fue el final de mi discurso, la maestra me conminó a que dijera unas vivas a nuestros dirigentes y a México, ante lo cual toda la gente respondió con aplausos. Esto me llenaba de satisfacción pues al bajar de la plataforma en que se encontraba el micrófono todo mundo me felicitaba. Mi participación fue de tal impacto, que llegó hasta la ciudad de Chihuahua a oídos del profesor Arturo Gámiz, quien se encontraba preso.
4.- SE VISLUMBRA LA VÍA REVOLUCIONARIA FUNDAMENTAL: LA LUCHA ARMADA
Para las fechas de la realización del mitin yo ya había encontrado literatura revolucionaria; libros como “Fidel Castro”, “Escucha Yanqui”, “La Joven Guardia”, “El Comité Regional Clandestino Actúa”, entre otros, así como propaganda revolucionaria de folletos, volantes y la labor de politización personal que habían desarrollado en mí las profesoras Magdalena Ortiz y Marcia Moreno; también por compañeros de la UGOCM.
El hecho de que yo me haya encontrado de pronto ante este tipo de libros no es casual; es parte de la politización y concientización en la región por quienes decíamos militaban en este organismo (la UGOCM), ante la falta de organización que ofreciera una real opción revolucionaria. El efecto causado por esta propaganda en mi persona fue un cambio radical en mi vida; era como un mundo nuevo al cual me enfrentaba con una sola arma: el ansia de aprender y comprender, asimilando en lo posible las experiencias históricas de la lucha de clases.
Recuerdo en términos vagos una conversación con uno de los cuadros de la UGOCM. En el desarrollo de la conversación me preguntó: ¿cuál es tu opinión del comunismo? A lo que yo contesté, haciendo la aclaración sobre mi poco conocimiento teórico: “que la gente en general al hacer referencia al comunismo manifestaba desconfianza e incluso aversión, pero esta opinión también era compartida e incluso difundida por la misma burguesía y si a nosotros la burguesía nos identifica como subversivos y comunistas por el sólo hecho de pedir tierras, ponía en tela de juicio lo “malo” del comunismo, ya que nuestra causa era justa y si el enemigo tendía a hacerla aparecer contraria a los intereses del pueblo, lo mismo que hacía con la doctrina socialista, era indudable que también temía, conforme a sus intereses, a los comunistas”. Mi duda era campo fértil para que aquel compañero tratara de difundir sus ideas y sus concepciones sobre el tema, haciéndome una explicación científica y una sistematización teórica de los postulados de la doctrina marxista. Era en sí el método de contacto individual lo que desarrollaba la conciencia política en la gente del pueblo; las ideas revolucionarias eran propagadas de boca en boca.
Puedo decir que en aquella primera etapa de mi inicio y formación de las ideas revolucionarias, destacan las repercusiones causadas hacia el pueblo por el Encuentro Estudiantil Heraclio Bernal (octubre de 1963) en la Sierra, que tuvo como uno de sus acuerdos la formación de los “Clubs de la Juventud Trabajadora”. Es en este encuentro de estudiantes donde fue detenido el profesor Arturo Gámiz y es en mi formación un punto más de apoyo para mis ideas revolucionarias. En términos generales son estos hechos los que sientan las bases generales para la actividad en la lucha.
Prosigamos con el relato.
Después del mitin, la gente de la UGOCM organiza una concentración estatal con delegados de grupos campesinos, para protestar por el arbitrario encarcelamiento de los líderes de nuestro grupo, así como por diversos actos represivos y como presión ante las autoridades del Departamento de Asuntos Agrarios y Colonización (DAAC), tratando de obtener respuesta a nuestras peticiones de tierra.
Por nuestra parte, en el nombramiento de los delegados para asistir a la concentración, fui elegido con otros cuatro compañeros. Nos dieron los pasajes y salimos rumbo a la capital del estado, donde fuimos concentrados en un edificio, la noche que llegamos, para el día siguiente reunirnos en un corralón que estaba ubicado en el sector donde se encuentra la sección octava del SNTE. Los objetivos políticos de la concentración estatal eran: lograr una resolución favorable ante el Departamento Agrario de las solicitudes de tierra, así como también la libertad de todos los compañeros presos, ya fuera por invasiones simbólicas de tierra o como resultado del encuentro estudiantil en la sierra.
La acción propagandista se planteó llevar a cabo por medio de una parada permanente ante las oficinas del DAAC. Sin embargo, tal parece que los objetivos inmediatos por los cuales se llevaba a cabo la concentración campesina fueron abandonados ante la noticia, dada a conocer por la prensa, del ajusticiamiento del cacique Florentino Ibarra (marzo de 1964), en el pueblo de Dolores por dos compañeros: Salomón Gaytán y Antonio Scobell.
5.- EL RECONOCIMIENTO DEL MÉTODO ADECUADO: LA GUERRA DE GUERRILLAS, SU APLICACIÓN. CREACIÓN Y DESARROLLO DE UN ORGANISMO POLÍTICO MILITAR
El ajusticiamiento del cacique contaba con la aprobación del profesor Gámiz y el hecho en sí marca, como acontecimiento político importante, el rompimiento con un método de lucha no violenta y revierte la lucha economicista en lucha política, expresada en su forma más alta: la lucha armada.
La acción repercute en forma notoria hacia el grupo de compañeros, por lo que nos trasladamos a un hotel donde se discutió el acontecimiento y de hecho se creó entre nosotros el compromiso moral de llevar la lucha hasta sus últimas consecuencias. Esta reunión clandestina entre nosotros y un dirigente de la UGOCM nos lleva a analizar la participación de este organismo en la lucha armada.
Como ya habíamos señalado, la UGOCM era un organismo filial al PPS. La doctrina lombardista, guía política del partido, estaba muy lejos de representar los intereses de los oprimidos; no obstante, el considerable número de afiliados demostraba la inexistencia de una organización revolucionaria que constituyera la vanguardia de la lucha de los explotados. Es la falta de esta vanguardia de clase lo que obliga a los compañeros revolucionarios, dadas las condiciones de ese momento, a ingresar al PPS. Sin embargo, las limitaciones propias de un partido pequeño-burgués y la actitud conciliadora de éste con el enemigo, nos llevó a la conclusión de la necesidad de la conformación de una organización revolucionaria que aglutinara a las masas oprimidas y las llevara consecuentemente en el proceso revolucionario al logro de sus intereses de clase. Como ya se ha señalado, tanto la UGOCM como el partido PPS son la fachada legal y el punto táctico de apoyo sobre los cuales parten los compañeros Arturo Gámiz, Pablo Gómez y otros, para su actividad revolucionaria.
El grupo del profesor Gámiz se crea con elementos del estado de Chihuahua, cuyo origen social y actividad en la economía les da horizontes inmensos en el desarrollo de la lucha, y de hecho se forma clandestinamente dentro de la UGOCM y del partido. Pero es el contacto realizado con las masas y el trabajo político en las cuestiones campesinas, lo que va definiendo y arraigando una línea política completa: la lucha armada. En función de este breve análisis, se explica el por qué un líder de la UGOCM promovió una reunión clandestina para analizar el ajusticiamiento del cacique.
Después de esta reunión, los delegados de la concentración campesina emprendimos el regreso a nuestras localidades. Al llegar a nuestro pueblo empezamos a trabajar, conforme al acuerdo del encuentro estudiantil, en la creación de un club de juventud trabajadora, como forma de contrarrestar la permeabilidad ideológica de que son víctimas los jóvenes trabajadores por la acción enajenante de la clase en el poder. Éramos conscientes de la necesidad de prepararnos y orientar nuestra formación teórica como elemento indispensable de la acción revolucionaria. Es bajo esta concepción como se empiezan a hacer los trabajos para la formación del club. La asistencia a las reuniones de campesinos permitió explicar el por qué de nuestra actividad, para que éstos a su vez les explicaran a sus hijos. Logramos reunir unas veinte personas con las cuales empezó a funcionar el club en la ciudad de Nuevo Casas Grandes. Conseguimos un local donde cada semana nos reuníamos para escuchar pláticas de un compañero de cierto nivel político, quien nos explicaba en términos sencillos, cuestiones tanto de materialismo histórico como de materialismo dialéctico y ciertos elementos de economía política.
Por las fechas en que realizamos este trabajo salió el profesor Arturo Gámiz de la cárcel e inmediatamente se dirigió a la sierra para reunirse con Salomón Gaytán y Antonio Scobell. Poco tiempo después el profesor Gámiz empezó a pedir a los compañeros que se encontraban en la ciudad el envío de gente para que se incorporara al grupo armado (sobre esto mi testimonio es poco e impreciso, ya que yo provenía de las luchas campesinas de mi pueblo y desconocía cuál era el trabajo político que se realizaba en la ciudad y quiénes lo llevaban acabo). Se puede decir, en términos generales, que eran cuadros estudiantiles y magisteriales los que más actividades realizaban en cuestión de aprovisionamiento, propaganda y reclutamiento para la guerrilla.
Es, con base en esta necesidad de reclutar gente que esté dispuesta a tomar las armas, por lo que se traslada a mi pueblo un compañero, con el fin de cumplir la petición del profesor Gámiz. Se puso en contacto con siete personas de la zona, entre las que me encontraba yo, nos dijo que Arturo estaba necesitado de gente y propuso nuestra subida a la sierra. Decidimos los siete incorporarnos a la guerrilla, fijamos fecha (abril de 1964), lugar y hora y poco tiempo después íbamos rumbo a Ciudad Madera. El viaje lo hicimos por ferrocarril.
6.- ETAPA EMBRIONARIA DE LA GUERRILLA. PRIMERAS TAREAS ORGANIZATIVAS EN LA SIERRA
Antes de partir, la compañera Bertha Prieto me pidió que conversáramos. Esto yo lo entendí a manera de despedida. En el desarrollo de la plática me dijo que si estaba seguro de la decisión que había tomado; que si no me importaba dejar a mis familiares por irme a la sierra. Ante esto le planteé la necesidad imperiosa de emprender la lucha armada que imponía la situación; que estaba consciente que esto significaba un desprendimiento con mi familia y que quizá la magnitud de la empresa que nos proponíamos realizar implicaba el no regresar, pero que esto no significaba que no me importara la separación de los míos; sin embargo, tenía la firme convicción de la importancia y significación política que tenía el hecho de incorporarme a la guerrilla.
Al llegar a Ciudad Madera, nos estaba esperando Guadalupe Scobell que era nuestro contacto en esa población. Lupito Scobell nos trasladó a una casa que era base de apoyo. En este local pasamos el resto del día hasta que oscureció y ya de noche nos internamos en la sierra. En un lugar cercano nos esperaban Salomón y Antonio a quienes nos entregó Lupito. En este lugar improvisamos unas mochilas, entre las cobijas que llevábamos metimos todos los objetos, los envolvimos y les agenciamos unos mecates de tal forma que pudimos portarlas en la espalda. Nosotros habíamos conseguido en Nuevo Casas Grandes unos rifles, los cuales incorporamos a nuestro equipo y así emprendimos el ascenso a lo más abrupto de la sierra. Caminamos toda la noche haciendo breves descansos que no nos permitían dormir. Al día siguiente, Antonio mató un venado, lo destazamos, llevándonos la carne como complemento de nuestra provisión.
Después de unos días de caminata tuvimos las cuatro primeras deserciones del grupo, de los siete recientemente incorporados. Este hecho determinó que se cambiara la ruta que debíamos de seguir, dirigiéndonos a una ranchería en cuyo lugar platicamos con unos campesinos que apoyaban a la guerrilla. Permanecimos ahí dos días, que era el tiempo máximo que podíamos estar en un lugar. Durante nuestra estancia en esta ranchería ayudamos en la siembra a los campesinos a la vez que recabábamos información de los problemas que allí tenían, lo que nos permitía hacer una evaluación de nuestras fuerzas simpatizantes en la zona.
Nuevamente emprendimos la marcha. Caminamos días y noches llegando a diferentes ranchitos a los que bajaba, según la situación, todo el grupo o un solo compañero. Días después llegamos al rancho de los Gaytán, lugar conocido como Arroyo Amplio, tomando, por supuesto, las precauciones debidas, ya que Salomón era buscado por el ajusticiamiento del cacique Ibarra. Al llegar se encontraba labrando la tierra un hermano de Salomón (Juan Antonio Gaytán), nos dirigimos a saludarlo y luego a la casa en donde descansamos y comimos. Duramos en el rancho una tarde, partiendo al anochecer rumbo al lugar en que se encontraba Arturo Gámiz y un compañero cuyo seudónimo era “Arnulfo” (Margarito González). Inmediatamente fuimos presentados y después de unos momentos de alegría, se le rindió un informe al profesor Gámiz de los acontecimientos en el transcurso de la travesía.
Montamos nuestro campamento en unas barrancas que hacían del terreno un lugar difícil de encontrar, teníamos como provisión carne seca y algunos otros comestibles más. Después de instalarnos, procedimos a establecer nuestros puestos de vigilancia. Organizamos las rondas de postas quedando un compañero cada cuatro horas como vigía en los puntos más altos y estratégicos del lugar, con el fin de dominar en forma amplia el terreno y evitar cualquier sorpresa del enemigo. En estas rondas de vigilancia se demostraba nuestra organización y disciplina participando todos por igual en ellas. Nuestra organización y disciplina la llevábamos hasta en las cosas más sencillas como un factor de educación del militante. No teníamos un cocinero especial, todos nos turnábamos para la elaboración de nuestros alimentos. Una de las cuestiones fundamentales de nuestra actividad interna era el estudio, cada vez que hacíamos un descanso nos poníamos a estudiar la “Guerra de Guerrillas” del Che Guevara como libro fundamental, complementado esto con un estudio sencillo y accesible sobre la realidad nacional que el compañero Gámiz nos impartía por medio de charlas.
En las cuestiones de disciplina se hizo un reglamento que fue redactado por el profesor Gámiz, el cual fue puesto a discusión y aprobado por todos los integrantes de la guerrilla. El reglamento, entre otras cosas establecía:
a) No durar más de dos días en un mismo lugar.
b) Evitar dejar toda seña de presencia en el lugar donde hubiéramos montado un campamento.
c) En caso de abastecemos con la población campesina de alimentos y otras cosas, se les debía pagar todo, en caso de no tener dinero, comprometerse a hacerlo y cumplirlo.
d) Absoluto respeto a las mujeres, fueran hijas o esposas de campesinos.
Las deserciones y la indisciplina eran motivo de juicio en la guerrilla. Estos puntos de reglamentación más que ser un elemento coercitivo y represivo para el guerrillero, eran pautas de comportamiento y formación. No era reglamento de castigo; cada falta cometida tenía que ser considerada por un consejo de la guerrilla en el lugar y momento en que se cometiera, y la sanción se establecía en función del grado de responsabilidad que tuviera el inculpado (afortunadamente nunca tuvimos que juzgar a ningún compañero).
Una de nuestras preocupaciones fundamentales era el no desligarnos de la población. En cada descanso, un compañero bajaba, ya fuera a tratar asuntos específicos o simplemente para obtener información de cómo se desarrollaban las cosas en el lugar. Esto permitía políticamente hacer de la lucha una cuestión de todo el pueblo y permitía, de hecho, ir creando la base política en el lugar.
Las formas de contacto estaban en función del grado de consciencia del campesino. Como norma general, a todos los campesinos con los cuales se tenía contacto, fuera casual o no, se les explicaban nuestros objetivos de lucha. Con el campesino comprometido con la guerrilla, un compañero llegaba en la noche hasta un lugar cerca de su casa y por medio de una señal previamente establecida se llevaba a cabo el contacto, o bien, se realizaba el contacto en lugares fijos (como cuevas, barrancas, etcétera), a los cuales acudía el campesino periódicamente, ante la imposibilidad de fijar una fecha exacta. Este primer tipo de contactos se realizaba específicamente con compañeros y campesinos que estuvieran más o menos ubicados por el enemigo, o bien, por el hecho de que vivían en poblaciones medianas a las cuales no nos era posible llegar; el otro tipo, se establecía principalmente en ranchitos o rancherías de poca población y cuyos contactos estaban fuera de la vigilancia enemiga.
Los compañeros campesinos que no estaban integrados al núcleo armado, pero que eran base de la guerrilla, al establecer el contacto participaban con nosotros como un miembro más en las discusiones sobre algún problema en concreto. Recuerdo una ocasión en que estábamos viendo la forma de abastecernos de alimentos, cuando un campesino que participaba en la discusión dijo: “–Muchachos, parece que ya tenemos la solución: matemos una de mis vacas”. Le respondimos que en ese momento no teníamos con qué pagarle, ante lo cual insistió diciéndonos que la marca del fierro correspondía a la de un conocido cacique. Se le hizo ver la importancia de este detalle y las consecuencias negativas que nos podía generar, pero el campesino tranquilamente respondió:
“–Sí, pero no por eso dejan de ser nuestras”.
Este hecho anecdótico en aquel momento nos dio la solución para, de allí en adelante, abastecernos del propio enemigo, conscientes de que lo que le quitáramos era lo que nos había robado como clase y que históricamente eran actos de expropiación, no de pillaje. En un caso similar, un campesino propuso que como forma de allegarse fondos económicos para la guerrilla, se realizara un secuestro de un terrateniente extranjero. Esto no fue posible llevarlo a cabo, pero lo que quiero recalcar es que muchas de las iniciativas partían de los campesinos; que nuestras directrices en la guerrilla provenían de las iniciativas de la base.
También señala que las posibilidades de trabajo en una localidad por los compañeros de base eran marcadas por ellos mismos. En las discusiones que nosotros promovíamos, surgían las iniciativas de trabajo, las cuales, ya vería el campesino sus propias formas de concretizarlas en actividad revolucionaria. Esto era una forma de llevar el trabajo político con la población, evitando caer en subjetivismos que no correspondieran a la situación prevaleciente y la correlación de fuerzas en el lugar. De esta forma, en la práctica cotidiana se iban creando los métodos de trabajo de la guerrilla, desdeñando los señalamientos por decreto que no correspondían a las condiciones objetivas y subjetivas de la localidad. Esto posibilitaba el trabajo de politización entre la demás población; era lógico que si las iniciativas de lucha provenían de los campesinos mismos, tendrían más impacto y abarcarían a un mayor número de gente. Así pues, las ideas revolucionarias se extendían en la localidad sin necesidad de la presencia de gente extraña a los individuos de la región.
Como se verá, la propaganda política era directa, hablada; los elementos técnicos con que contaba la guerrilla para la difusión de las ideas revolucionarias eran escasos. No obstante que el método que se usaba hasta entonces era uno de los más eficaces, por el contacto personal del militante con el pueblo, las limitaciones en el área a alcanzar por la propaganda eran muchas. En virtud de esto, fue que se tenía como un plan para la elaboración de la propaganda, la construcción de talleres clandestinos en áreas suburbanas.
Todo el trabajo entre la masa campesina estaba bajo la perspectiva de agrandar y consolidar una base política de apoyo a la guerrilla. El reclutamiento de cuadros militares entre esta masa no era un objetivo inmediato. Se sabía que el ganarse a la población, la creación de una base política de apoyo en un futuro no muy lejano, nos daría los suficientes cuadros político-militares capaces de generalizar la lucha armada en una área mucho más amplia.
7.- SURGE LA DENOMINACIÓN DE “GRUPO POPULAR GUERRILLERO”, CON BASE EN UNA ACCIÓN MILITAR EJECUTADA POR GUADALUPE SCOBELL. PRIMER ENCUENTRO CON EL ENEMIGO
El núcleo fundador de la guerrilla estaba en su mayoría compuesto por campesinos o gente pobre de la ciudad; de procedencia citadina era el profesor Gámiz, comandante en jefe del grupo. Todos estos cuadros primarios de la guerrilla eran producto de luchas democráticas. La experiencia lograda a través de invasiones de tierras, de tramitación agraria en las oficinas de Reforma Agraria, así como la movilización campesina dirigida por la UGOCM a principios de los años sesenta en el estado de Chihuahua, habían servido de base para la formación de estos cuadros.
Aún cuando, repito, el reclutamiento no se planteaba como un objetivo inmediato, no faltaba que entre los campesinos, la gente del campo quisieran unirse a la guerrilla. Es el caso de Lupito Scobell, quien no se había incorporado al grupo armado porque estaba cumpliendo, por necesidad, el desempeño de funciones importantes en el área suburbana de Ciudad Madera; la iniciativa de hostigamiento al enemigo no estaba limitada para estos compañeros. En el caso que estoy señalando, eran tantos los deseos de participación armada, que Lupito por iniciativa propia (29 de febrero de 1964), quemó un puente por donde los madereros pasaban con sus cargas extraídas de la Sierra. En esta ocasión Lupito dio a conocer la acción adjudicándosela al "Grupo Popular Guerrillero", de allí en adelante éste sería el nombre de nuestro grupo.
El proceso de exploración y establecimiento en la zona requería más gente haciendo trabajo político entre los campesinos, que los organizara y preparara para la lucha. Gente capaz ideológica y políticamente que pudiera desempeñar el trabajo de politización para evitar tener que sacar de la zona a aquellos campesinos más politizados, puesto que estos compañeros desempeñaban, en el momento actual de la lucha, trabajos que en su comunidad eran de vital importancia.
El profesor Gámiz, consciente de esta situación, evitó incorporar antes de que fuese necesario a este tipo de compañeros cuya ansia de enfrentamiento directo con el enemigo era mucha, pero cuya importancia en el trabajo de creación de base organizada para la guerrilla, requería de ese entusiasmo y de esa voluntad de lucha. Esto no señala, por supuesto, que no viéramos la necesidad de subir más gente, pero se pensaba que dicha necesidad podía ser solucionada por la red urbana.
La tarea de reclutamiento en esos momentos era difícil ya que por una parte, los compañeros campesinos disponibles para incorporarse no tenían sustituto que continuara su trabajo político en sus localidades; por otro lado, la red urbana no podía suplir esa necesidad en el trabajo de masas por no tener los cuadros adecuados para ello. Asimismo para abastecer a la guerrilla de compañeros de la ciudad, la red urbana fue insuficiente sobre todo cualitativamente. El caso de un compañero estudiante es bien ilustrativo de este hecho. El estudiante, por su actividad en la Universidad, fue localizado y perseguido por el aparato represivo, lo que le obligó a remontarse a la sierra. A los tres días de estar arriba pidió su baja por no aguantar el ritmo de la vida guerrillera.
Por supuesto, no quiere decir que un compañero de la ciudad no pueda ser guerrillero rural, pero marca la necesidad de llevar a cabo previamente un proceso de preparación ideológica y entrenamiento militar, lo más completo, dentro de lo posible, en ellos.
El saber por parte de nosotros que la lucha era larga y llena de dificultades, evitaba precipitarnos en cuestión de reclutamiento. Así, una ocasión en que llegó un mensaje de la ciudad donde se nos decía que siete compañeras estaban listas para incorporarse al grupo armado y se nos pedía autorización para que lo hicieran, la respuesta de nosotros fue que por el momento no era posible, ni conveniente que se incorporaran, ya que el inicio mismo de la guerrilla imponía esfuerzo y sacrificio, en todos los aspectos, que era difícil soportar. Si hubiéramos estado en una etapa de poder controlar militarmente la zona, las compañeras se habrían podido incorporar al grupo armado y se les habría podido proporcionar el debido entrenamiento militar del que carecían.
Estos eran en sí los elementos generales que conformaban los aspectos fundamentales en el trabajo político que inicialmente realizaba la guerrilla.
Después de un desplazamiento continuo en la zona que comprende desde Ciudad Madera hasta los límites con Sonora y tras realizar el trabajo que en párrafos anteriores se describe, llegamos en una ocasión al campamento que habíamos establecido a nuestra llegada.
Hasta allí llegó Juan Antonio Gaytán, hermano de Salomón, para informarnos que habían llegado al pueblo de Dolores un grupo de judiciales rurales, que por el norte se les conoce como “acordada”, y un pelotón de soldados. En su informe señalaba que el grupo que había llegado estaba presionando al pueblo para que denunciara el lugar en donde se encontraba la guerrilla. Sin embargo, pese a las humillaciones y los golpes, ningún campesino nos denunció. Al ver esto, el grupo de rurales se trasladó al rancho de los Gaytán, donde detuvieron a Juan Antonio y a otro campesino que vivía allí cerca, los cuales fueron golpeados con el mismo propósito: saber nuestra ubicación.
Al ver que no lograban con sus métodos represivos sacar los informes que querían, apresaron a un sobrino de los Gaytán, como de unos diez años de edad, y lo torturaron atándole una soga al cuello y levantándolo a la vez que le preguntaban en donde se encontraban sus tíos. Lo que nos llama la atención no es el sistema represivo usado por el enemigo, que es bien conocido por el pueblo mexicano, sino la actitud de los campesinos y del niño, ya que casi todos sabían que nos encontrábamos cerca, que nuestro campamento estaba atrás de una cordillera cerca del rancho de los Gaytán.
El rancho se encontraba en un lugar que se denominaba Arroyo Amplio, cerca de Dolores, donde se levanta una cordillera suficientemente alta como para dominar una gran extensión de la sierra, que alcanza hasta los límites con Sonora. Atrás de esa cordillera, en una barranca, se encontraba nuestro campamento y en la parte más alta nuestro puesto de vigilancia. Como medida de seguridad nos remontábamos a las partes más altas de la sierra pero la comida y el agua se nos acababan y nos veíamos en la necesidad de tomar agua de lluvia estancada en las tinajas naturales de los peñascos y en ocasiones tuvimos que limpiar pencas de nopal y masticar la pulpa para mitigar la sed.
Nuestra reacción, al conocer la noticia que nos llevó Juan Antonio, fue de coraje e indignación, tomando inmediatamente las precauciones para evitar cualquier sorpresa. Nos subimos a lo más alto de la cordillera y analizamos la situación y sus implicaciones políticas. Como resultado de lo anterior se estableció lo siguiente.
El pueblo campesino nos había brindado todo su apoyo y colaboración, lo último más concreto en situaciones de represión lo estaba demostrando al no denunciamos. Era notorio que el campesinado había prestado su colaboración y solidaridad a la guerrilla por considerarla una alternativa real de cambio y una fuerza política en que estaban plasmados sus anhelos libertarios; nosotros en el momento, tácticamente debíamos, y nos convenía, eludir el enfrentamiento directo con el enemigo, pero no podíamos permanecer quietos ante aquella situación que podía echar por tierra la confianza de los campesinos, ganada con un gran trabajo de politización; aún cuando la correlación de fuerzas nos era desfavorable en el aspecto estrictamente militar, políticamente nos convenía realizar una acción de enfrentamiento con el enemigo por dos razones fundamentales:
A) Demostrarle al pueblo que nuestras ideas y nuestra práctica revolucionaria estaban comprometidas hasta sus últimas consecuencias; que no rehuíamos al combate; que éramos una fuerza revolucionaria; que hacíamos de los problemas y sufrimientos del pueblo una cosa nuestra y que estábamos dando el ejemplo de batalla contra el enemigo de clase.
B) Demostrarle al enemigo que la guerra estaba declarada y que sería una guerra a muerte.
Juan Antonio, tras informarnos de los hechos represivos, decide quedarse en la guerrilla porque había sufrido la represión en carne propia y estaba dispuesto a levantarse en armas. Sabía que si no lo hacía, la próxima vez ya no serían golpes sino la muerte lo que le esperaba.
Pero a estas alturas, los alimentos nos habían escaseado (el agua y la carne seca), por lo cual se decidió bajar al rancho de los Gaytán (18 de mayo de 1964) para conseguir alimentos y obtener información.
Después de un previo plan de descenso, emprendimos la bajada. Arnulfo se quedó a una considerable altura, de tal forma que dominaba la posible llegada del enemigo; antes de llegar, nosotros hicimos una maniobra que nos permitió cercar el lugar para protección de dos compañeros que tenían que entrar al rancho.
Una vez aprovisionados y recabada la información iniciamos el ascenso. Íbamos en forma de fila cuando vimos unas piedras que rodaban de lo alto. No les prestamos atención porque erróneamente, íbamos atentos a una plática de dos compañeros. Las piedras eran lanzadas por Arnulfo que había visto a los rurales cuando subían la cordillera por la parte contraria a la que nosotros ascendíamos. Arnulfo lanzaba las piedras con el fin de no gritar para no ser descubierto por los rurales. Nosotros continuábamos el ascenso mientras los rurales tomaban posiciones en lo alto, de tal forma que nos dominaban completamente y sólo esperaban tenernos a distancia para abrir fuego.
Al entrar nosotros al ángulo de tiro, el compañero Arnulfo dio la voz de alarma al grito de ¡agáchense pendejos que allí están arriba! Simultáneamente comenzó a caer una lluvia de balas y apenas tuvimos tiempo de cubrirnos tras las rocas y árboles en una forma desordenada. Yo quedé cerca de Salomón, quien, después de unos minutos me dijo que emprendiéramos la retirada, ya que no podíamos contestar el fuego porque no sabíamos el lugar exacto de donde nos estaban disparando.
Caíamos pues, en lo que se llama una emboscada, donde la sorpresa es el principal elemento de ventaja o desventaja, como en este caso. Así pues, nos fuimos retirando poco a poco en medio de una lluvia de balas que afortunadamente sólo pegaban a nuestro alrededor, Rodeamos un cerro que estaba un poco aislado de la cordillera, pero que ofrecía protección, logrando salir de la zona de peligro. Momentos después escuchamos un disparo diferente a los que se estaban oyendo que eran de carabinas; pensamos que los compañeros ya estaban contestando el fuego, sin embargo, después de este disparo cesó la balacera. Discutimos brevemente si continuábamos o regresábamos y decidimos continuar la retirada pues podía ser una treta del enemigo para cazarnos. Poco tiempo después supimos que el disparo que se había hecho por parte de nuestros compañeros, provenía de Arnulfo quien sí sabía la ubicación exacta del enemigo. Este disparo bastó para que los rurales abandonaran sus posiciones y emprendieran la retirada.
Nuestra retirada en desbandada ocasionó que nosotros quedáramos aislados del grupo. Llegamos a una vinata (lugar donde se elabora el sotol), en donde había gente conocida que simpatizaba con la causa revolucionaria. Después de comer, comentamos el hecho y poco después continuamos nuestro rumbo que era hacia el lado de Sonora. Caminamos toda la tarde y parte de la noche, luego decidimos dormir un rato, aunque fue difícil hacerlo por el frío que se sentía. Al día siguiente reanudamos la marcha, ésta duró todo el día y toda la noche.
Como a eso de las dos de la madrugada llegamos a una ranchería donde teníamos gente de base, hicimos la señal convenida y salió un campesino que se alegró mucho al vernos y nos proporcionó cobijas y alimentos. Se estuvo un buen rato con nosotros, le narramos el suceso y él nos informó de la situación que prevalecía en la zona. Luego le pedimos que enviara a alguna persona de confianza al pueblo de Dolores para que recabara información respecto al desenlace de la emboscada, con el fin de saber si había muertos, heridos o habían capturado a alguno de nuestros compañeros. El campesino envió a una señora acompañada de un niño, quienes salieron al día siguiente previa coartada que habíamos acordado para en caso de que los detuvieran e investigaran. Nosotros ese día nos internamos un poco más en la sierra y esperamos en un lugar convenido para que el campesino nos llevara la información; ésta nos llegó tiempo después, calmando nuestra angustia, pues no había sucesos lamentables. Asimismo, nos informó del rumbo que habían tomado nuestros compañeros, que era el de Ciudad Madera.
Después de estas noticias, y por supuesto en un estado de ánimo más tranquilo, decidimos permanecer un día más en el lugar para descansar. Acordamos con el campesino vernos por la tarde para que nos abasteciera de alimentos y así emprender la caminata para reunimos con nuestros compañeros. El contacto efectivamente se estableció, pero en vez de ir el campesino con los alimentos, fue otra persona quien nos informó que habían pasado miembros del ejército por la ranchería; que eran entre ochenta o cien soldados que andaban en nuestra búsqueda y que con este fin golpeaban y humillaban los campesinos del lugar y que se habían llevado preso al compañero que estábamos esperando. Después de eso, en la misma tarde emprendimos la marcha para tratar de reunimos con los compañeros del grupo. Días después logramos el contacto en las cercanías de Ciudad Madera.
Antes de proseguir, quiero señalar una serie de errores en los que caímos, o más bien por los que caímos en la emboscada; desde el momento en que ya habíamos tomado nuestros puestos de combate en lo alto de la cordillera, era obvio que calificábamos de mucho riesgo la situación en que nos encontrábamos. Sabíamos que el enemigo andaba por el área y debimos permanecer en nuestras posiciones, que a todas luces nos eran favorables para evitar cualquier sorpresa. Aunado a ello, el motivo del descenso fue la escasez de alimentos, sin embargo, en esos momentos difíciles para el guerrillero, en que el sacrificio y la abnegación juegan un papel decisivo, debimos haber aguantado todo el tiempo necesario hasta saber la ubicación del enemigo para poder bajar al rancho.
Otro punto que es importante señalar, ya que es un principio fundamental y que toda persona comprometida con la lucha no debe olvidar, es la actitud vigilante. No puede haber para el combatiente seguridad alguna mientras el enemigo actúa en defensa de sus intereses. Es mucho lo que la burguesía arriesga para darse el lujo de ignorar o subestimar cualquier brote de rebeldía.
En nuestro caso no obstante las precauciones tomadas en el descenso, en el ascenso no fue lo suficientemente vigilante para evitar la sorpresa. Las piedras lanzadas por Arnulfo, si hubiéramos partido de que el enemigo podía llegar en cualquier momento, hubieran servido para clarificar la situación de peligro por la que atravesábamos en esos momentos.
Por otra parte al momento de la desbandada, cada quien tomó el rumbo que pudo y se tuvo que contar con la información del campesino para volver a reunirnos, no tomándose en cuenta los puntos de contacto previamente establecidos para casos como éste en que no se sabe qué dificultades se pueden presentar, que hagan que el grupo se disperse temporalmente. No obstante, este tipo de errores son producto de la inexperiencia y puede caer en ellos cualquier grupo o persona participante en las labores militares de la guerrilla.
La solución evidente es y ha sido la práctica, las experiencias fatales. Digo esto porque hasta aquel entonces nosotros no habíamos tenido ningún enfrentamiento con el enemigo. Son pues estos sobresaltos cotidianos de la guerrilla, lo que enseña al militante cuál debe ser su comportamiento en la lucha. Habiendo señalado estos puntos que me parecen de importancia, continúo el relato.
Decía que llegamos a reunirnos con los compañeros, después de una gran marcha que duró varios días, pues el recorrido fue desde los límites de Sonora hasta cerca de Ciudad Madera.
Ya reunidos, se analizó la experiencia por la que acabábamos de pasar; la conclusión de todo esto no podía ser otra: necesitábamos pasar al plano de la ofensiva y realizar un ataque, que militar y políticamente nos convenía por las razones que anteriormente se expresaron cuando supimos de la represión de los rurales en contra de la familia Gaytán y de otros campesinos.
Pero el día en que llegamos supimos que Arnulfo había salido a una comisión encomendada por el profesor Gámiz; al regresar éste con un campesino que venía a establecer contacto con nosotros, se volvió a analizar la situación y nuestra experiencia anterior, con la finalidad de que el campesino comprendiera los avances de nuestra lucha, y no porque hubiera confusión con respecto a lo que proyectábamos. Por otro lado, llegó al grupo un militante de la ciudad (estudiante de quien antes se hizo referencia) quien se había distinguido por su participación en el movimiento estudiantil y las movilizaciones campesinas, por lo que se ganó la persecución de las autoridades estatales y tuvo la necesidad de subir a la sierra e integrarse al grupo guerrillero.
Es de tomarse en cuenta la experiencia que se tuvo con este compañero, pues tres días de caminata fueron suficientes para que se diera cuenta que la sierra no era lugar adecuado para su participación dentro del movimiento, ya que después de estos tres días manifestó un decaimiento moral y un agotamiento físico que no le permitían seguir adelante.
8.- UNA TAREA GUERRILLERA CONCRETA: EMBOSCADA A UN GRUPO DE JUDICIALES RURALES
Por esos días salieron Salomón y Antonio hacia una zona donde unos contactos habían quedado de aportar algunas armas. Este viaje se aprovechó para llevar al estudiante a un lugar más o menos seguro, mientras se buscaba la manera de bajarlo a la ciudad. En esta ocasión también pidieron su baja los otros dos compañeros que habían llegado junto conmigo al grupo.
Al comienzo mismo de la lucha, el grupo no estaba en posibilidad de retenerlos, por lo que se les concedió su petición, no sin antes haberles hecho ver el peligro que corrían de perder hasta la vida en caso de caer en manos de las fuerzas represivas.
Al regreso de Salomón y Antonio (que trajeron consigo un M1, un M2 y parque, aportados por el Dr. Julio Muñoz) se empezó a planear militarmente el ataque, que consistiría en una emboscada a los rurales como respuesta obligada ante la acción represiva que habían venido desplegando contra los campesinos del lugar.
Lo primero para echar a andar el plan era trasladarnos al pueblo de Dolores, lo cual hicimos inmediatamente. Al llegar a Dolores anduvimos rondando cerca hasta establecer contacto con el Güero, un campesino del lugar a quien le explicamos lo que nos proponíamos hacer. Estuvo de acuerdo en colaborar para que se llevara cabo la acción. Su colaboración consistía en avisarnos por medio de una fogata cuando se encontraran reunidos los rurales a los que íbamos a atacar e informarnos todo lo concerniente al caso. Habiendo establecido esto, se rompió el contacto y ya sólo esperábamos recibir la señal, sin embargo, transcurrieron varios días y la señal no se daba. Ante esto se volvió a establecer contacto con el campesino, quien nos informó que no había dado la señal porque no se habían reunido los rurales, ya que a diario salían unos u otros en plan de reconocimiento del terreno.
Nuestra situación se tornaba difícil, pues ya llevábamos varios días en el lugar y era posible que nos pudiera ubicar el enemigo; así también, se nos escaseaban los alimentos. Algunos campesinos nos llevaban comestibles a escondidas burlando la vigilancia por parte de los rurales; no les era posible más que sacar bolsitas de pinole que fue el único alimento que tuvimos en los últimos días. Por esta situación, se decidió llevar a cabo el plan, aunque no estuvieran todos los rurales quienes, para su desgracia, se reunieron ese día.
Empezamos a descender de la sierra en medio de una tormenta, llegando hasta un lugar cerca del pueblo, donde después de revisar el plan decidimos descansar, mientras llegaba la hora indicada para el ataque. Ya de madrugada (15 de julio de 1964), nos acercamos hasta la casa que era el cuartel de los rurales y nos dispusimos a efectuar el ataque que estaba planeado de la siguiente manera: la casa donde estaban los cinco rurales se encontraba en la periferia del pueblito, ésta era una casa de dos pisos que pertenecía a la familia Ibarra y cumplía a la vez funciones de tienda de raya
Nuestras fuerzas en elementos humanos eran de seis compañeros, además de contar con un M1, tres 30-30 y dos 7 mm. La disposición en la toma de posiciones era la siguiente: Salomón y el Güero por el frente de la casa; Antonio y yo protegeríamos la parte trasera y el profesor Gámiz y Juan Antonio uno de los costados.
El plan se desarrolló de la siguiente manera: el campesino que estaba con Salomón tenía que descender, llegar hasta la puerta de la casa, que era donde se encontraba la bodega, abrir la puerta a como diera lugar y lanzar una bomba molotov al interior. Gracias a la información que se nos había proporcionado por parte de los campesinos, sabíamos qué pieza de la casa ocupaban los rurales, por lo tanto, en caso de que éstos se dieran cuenta de la acción del compañero y trataran de salir, quedarían a merced de los disparos del profesor Gámiz; Juan Antonio y Salomón, asegurando así la protección del campesino al estar éste desempeñando su tarea.
Los hechos sucedieron de la siguiente manera: al llegar nosotros y tomar las posiciones, los perros de la casa empezaron a ladrar, esto alertó a los rurales y uno de ellos salió, siendo recibido por una descarga de parte de Salomón y Arturo, resultando herido en un brazo. Para esto, el campesino, conforme al plan, llegó hasta la puerta cumpliendo así con el papel que le tocaba desempeñar. La señal convenida para empezar el ataque era el primer disparo, que bien podía ser por parte del compañero campesino al tratar de abrir la puerta a balazos o bien, como sucedió, al salir el rural. Cuando esto sucediera, nosotros teníamos que empezar a disparar hacia puertas y ventanas por si trataban de escapar. El ataque a fuego espaciado se prolongó unos treinta minutos. Mientras sucedía esto, se les exigía que se rindieran a la vez que se les decía: “ustedes que se sienten muy valientes ante campesinos indefensos, mujeres desamparadas y niños inocentes, demuestren ahora esa valentía”.
El fuego que se había provocado en la bodega, hizo que los rurales se rindieran. Se les ordenó que salieran, uno primero con todas las armas, y después fueran saliendo los demás uno por uno. El último en salir fue el jefe del grupo represivo, quien se había quedado con un M2 y lo llevaba en la mano en tal forma, que podía levantarlo y abrir fuego en contra de nosotros. Sin embargo, nosotros contábamos con el factor sorpresa que, de pronto lo hizo verse encañonado por Toño y por mí y se le ordenó que volteara el arma tomándola por el cañón. Cuando tuvimos al grupo de prisioneros, les atamos las manos (en esos momentos se vino abajo el techo de la casa, a causa del fuego, o sea, que si no se han rendido tan a tiempo, hubieran muerto aplastados y calcinados).
Después, los trasladamos al centro del pueblo. En el trayecto se les habló explicándoles el fin de nuestra lucha; se les hizo saber que ésta no era en contra de ellos sino en contra del mal gobierno, de los caciques y explotadores, pero que a ellos se les iba a ajusticiar por su actitud servil a nuestro enemigo.
Conforme al plan, ya en el centro del pueblo, se empezaron a hacer los preparativos para el fusilamiento del jefe de los rurales. En esos momentos, las grandes fieras que actuaban al servicio de los poderosos, se tornaron en dóciles corderos. El jefe del grupo, un individuo llamado Rito Caldera Zamudio, quien había salido con el arma en actitud de enfrentamiento, ahora pedía clemencia.
Mientras esto sucedía, el pueblo parecía deshabitado, no se veía gente por ningún lado, sin embargo se sentía su presencia a través de las rendijas de puertas y ventanas esperando el desenlace de aquella acción. En aquellos momentos, me puse a pensar en las repercusiones de esa ejecución; en breve análisis vi que no era conveniente llevar a cabo el ajusticiamiento, pensando en los efectos propagandísticos, no en los causados en las filas de los burgueses, sino en aquella gran mayoría de la población que no era consciente de la necesidad de la lucha. Ahora (1973) confirmo que mi decisión fue correcta de acuerdo al momento en que se actuaba.
Estos razonamientos se los expresé al profesor Arturo Gámiz y le pedí que le perdonara la vida al jefe de los rurales; me contestó que la ejecución era parte del plan; hubo una breve discusión porque Salomón decía que mi propuesta rompía el plan trazado de antemano. El jefe de los rurales, al escuchar parte de mi petición, me decía: “tu moreno, diles que no me maten; tengo esposa, tengo hijos, por favor diles que no me maten”. Incate -le ordené- y el torvo individuo que colgaba niños, insultaba mujeres y torturaba campesinos, cayó de rodillas implorando perdón. El profesor Gámiz me dijo: “por lo menos déjame quebrarle una pata”. Quebrácela –le contesté- pero no lo mates. No se llevó a cabo la ejecución, pero se les advirtió a los judiciales que si reincidían en su actitud represiva, tarde o temprano caerían en nuestras manos y entonces sí serían ejecutados.
Nuestra actitud hasta entonces, había sido la de evitar derramamiento de sangre, pensando que era posible que con esta actitud de respeto a la vida humana, aún con el enemigo, podía generar cierta conciencia en éste. Después de 1965 supe que los periódicos habían manejado el perdón del fusilamiento a favor nuestro, pues, lejos de llamarnos asesinos, roba vacas, decían, entre muchas otras cosas, que el profesor Arturo Gámiz se daba el lujo de capturar a sus enemigos, llevarlos al paredón y perdonarles la vida”.
Continuemos el relato. Tocamos en la puerta de una casa de la que salió un campesino, a quien le pedimos que atendiera al rural herido, luego emprendimos la retirada hacia lo alto de la sierra. Pasamos por un lugar en donde habíamos dejado el resto de nuestro equipo, lo recogimos y emprendimos la marcha con miras a cambiar inmediatamente de zona, previendo la movilización de soldados que esta acción propiciaría. En este tipo de acciones de ataque sorpresivo, la movilidad es uno de los factores más importantes para el guerrillero (habíamos dejado parte de nuestro equipo, considerando la rápida retirada prevista).
Después de repartirnos las armas de los rurales y recoger el equipo, emprendimos la marcha. En cada zona que pasábamos, los Gaytán bajaban a las rancherías a recabar información y a abastecemos de alimentos. Cabe decir que eran ellos los más indicados para este trabajo por ser de la región y conocer a los compañeros campesinos.
Una noche un fuerte aguacero nos obligó a acampar. Al cesar la lluvia encendimos una fogata y procedimos a preparar alimentos, bajamos por agua al río que pasaba cerca; después de cenar decidimos pasar ahí el resto de la noche con el fin de descansar. Horas después hizo falta más agua por lo que el Güero y yo decidimos ir a traerla. Ya de regreso por la oscuridad de la noche, nos perdimos. En la búsqueda del campamento yo noté al compañero nervioso e indeciso, llegando un momento en que fue tanta su desesperación que ya no quiso continuar la búsqueda, por lo que le dije que no se moviera de aquel lugar mientras yo trataba de encontrar el campamento. Yo seguí buscando y en seguida encontré a los compañeros, pues estábamos muy cerca de ellos, quienes inmediatamente se fueron en busca del compañero y más adelante nos encontrábamos todos ya reunidos.
Minutos después amanecía y reanudamos la marcha. Al llegar al río nos encontramos con un pima (grupo indígena de la región límite entre Chihuahua y Sonora). Lo llamamos, pero no se acercó por lo que nosotros fuimos hacia donde él estaba. Le preguntamos el por qué de su desconfianza, él nos contestó que se debía al hecho de que nos había visto armados y pensaba que se trataba de un grupo de rurales y “los rurales son malos”... Así, en términos sencillos explicó el miedo y desconfianza que inspira el hombre blanco y sus esbirros, al indígena que ha sido despojado de sus bosques, ha visto desbaratada su comunidad y han pisoteado sus costumbres y cultura en aras de la civilización. Nosotros le explicamos por qué andábamos armados, cuáles eran nuestros objetivos, y que los rurales a los que él llamaba malos eran nuestros enemigos. Ante esa explicación sencilla pero clara de que no había peligro con nosotros, el indígena cambió su actitud y se hizo nuestro amigo.
El río iba muy crecido. Por más intentos que hicimos para cruzarlo nos fue imposible, por lo que tuvimos que pedirle a un campesino del lugar nos pusiera en contacto con otros compañeros campesinos que vivían en una zona cercana y que eran quienes le daban protección al estudiante de quien antes se hizo referencia. Cuando logramos el contacto con estos compañeros pudimos pasar el río, pues sólo con la ayuda que nos proporcionaron al utilizar sus caballos, fue posible la realización de la maniobra. A continuación emprendimos el ascenso de una pendiente bastante inclinada en cuya parte superior había una meseta y la ranchería en donde vivían los compañeros campesinos. Luego de haber llegado, un campesino nos proporcionó comida y objetos útiles para el aseo (jabones, hojas de rasurar etc.).
9.- DE LA CONSIDERACIÓN DE OBVIAS DEFICIENCIAS, SE PLANTEA EL DESCENSO…
Fue en este lugar donde se consideró necesario que alguien bajara de la sierra y fuera a la ciudad de Chihuahua para ponerse en contacto con la gente de la red urbana, pues nos era necesaria una información de cómo se encontraba la situación en la ciudad. Además, necesitábamos abastecemos de parque, ropa, calzado, etcétera. En virtud de ello, se consideró que el más indicado para bajar era yo, pues era de los menos identificados y además conocía algunos compañeros de la red. Se me dio la lista de las cosas que se necesitaban y se me recordó por última vez la misión que llevaba. Luego emprendí el viaje a Ciudad Madera acompañado de un indígena como guía.
Nos fuimos por camino transitado, pues pensamos que no habría mucho problema, porque ambos íbamos vestidos más o menos igual. Gracias a esto y a mis rasgos físicos, fácilmente podía pasar como campesino e inclusive como pima. Así, después de una larga marcha a caballo, llegamos a Ciudad Madera e hicimos contacto con Lupito Scobell y un compañero simpatizante. Este compañero me proporcionó dinero y algunas otras cosas necesarias para continuar mi viaje a la ciudad de Chihuahua (de esta manera colaboraban la mayoría de los simpatizantes con el grupo guerrillero).
Al llegar a la estación del ferrocarril, tuve los peores momentos de mi viaje, pues al ir a comprar mi boleto, me fue necesario pasar entre de la policía municipal que se encontraba en esos momentos, no se por qué razones, en la estación ferroviaria. Tomé el tren y al llegar a la ciudad de Chihuahua, me dirigí a la casa de la compañera Guadalupe Jacott, donde permanecí varios días. Hice contacto con compañeros de la red urbana y les hice saber el motivo de mi viaje a la ciudad; estuvieron de acuerdo en cuanto a la solicitud de apoyo logístico. Un día el compañero Oscar Gonzales llegó y me dijo que había recibido orden de suspender la tarea, que el motivo era que el resto del grupo ya se había bajado de la sierra.
Por estos días, otro compañero (el Güero) pidió su baja de las filas del grupo. El compañero -que como dije antes era campesino-, conocía muy bien la sierra, y en un principio había demostrado entereza y decisión tanto en caminatas como en un encuentro con el enemigo.
Uno de los problemas que tuvimos, desde que se formó el grupo, fue el abandono de la lucha por algunos compañeros. Esto nos hacía pensar que algo estaba fallando.
Ante ello, el profesor Gámiz decidió bajar el grupo (agosto de 1964) con el fin de reclutar más elementos, fortalecerlos por medio de un entrenamiento político-militar, que diera una selección de cuadros y luego regresar nuevamente a la sierra. Este era, en términos generales, el motivo del descenso de la sierra. Analicemos el hecho con más detenimiento, ya que lo considero de suma importancia dentro del movimiento revolucionario.
Quiero aclarar que no es mi pretensión juzgar como acierto o yerro la decisión del compañero Gámiz de bajar de la sierra al grupo guerrillero, por no tener hasta la fecha algunos elementos esenciales, que creo motivó aquella decisión. Sin embargo daré mis puntos de vista al respecto, sujetos éstos a discusión. Una cosa es lo suficientemente clara como para mencionarse sin mayor problema: la red urbana no estaba cumpliendo bien con lo que en aquel momento era de vital importancia para la guerrilla rural.
Desde el punto de vista teórico de la guerra del pueblo, de los nuevos aportes a la guerra de guerrillas, se puede decir que la guerrilla se debe formar eminentemente con la gente del lugar; es el trabajo político entre las masas lo que cotidianamente va formando al militante, y es la capacidad político-militar de la guerrilla lo que asegura la confianza del campesinado a la lucha y el consiguiente reclutamiento. Para mí estos principios, que han sido extraídos de otras experiencias de lucha, de victorias y fracasos, son aportes al desarrollo de la lucha revolucionaria que no es pretensión discutir en este trabajo.
Como quiera que sea, la ubicación del momento histórico en que se da una lucha, el marco social y político en que se desarrolla, nos permiten tener ciertos puntos de referencia para ver las cosas con objetividad, sin utopías y sin el clásico “si hubieran hecho esto”. La organización revolucionaria varía en sus formas y grado de desarrollo según las condiciones existentes y, así como en algunas partes la lucha se desarrolla con diferente grado de intensidad, en un país que en otro, en un estado que en el resto de la república, en la ciudad que en el campo, en nuestro caso, la red urbana y la guerrilla rural tendían a dar un todo coherente, con mando centralizado en el núcleo armado, que generalizara la lucha en la ciudad y en el campo. Los problemas y limitaciones de una de sus partes repercutiría inevitablemente en la otra; unas malas botas o un mal parque mandado por la red urbana, podía significar una batalla militar perdida con el enemigo.
De esta manera, una mala selección de cuadros podría significar la desaparición o retraso momentáneo del grupo armado. Así como las pequeñas cosas hacen de la revolución una grande e invencible tarea a realizar, por mucha claridad y buenas intenciones que se tengan, el incumplimiento de estas pequeñas grandes cosas puede llevar a un gran fracaso momentáneo en la lucha emprendida. Se puede decir entonces, que el profesor Gámiz debió exigir la realización cabal de la tarea de formación y reclutamiento de cuadros, de difusión y apoyo a la lucha rural, a los integrantes de la red urbana, apoyándose en el hecho de que en esta red se encontraba un Pablo Gómez, un Oscar González y otros más que, posteriormente, demostrarían con la muerte su amor al pueblo y a la revolución. Pero la gran mayoría de aquella red urbana eran individuos cuyas motivaciones eran múltiples y aceptables, pero cuya apreciación de las cosas era subjetiva, romántica y no pocas veces carente de experiencia política. Esto indudablemente afectaba a toda la organización; no obstante, no quiero caer en apreciaciones falsas y superficiales. Por lo cual mis observaciones, por mi desconocimiento del funcionamiento del grupo en la ciudad, están sujetas a correcciones y aclaraciones de testimonios vivos de gente que desarrolló su actividad en aquélla red urbana. Por lo pronto continúo el relato, mi experiencia personal como reflejo de la vivencia del agrupo en 1964 y 1965.
Así pues, estando en la ciudad recibí instrucciones de permanecer en ella hasta nueva orden. Días después, establecí contacto con el profesor Gámiz, quien me explicó los motivos por lo que había bajado al grupo. Me puso al tanto del lugar en donde se encontraban los demás compañeros (escondidos en un rancho ubicado en las cercanías de Galeana). Gámiz también se encontraba escondido y sólo iba ocasionalmente a la ciudad de Chihuahua para atender asuntos relacionados con nuestra lucha. Aquella vez, el profesor Gámiz me permitió que me fuera a mi pueblo (Nuevo Casas Grandes) a descansar unos días, ya que no estaba fichado ante la policía. Así mismo, me dijo que él se encargaría de avisarme cuando se me necesitara.
Tiempo después me enteré de que, al separamos, cuando el profesor Gámiz caminaba por la calle, fue reconocido por un policía que había sido su vecino anteriormente. El policía en cuanto lo vio, habló por teléfono a una patrulla, luego procedió a la aprehensión del profesor Gámiz. El profesor al verse en manos del policía, no tuvo más remedio que echar mano de su capacidad de convencimiento, diciéndole al policía que por delatarlo seguramente le espera un ascenso, pero de ninguna manera eso va a ser su felicidad, pues en cualquier momento, sin ninguna consideración lo dejarían sin empleo.
“No –le dijo–, tú no sabes el por qué de nuestra lucha; esta es una lucha por el bien de todos, del pueblo, incluso de tus mismos hijos”; Logra persuadirlo, pero éste ya había hablado a una patrulla que no tardaría en llegar. No obstante el breve tiempo que duró el convencimiento, el policía le promete que no va a decir de quién se trata; únicamente que es un individuo que anda armado sin el permiso correspondiente. También le dice que a donde lo lleven busque a un individuo, de quien le da el nombre y señas, que le ofrezca una cierta cantidad de dinero y así sin muchos problemas podrá quedar en libertad. En esos momentos llega la patrulla y se lleva al profesor. Siguiendo las instrucciones que le había dado el policía, al día siguiente por la mañana logra salir en libertad burlando de este modo la acción del enemigo.
La convicción en la justeza y necesidad de sus ideas, hacen del revolucionario un hombre capaz en todo; capaz de soportar con abnegación los mayores sacrificios, capaz de convencer a una persona, como en este caso lo hizo el profesor Gámiz, de lo justo y noble de la revolución. La fuerza de las palabras va en proporción a lo claro y firme que se tengan las ideas. Bastaron unos minutos en los que el profesor logró salvarse de las garras del enemigo, por su cariño y confianza en la gente del pueblo y en aquel policía que, por hambre e ignorancia, desempeñaba tan vil y denigrante papel, el de delator.
Yo por mi parte, después de haberme separado del profesor, me dirigí al rancho donde se encontraban los otros compañeros. Por estas fechas, en el mes de agosto de 1964, llegó al rancho procedente de los EE.UU. Salvador Gaytán, quien andaba de bracero (campesino que emigra legal o ilegalmente en busca de trabajo, al ser despojado de su tierra por el cacique o, como complemento, al término del periodo de cosecha). Después de pasar unos días con los compañeros me fui a mi pueblo, pero regresaba a trabajar periódicamente con ellos en la pizca de maíz y algunos otros trabajos propios del campo.
Días más adelante, por casualidad me encontré entre filas enemigas. Fue que al llegar a mi pueblo, me tuve que regresar de inmediato por no encontrarse mi familia en el lugar. Mi regreso obedeció a que se festejaban las fiestas de 15 de septiembre y pensé en pasar esos días al lado de mis compañeros. Para esto tomé un camión que me trasladó hasta cierto lugar, y de ahí en adelante tuve la necesidad de pedir “aventón” por andar escaso de dinero. No fue sino hasta ya de noche, cuando una camioneta particular (pick up) frenó unos cien metros delante de mí. Corrí hacia ella y grande fue mi sorpresa cuando al llegar, vi que transportaba soldados. Tuve un momento de duda, sin embargo, pude controlar mis nervios y haciendo acopio de serenidad, subí. En una de las bolsas de mi chamarra llevaba una pistola calibre 45, esto me hacía sentirme aún más inquieto. En esta forma y por necesidad de pedir “aventón” me encontré con una patrulla militar.
No es necesario detallar lo que sentí en aquellos momentos. Cualquiera que esté mínimamente comprometido con la lucha puede saberlo. Ya casi para llegar al pueblo, cerca de donde se encontraban los compañeros, el oficial de aquellos soldados dio la orden de que se agacharan, esto me puso aún más nervioso, pues pensé que ya habían descubierto el lugar en donde estaban los compañeros. Mi inquietud se acentuó más cuando el vehículo evitó pasar por la calle principal saliéndose de la carretera, haciendo un rodeo por la periferia. Yo pensaba qué hacer en caso de que ya hubieran sido localizados los compañeros.
Al llegar a la salida del pueblo la camioneta frenó y el oficial, que iba en la cabina, me llamó y me preguntó que a dónde me dirigía, y le respondí que al pueblo que acabábamos de pasar; le manifesté también que sólo iba a la celebración de las fiestas patrias. Después de este pequeño, pero molesto y peligroso interrogatorio, me dijo que no me podían dejar, que tenía que continuar con ellos. No tuve más remedio que aceptar y continuamos. Me tranquilicé un poco al ver que salíamos del área donde se encontraban los compañeros.
Nuestro destino era cercano, llegamos a otro pueblo y nos dirigimos a la escuela, lugar donde también celebraban las fiestas patrias. El vehículo se estacionó a cierta distancia, los soldados bajaron y tendieron un cerco a la escuela; hasta entones me di cuenta del por qué de la actitud de los soldados al esconderse cuando pasamos el pueblo anterior y por qué no me habían dejado allí. Se trataba de una campaña de despistolización, maniobra que se realizaba en los lugares de la región en estas fechas, por lo tanto, si me hubieran dejado en el pueblo a donde iba yo, hubiera podido avisar a la población para que escondieran las armas. Lo sigiloso de aquella acción era con el motivo de no delatarse.
Otro problema a resolver era que si me revisaban a mí también, ¿cómo iba a explicar la portación de la pistola?, por lo que en un descuido del chofer pensé en tirarla en unos matorrales, pero reconsideré mi actitud viendo que era difícil que me revisaran, por ir con ellos y por considerar que eso significaba la pérdida de mi arma, cosa que un revolucionario debe evitar en la mayor medida posible. Después de la maniobra emprendimos el regreso. Llegamos al pueblo que antes habíamos pasado y en este lugar los soldados realizaron la misma operación, que consistía en tomar por sorpresa a la población y recoger sus armas. Después de la maniobra me dijeron que me podía retirar, lo que hice inmediatamente dirigiéndome a la casa de unos simpatizantes a los que platiqué mi aventura.
Me señalaron unos errores en los que había caído, sin embargo, la crítica era motivada por el miedo de que los pudiera comprometer, más que por una seria observación de la situación. Entre otras cosas, me decían que por qué tenía que andar armado en el pueblo, que esto no era necesario y que me podía comprometer. Yo consideré que esas críticas carecían de fundamento, ya que un militante que se encuentra seriamente comprometido con la lucha revolucionaria, no puede dejar de tomar todas las precauciones necesarias para evitar cualquier sorpresa. Un militante de una organización en armas, no puede ser desarmado a no ser por estricta necesidad cuando se trate de cumplir alguna misión específica que así lo requiera, ya que se tiene el serio peligro, por muchas medidas de seguridad que se tomen, de que por una simple indiscreción de la población simpatizante, se vea identificado y no tenga más remedio que evitar el arresto o la muerte por medio de la violencia. Sin embargo esto no lo comprendieron aquellos compañeros, los cuales en determinado momento sí podían explicar su situación legal ante las autoridades, situación en la que yo no me encontraba.
Lo que quiero señalar muy especialmente es la necesidad de toda organización revolucionaria de proveerse de potencia logística, ya sea por expropiación o por cualquier otro medio. El caso anterior es un ejemplo de esta necesidad y del peligro que se corre cuando la situación económica obliga al militante a trasladarse por medio de “aventón”, ya que generalmente la persona que pasa en automóvil o cualquier otro vehículo motorizado tiene una condición económica que lo sitúa en un determinado nivel social y es reducido el número de pequeño burgueses o burgueses que en una situación de compromiso puedan ser solidarios con el militante revolucionario. Si en determinado momento no delatan, tampoco prestan ayuda.
Cosa diferente sucede con los oprimidos, sobre todo el campesino y el obrero que son capaces de arriesgar su seguridad personal y hasta su vida en aras de la causa, pues por su situación económica entienden y sienten más propia la lucha revolucionaria que un pequeño burgués o burgués y en muchas ocasiones, aunque éstos se digan intelectuales de izquierda.
El profesor Arturo Gámiz (febrero de 1965) participa en la organización y en los trabajos del encuentro estudiantil celebrado en Torreón de Cañas, Dgo.
10.- EL VIAJE A LA CAPITAL DEL PAÍS Y SU OBJETIVO: CONSOLIDACIÓN ORGÁNICA DEL GRUPO
Días más tarde, me trasladé a la ciudad de Chihuahua donde hice contacto con el profesor Gámiz, quien me dio un documento mimeografiado para que lo pasara entre los simpatizantes. Hasta la fecha no ha aparecido este documento de vital importancia, ya que era la fundamentación política de la guerrilla. Luego, el profesor me dice que me traslade a donde se encuentran los compañeros y les avise de nuestro próximo viaje a la Ciudad de México. Esto lo hice inmediatamente, y poco después recibimos la orden de trasladarnos a Chihuahua. Para esto, los compañeros que estaban más identificados se tuvieron que disfrazar de religiosos; en un automóvil último modelo (proporcionado por la red urbana) emprendieron el viaje. Llegaron sin novedad a Chihuahua, hicieron contacto con el profesor Gámiz y se trasladaron a la Ciudad de México. Yo por mi parte, tomé un autobús y me trasladé a la ciudad de Chihuahua donde me esperaba gente de la red, quienes me proporcionaron lo más indispensable para mi traslado a Cd, Delicias y de allí partiría a la a la Ciudad de México; después me comunicaron que conmigo se iba otro compañero; este compañero era Oscar Sandoval.
A los pocos días salimos rumbo a la Ciudad de México, pero como íbamos escasos de dinero sólo llegamos hasta Guanajuato, donde hicimos contacto con un colaborador del grupo: con la ayuda económica de este compañero continuamos el viaje en tren hasta nuestro destino.
El compañero Oscar conocía un poco la Ciudad de México, pues había estado en otras ocasiones, cumpliendo alguna misión por parte del movimiento estudiantil. Así pues, al llegar a México nos dirigimos a una dirección en donde logramos hacer contacto con el resto del grupo, que por cierto había crecido, ya que el profesor Gámiz había hecho algunos reclutamientos en Chihuahua.
El lugar donde se encontraba el grupo era una casa particular, ubicada en calle Penitenciaria numero 27, Colonia Morelos; un simpatizante (Arsacio Vanegas Arroyo) nos había dado albergue, pues no contábamos con recursos económicos que nos permitieran rentar un local. En este lugar el grupo tuvo sus primeros pasos en el entrenamiento; el estudio teórico de los lineamientos de la guerrilla y algunas otras cosas como explosivos, que por el momento no teníamos posibilidades de conocer en la práctica; aunado a ello estaba la preparación física y militar.
Nuestras posibilidades eran limitadas, lo cual ocasionaba que el entrenamiento no fuera completo. Por lo tanto, nuestra práctica consistía en el conocimiento del arma que traíamos, su utilización, limpieza y mantenimiento. La profunda convicción que hace al guerrillero no es el equipo que porte, sino su completa disposición a declarar la guerra -aún con escasos elementos técnicos-, contra un enemigo poderoso técnica y militarmente, pero negado históricamente y odiado por nuestro pueblo.
Sabíamos que nuestra fuerza real residía en la capacidad política de fusión y asimilación con el pueblo. Esto nos permitía definitivamente golpear al enemigo y, a la larga, hacer de los revolucionarios una fuerza invencible, como lo es el pueblo a la hora de ponerse de pie.
Bajo esta convicción llevábamos adelante el desarrollo de nuestro entrenamiento. La lucha no se comenzó contando con un aparato militar previamente establecido, ni políticamente instituido por decreto; cuando Gámiz se fue a la sierra lo hizo sin armas y profundamente convencido de la necesidad de la lucha.
Lo que quiero señalar no es un desprecio a los elementos materiales de la guerra, tan indispensables sobre todo en nuestro tiempo, sino la supeditación de éstos a una correcta línea revolucionaria, a una convicción arraigada y clara de la necesidad de tomar las armas como el medio más eficaz de llevar a cabo la liberación de nuestro pueblo. Si existe la clara idea de la necesidad y posibilidad de la lucha revolucionaria, las necesidades materiales y técnicas se aprecian en su real dimensión y el revolucionario se aboca a satisfacerlas, sabiendo que estos pequeños satisfactores son parte indispensable en la guerra a muerte que se apresta a llevar a cabo.
En sí, puedo decir que el ejemplo más claro de la justeza de estas apreciaciones es nuestra estancia en esta casa. No teníamos a nuestra llegada a la Ciudad de México un aparato que nos asimilara y nos diera protección, sin embargo, como se vio desde el inicio de nuestra lucha, contábamos con lo más importante, el elemento humano. El elemento conciente del pueblo que sacrificaba quizás parte de su salario para que nosotros pudiéramos avanzar en nuestra lucha; el compañero que, sin importarle el peligro y sacrificio que para él representaba su fe en la lucha, lo llevó a pasar por alto estas cuestiones, dándonos casa, comida y en muchas ocasiones su colaboración directa en nuestras acciones. Pienso que esto es lo que va creando la organización revolucionaria del pueblo.
No obstante, el número de personas que nos encontrábamos en la casa antes mencionada, constituía un peligro al no haber justificación legal de nuestra estancia en ella. Por otro lado, durante toda nuestra estancia en la Ciudad de México, no dejamos de ser una carga para la situación del compañero, pese a su disposición y abnegación. Así, por un lado la necesidad de dispersión del grupo para evitar nuestra ubicación y por otro, la imposibilidad de seguir dependiendo de aquella familia, hace que decidamos separamos.
Un grupo en el que iba el profesor Gámiz, se trasladó a la ciudad de Zacatecas; otro se quedó en la Ciudad de México, y yo, me trasladé a la ciudad de Chihuahua. Hice contacto con el doctor Pablo Gómez, discutimos algunos de los problemas por los que pasaba el grupo: Como conclusión, él me hizo ver que estos problemas iban a disminuir pues él y otros compañeros estaban a punto de trasladarse a la Ciudad de México con el fin de integrarse definitivamente al grupo armado.
Así pues, decidí trasladarme a la Ciudad de México. Al llegar, no obstante que yo estaba informado de la llegada del doctor Pablo Gómez y demás compañeros, el profesor Gámiz me expone la necesidad de planear una expropiación. Se estuvieron checando varios establecimientos comerciales sin que pudiéramos llegar a la acción, pues se nos presentaban dificultades que podían entorpecer la maniobra, tales como la carencia de vehículos para la retirada luego de haber efectuado la acción. En eso llegaron el doctor Pablo Gómez y los demás compañeros cosa que, efectivamente, sacó un tanto a nuestro grupo de la situación difícil que afrontábamos.
11.- LAS DIFICULTADES DE UN ENTRENAMIENTO POLÍTICO Y MILITAR. PERSPECTIVAS, PLANIFICACIÓN DEL ASALTO AL CUARTEL DE CIUDAD MADERA
Una ocasión, el doctor Pablo Gómez me dijo que íbamos a tratar de hacer contacto con un ex militar de nombre Lorenzo Cárdenas Barajas, cuya vil y cobarde traición significaría más adelante la muerte de muchos y muy valiosos cuadros revolucionarios. El contacto se hizo, y fue así como este individuo se integró a nuestro grupo.
Por estas fechas pudimos rentar un local. En este local se fundó, se puede decir, una verdadera escuela de cuadros, ya que, aún cuando el entrenamiento había sido constante, fue hasta entonces cuando tuvo mayor planificación y más eficacia. Se organizaron los cursos políticos a cargo del profesor Gámiz y con Lorenzo Cárdenas, el entrenamiento militar mejoró en apariencia. La táctica militar, elemento de una guerrilla nos fue dada en aquel entonces. Aprendimos cómo leer un mapa, cómo levantar un plano topográfico, cómo realizar una emboscada, etc. El entrenamiento físico jugó un papel muy importante para los compañeros nuevos en el grupo, pues para ellos una caminata o una práctica de tiro eran situaciones completamente nuevas. Para nosotros, el grupo inicial, una caminata de ese tipo después de nuestra estancia en la sierra de Chihuahua con el enemigo pisándonos los talones, era realmente un paseo.
Aún cuando el entrenamiento permite ir seleccionando cuadros, no constituía ni el cincuenta por ciento de lo que realmente es la vida del guerrillero rural. Las condiciones psicológicas dadas en el entrenamiento no pueden ser las mismas que en la estancia con el grupo armando en la sierra. El simple hecho de saber que no hay enemigos que nos persiguen, que después de cada práctica hay posibilidades de descansar, condiciona otra situación psicológica, inclusive un tanto romántica en el militante. Es la situación objetiva que se vive en la lucha, lo que en definitiva forma al militante y lo hace capaz de realizar las mayores muestras de heroísmo y sacrificio. Es la lucha, combate tras combate, ayuno tras ayuno, fatigas, triunfos, derrotas, alegrías y tristezas derivadas de esta situación lo que indudablemente templa la voluntad del revolucionario. No obstante, el entrenamiento es un factor que sí puede dar una ayuda a la formación de cuadros. Es así como en el transcurso de un año se fueron mostrando los mejores elementos.
Se empezó a ver con recelo la actitud de aquel militar, cuyo entrenamiento no era de lo más completo; esto motivó que se le fuera marginando poco a poco. En el mando de la guerrilla (Arturo Gámiz, comandante en jefe, Pablo Gómez, jefe ideológico político y como jefe de operaciones Salomón Gaytán), empezaron a ver la posibilidad del regreso ( agosto de 1965), así como lo concerniente al ataque al cuartel de Ciudad Madera. Empezaron a hacer los preparativos, entre otras cosas un croquis de Ciudad Madera. Este croquis después sería robado por el ex militar, con lo que definitivamente se reafirmó la sospecha que se le tenía.
Emprendimos el viaje en grupos hacia la ciudad de Chihuahua. Salvador Gaytán, que se había integrado al grupo en la Ciudad de México, después de haber hecho algunas acciones en la sierra de Chihuahua contra el ejército, fue comisionado junto con Juan Antonio para que se internaran en la sierra y bajaran las armas que allá se habían dejado. Por otro lado, el doctor Gómez, Arturo Gámiz, Salomón y Antonio, al llegar a Monterrey secuestraron a un taxista con todo y su vehículo, ya que no podían llegar a Chihuahua por ningún otro medio de transporte por estar plenamente identificados.
El grueso del grupo, con quien yo iba, llegó a la ciudad de Chihuahua. Establecimos contacto con gente de la red que nos proporcionó un local. Después de nosotros llegaron el profesor Gámiz y los otros compañeros, llevando con ellos al taxista, para quien la red urbana había destinado otro local, donde le retendría mientras nosotros llegábamos a la sierra.
Nuestra estancia en la ciudad fue breve; con el equipo que llevábamos y algunos otros objetos indispensables que nos proporcionó la red, emprendimos el viaje hacia Ciudad Madera. Para esto la gente se organizó en tres grupos, quedando el primero constituido por compañeros de reciente ingreso al grupo, cuya misión era llegar hasta Ciudad Madera, recabar toda información posible y hacer contacto con los otros grupos en las cercanías de la población. Entre otras cosas, había que averiguar el número aproximado de soldados acuartelados en el lugar, el funcionamiento interno del cuartel, las rondas de vigilancia, etcétera. El segundo grupo, donde iba el profesor Gámiz y el resto del mando de la guerrilla se dirigió hacia la sierra, llevando todavía el taxi en que habían llegado de Monterrey. Al llegar a cierto punto, ya casi en la sierra, abandonaron el automóvil y continuaron a pie.
El tercer grupo, en el que yo me encontraba, también emprendió la marcha. Íbamos repartidos en dos automóviles y debíamos hacer contacto con el segundo grupo en una zona tarahumara. Llevamos los automóviles hasta donde fue posible, o sea hasta donde éstos pudieron llegar por brechas. De allí en adelante continuamos a pie.
Al llegar a la región empezamos a preguntar por el profesor Quiñónez, quien prestaba sus servicios de maestro y que había aceptado integrarse al grupo guerrillero. Era lógico suponer que sería conocido en la región, sin embargo, a cada tarahumara que se le preguntaba, sólo meneaba la cabeza negativamente sin articular palabra alguna; mostraban absoluto silencio o apariencia de que no sabían de quién se les hablaba. Por fin dimos con un tarahumara que ya estaba enterado de nuestra llegada y nos guió hasta Ariciachic donde se encontraba nuestro compañero. Este caso señala por sí mismo cuál era la actitud de los tarahumaras para con el grupo; ellos sabían de la existencia de los compañeros en su comunidad, pero en un afán de protección, se negaban a informarnos sobre su ubicación. El trabajo realizado por el profesor Quiñónez no había sido en vano. También los tarahumaras comprendían el carácter clasista de la explotación de que eran víctimas y estaban dispuestos a participar en la lucha, colaborando con el grupo, conscientes de que era la única forma de quitarse el yugo de los chabochis (hombre blanco).
En el poco tiempo que estuvimos en esta comunidad se realizó una pequeña labor social. El Doctor Gómez estuvo atendiendo algunas enfermedades infecciosas que padecían los tarahumaras. Esta pequeña labor reforzaba el apoyo y la confianza que nos brindaban en aquella región.
Llegado el momento de partir aligeramos la carga, desechando objetos que pensábamos no eran de mucha importancia. Así iniciamos la marcha rumbo a Ciudad Madera. Fueron días y noches de cansadas caminatas, pero se notaba una moral y abnegación tales que hacían resaltar la firmeza de aquella gente. Dado que el tiempo apremiaba (el plan original era llevar a cabo ataque el día 15 de septiembre), se decidió buscar un camino maderero para agenciarnos un medio de transporte; tendimos un cerco en el camino y le salimos al primer camión que pasó. Nos sorprendimos al ver que en él viajaban mujeres y niños, por lo que se decidió dejarlos continuar, teniendo que pasar ante esa gente como un grupo represivo que andaba en busca de armas.
En la segunda ocasión no tuvimos problemas, pues el chofer iba solo y sencillamente se le explicó que no le sucedería nada; que íbamos a utilizar su camión, pero que pronto lo dejaríamos en libertad. Durante toda la noche continuamos la marcha llegando al amanecer a las cercanías de Ciudad Madera. Inmediatamente se trató de hacer contacto con el primer grupo y con Salvador y Antonio, no pudiendo lograrlo en ninguno de los dos casos.
Durante nuestra estancia en el lugar, se hizo el croquis del cuartel y se repasó detenidamente el plan de ataque. El doctor Gómez, viendo que no habíamos hecho contacto con el grupo de exploración, ni con Salvador Gaytán, y tomando en cuenta que los informes que habíamos recibido, respecto a que se habían estado concentrando tropas en la región y que había más de cien soldados en el cuartel, habló con el profesor Arturo haciéndole ver que tal vez sería más conveniente realizar la acción en otro lugar en donde nuestras fuerzas no tuvieran tanta desventaja, a lo que el profesor contestó que no, “El asalto se va a llevar a cobo -dijo- si ganamos que bueno, si perdemos ni modo pero tenemos que dar un golpe espectacular, que despierte conciencias, que los chihuahuenses todos los mexicanos sepan lo que está sucediendo aquí en Chihuahua. Así pues, levantamos el campamento la madrugada del 23 de septiembre, enfilando hacia la ciudad.
Tratamos de cortar las comunicaciones destruyendo cables telegráficos y telefónicos, pero no nos fue posible, debido a que no llevábamos el equipo necesario. Además el tiempo se venía encima. Continuamos la marcha y ya en las cercanías del cuartel nos dividimos en tres grupos. El asalto se programó de la siguiente manera: hacia el norte (en la casa redonda) el grupo formado por Oscar Sandoval, Rafael Martínez Valdivia, Guadalupe Scobell y yo. Hacia el sur: (por la entrada a la ciudad viniendo de Cd, Cuauhtémoc) el Dr. Pablo Gómez, Emilio Gámiz, Antonio Scobell y Miguel Quiñones. Hacia el este (en el terraplén de las vías del ferrocarril) Arturo Gamiz, Salomón Gaytán y Ramón Mendoza. Hacia el suroeste (en la casa Pacheco) Francisco Ornelas. En algún lugar, para mi desconocido, José Juan Fernández cuidando el camión maderero, en el que se suponía, en caso de triunfo, partiríamos a la región donde había operado el Grupo Popular Guerrillero.
El profesor Valdivia y yo, teníamos la consigna de someter al velador de la Casa Redonda (taller de ferrocarril), sin embargo, éste no se encontraba, lo cual nos pareció sospechoso. Cruzamos el taller y nos dirigimos a una barda que era nuestra posición en el semicírculo que le tendimos al cuartel; al llegar a ésta, vimos fogatas y postas. Conforme a la vida rutinaria del cuartel, no tenían por qué estar allí. Permanecimos en nuestras posiciones esperando la señal de ataque que consistía, dada nuestra supuesta ventaja por el factor sorpresa, en el primer disparo. En esos momentos los soldados marcaron un “alto ahí”, y la respuesta de los compañeros fue una andanada de balas, seguidas de los disparos que hicimos nosotros, generalizándose en breves instantes un encarnizado combate. Disparábamos a siluetas y ventanas que veíamos con la poca luz de las fogatas.
Una máquina del ferrocarril, que misteriosamente se encontraba estacionada cerca del cuartel, estando en ella su tripulación, encendió la luz enfocando en forma completa la primera línea de fuego (Arturo Gámiz, Salomón Gaytán, Ramón Mendoza) que se encontraban parapetados en el terraplén de la vía, quedando así a merced de los disparos del enemigo. Nosotros seguíamos disparando, cuando en esos momentos se oyó la voz de retirada, que consistía en la palabra “águila” y sólo podía ser dada por el mando de la guerrilla.
Al oír la voz de retirada, se lo hice saber a los demás compañeros que se encontraban cerca, y que eran el profesor Valdivia, Lupito, Scobell y Oscar Sandoval. Sin embargo, dada la intensidad del fuego, los compañeros no la oyeron diciéndome que tal vez se trataba de un grito de agonía de algún soldado. Yo había oído muy claramente la voz de retirada; no obstante, mi obligación era quedarme, mientras los demás compañeros no se retiraran. Mientras tanto el combate continuaba.
En un momento en que nos cubrimos para cargar nuestras armas, el enemigo, en una acción suicida, se lanzó al asalto de nuestra posición de tiro que, repito, consistía en el atrincheramiento detrás de una barda. En ese momento escuché más disparos, pero estos provenían del lado contrario, es decir, a nuestras espaldas. El primero en caer fue el compañero Oscar Sandoval. Rafael Martínez trataba de encender la mecha de una granada, para lanzarla a los soldados que habían llegado del cuartel a la barda pero en ese momento fue alcanzado por las balas de los soldados que nos estaban cercando; “ya me dieron compañero Lugo” –me dijo- y cayó mortalmente herido. En ese mismo instante, a la altura de la cintura sentí el impacto de una bala que, por suerte, pegó en el cargador de la carabina 30-06 que yo portaba. La bala y esquirlas del cargador penetraron en mi cuerpo, pero me sobrepuse al golpe y pude continuar de pie.
12.- CULMINA LA ACCIÓN. RETIRADA
Yo me cubrí en un poste de telégrafos, mientras que Lupito lo hacía en una saliente de la barda. Le hablé haciéndole saber lo absurdo de nuestra permanencia en el lugar, pues era obvia la derrota, a lo que me contestó con una firmeza y coraje dignos de admiración, pero con una visión poco clara de la situación en el momento: “¡aquí nos lleva la chingada, pero no abandonaremos el combate!” Ante esta respuesta, le hice saber mi decisión de tratar de romper el cerco. Luego hice unos disparos a los soldados, haciéndolos protegerse momentáneamente y, aprovechando este momento, corrí hacia una barda que se encontraba al otro lado de la calle. Luego de llegar a ésta, traté de proteger la salida de Lupito, que ya no se encontraba en el lugar. Me imaginé que corrió al mismo tiempo que yo, en la misma dirección, pero ubicándose en un sitio distante del lugar en el que yo me encontraba. Continué la retirada hacia el primer punto de contacto (primero de tres, que previamente habíamos establecido, por si fallaba la acción).
Creo conveniente hacer una serie de observaciones, ante la profunda convicción de que caímos en una celada por haber sido delatados nuestros planes, por el ex militar Lorenzo Cárdenas Barajas.
a) El velador de la Casa Redonda no se encontraba en su puesto de trabajo.
b) La existencia de fogatas y postas fuera del cuartel.
c) La máquina estacionada cerca del cuartel y la permanencia en ella de su tripulación.
d) El emplazamiento de ametralladoras de grueso calibre hacia la parte sur.
e) La acción suicida de los soldados cuando se lanzaron a la toma de nuestra posición, demuestra un conocimiento preciso de nuestra debilidad en armamento y elementos humanos, dado que no son éstas las características que distinguen la moral y el comportamiento del soldado del ejército opresor.
El hecho de que, en un momento nos encontráramos a dos fuegos, señala que la línea en que se encontraba el profesor Gámiz fue abatida inmediatamente, habiendo sido ubicada por la luz de la locomotora. A esto, creo se debe la prontitud de la voz de retirada. Al parecer, cuando Salomón se disponía a lanzar una granada fueron enfocados por la luz de la locomotora al mismo tiempo que el enemigo los acribillaba. No pudo lanzarla y explotó en sus manos, alcanzando al profesor Gámiz, que se encontraba cerca de él (esto es deducción mía, basándome en el testimonio de algunas personas que vieron el cadáver de Salomón destrozado, y por la fotografía que apareció en los diarios en donde se ven quemaduras en el rostro del profesor Gámiz).
Sin embargo, estas deducciones, con el tiempo podrán ser comprobadas o desechadas, ya que existe un sobreviviente de ésta posición. Será posible entonces que el testimonio de éste compañero (Ramón Mendoza) nos dé una visión más completa y precisa de cómo se desarrollaron los acontecimientos en su línea de fuego.
Luego de haber llegado al primer punto de contacto, me detuve unos momentos. Al ver que nadie llegaba reanudé la marcha. Posteriormente, cuando caminaba entre un maizal, escuché ruidos de motores, me agazapé y vi que pasaban varios vehículos militares que, según imaginé y comprobé después, iban en persecución de los sobrevivientes.
El rumbo que yo llevaba era hacia las zonas en donde había operado el grupo y que se encuentran en el corazón de la Sierra Madre Occidental, pero me desvié hacia el norte pensando que era necesario reponerme de la herida y que esto no sería posible en nuestra zona de operaciones, pues de seguro encontraría allí el ejército represor.
Así, habiendo cambiado el rumbo caminé y caminé en plena sierra, consciente de lo que aquella acción significaba por la pérdida de tan valiosos cuadros de la revolución.
Físicamente mal y moralmente peor, caminé durante varios días guiándome únicamente por la salida sol. Dada la inmensidad de la sierra y mi desconocimiento total de ésta zona, llegué a la conclusión de que tenía que hacer contacto con algún campesino; esto desde luego era muy riesgoso, pues podía encontrarme con alguien que, lejos de orientarme, me delatara. Sin embargo, mi condición física era lamentable por haber perdido mucha sangre, por no comer ni dormir. Perderme en la sierra en éstas condiciones equivalía a caer en las manos del enemigo, por lo tanto, valía la pena correr el riesgo y decidí hacer el contacto. Seguí caminando, hubo momentos que despertaba sin saber si me había dormido o me había desmayado a consecuencia de las condiciones físicas en que me encontraba. Por fin oí que ladraban perros, por lo que deduje que me encontraba cerca de un rancho. Me guié por los ladridos y caminé hasta llegar cerca de una ranchería que, después supe, era El Presón del Toro. De pronto me vi frente a un chamaco de unos 14 o 15 años, que salió corriendo al verme casi descalzo, la barba crecida, demacrado, las ropas rotas y sucias y con el rifle en la mano. Era un aspecto que no me favorecía mucho.
En unos arbustos escondí el arma y me senté esperando a que pasara algún campesino. Por fin vi a uno que se dirigía a la ranchería y que afortunadamente pasaría cerca de mí. Luego que ya estuvo a una distancia considerable le hablé. Un tanto sorprendido me preguntaba que a quién buscaba, que qué quería. Por fin se acercó hasta donde yo estaba (después me contó que al ver parte de mi arma, pues ésta no estaba bien oculta, pensó de inmediato que yo era un sobreviviente del asalto al cuartel, pues la noticia había llegado a todos los rincones del estado). Fue por esto que se acercó, pensando que yo necesitaba ayuda.
Inmediatamente le hablé de la necesidad de que me orientara y puesto que era imposible ocultar mi procedencia le dije que venía de Ciudad Madera. Noté en su cara un gesto de comprensión y a la vez de alegría; emocionado me dijo que me iba a prestar toda la ayuda necesaria. En esos momentos, a una distancia considerable, cabalgaba un grupo de unos ocho vaqueros. El campesino que se encontraba conmigo comenzó a gritarles llamándolos hacia el lugar en donde nos encontrábamos; en estos momentos me sentí perdido, pues pensé que entre tantos podía haber alguno que me delatara. Cuando llegaron, el campesino les habló de mi situación y les preguntó que si estaban dispuestos a colaborar. Casi al mismo tiempo contestaron todos que sí, sacando de sus alforjas botellas de leche y comida demostrando así su deseo de ayudarme. Mientras comía, estuvimos platicando; ellos me hacían preguntas respecto de los sucesos en Ciudad Madera, a la vez me comentaban las noticias de los periódicos. Más tarde se despidieron de mí, comprometiéndose a darme toda la ayuda necesaria. El campesino que estaba conmigo, me dijo que fuéramos a su casa para que comiera comida caliente y me proporcionara ropa limpia. Le pregunté a dónde podría esconder el arma, él me contestó que no era necesario, que podía llevarla conmigo y así, en pleno día y con el arma en la mano, entré en aquella ranchería.
Llegamos hasta la casa del campesino. Se encontraban su esposa, que por cierto estaba embarazada, y su padre, un señor ya grande de edad. El campesino, después de presentarme y darle algunas instrucciones a su esposa para que preparara alimentos y me diera ropa limpia, se despidió de mí, diciéndome que iba a buscar medicinas y a alguna persona que pudiera curarme.
Yo me quedé platicando con su padre y me sorprendió bastante que estas personas apoyaran a nuestra lucha (tomando en cuenta que en esta zona no se había hecho trabajo político). Este apoyo se debía, como me decía aquel hombre, a lo difícil que era la vida, pues sólo se trabajaba para pagar impuestos altísimos al gobierno. El señor se despidió de mí después de un buen rato de platicar, diciéndome que tenía que ir a desempeñar algunas tareas propias del campo.
Al quedarme solo en la casa, noté que la esposa del campesino estaba nerviosa, por lo que opté por explicarle el motivo de nuestra lucha. Entre otras cosas, le dije que no tuviera desconfianza, que si me veía en aquellas condiciones y armado, era por la necesidad de luchar contra el mal gobierno que nos oprimía y explotaba y que la lucha era a favor de nuestro pueblo, de nuestros hijos.
Después de esta sencilla explicación vi más calmada a la señora. Poco después llegó el campesino acompañado de otro que tenía ciertos conocimientos de primeros auxilios. Me comunicaron que para mi seguridad me trasladarían a una cabaña que se encontraba en las afueras de la ranchería, y así lo hicimos. Luego de instalarme en la cabaña me curaron la herida, platicamos un rato y luego se despidieron prometiéndome llegar al día siguiente. Al otro día regresaron, me curaron otra vez y me contaron que habían ido a un poblado cercano en donde se encontraba Rito Caldera Zamudio, jefe de “acordada” (policía rural), a quienes habíamos desarmado en el pueblo de Dolores. Le preguntaron qué haría en caso de encontrarse con algunos de los sobrevivientes del asalto al cuartel, a lo que él contestó que precisamente lo habían mandado a aquella región en busca de los fugitivos, pero que él no haría nada, que prefería, en caso de encontrarse con alguno de ellos, hacerse el desentendido y dejarlo escapar, pues, “cuando me desarmaron, me trataron muy bien; son buenos muchachos”.
En este lugar permanecí dos días. Cuando les hice ver a los campesinos la necesidad de reanudar la marcha, me dijeron que me quedara allí hasta que me repusiera totalmente. Les expliqué que por medidas de seguridad, y esto era un acuerdo del grupo guerrillero, no podía permanecer más de dos días en un mismo lugar. Noté que los campesinos se entristecieron, pues en aquellos dos días habían comprendido cabalmente la necesidad de la lucha y querían verme completamente restablecido. Luego de convencerse de que era necesario que yo continuara adelante me proporcionaron algún dinero, así como alimentos y dijeron firmemente que apoyarían nuestra lucha y colaborarían en todo lo que fuera necesario.
Caminé dos o tres días hasta llegar a una población llamada Ignacio Zaragoza en donde habitaba gente que había participado en movimiento agrario y por lo tanto eran simpatizantes de nuestro movimiento. Después de partir de éste lugar hacia una comunidad llamada los pinos, fue cuando me alcanzó Salvador Gaytán. Estuvimos analizando los sucesos de Ciudad Madera y me invitó a que regresáramos para continuar la lucha. Yo le respondí que no me era posible, dadas las condiciones físicas en que me encontraba, que además era necesario ir a la ciudad de Chihuahua para informarnos de cómo andaba la situación entre la gente de la red urbana, qué repercusiones había tenido nuestra acción armada y más que nada, saber con qué se contaba para poder continuar nuestra actividad revolucionaria, y que después de esto estaría yo en la mejor disposición para subir a la sierra a continuar la lucha.
Nos despedimos, y yo continué la marcha recordando a los compañeros que habían perdido la vida en aquella acción. Llegaban hasta mi memoria pasajes de lo que fue nuestro GRUPO POPULAR GUERRILLERO, plenamente convencido de que tenía que continuar luchando...
¡HASTA VENCER O MORIR!
Cárcel de Lecumberri, México, D.F. a 16 de mayo de 1973.
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