DEL CUARTEL A LECUMBERRI.
SEGUNDA
EDICIÓN
D. R. ©
RAÚL FLORENCIO LUGO HERNÁNDEZ
N. de
R. 03-2004-121014225300-01
DISEÑO
DE PORTADA: JANNETH LUGO ROBLES
CALLES
14 Y15 AV. 19 # 1450
AGUA
PRIETA, SONORA.
CODIGO
POSTAL 84269
TELÉFONO
(633) 338 25 58
:
DEDICATORIA:
Para
Rosa
María Bustamante Romero
Blanca
Edith,
Iveth,
Janneth
Y
Carlos
Raúl.
.
.
INDICE
Prólogo
1.- La despedida.
2.- Reacción positiva.
3.- La zona de más riesgo.
4.- Hacia nuevos horizontes.
5.- La gran urbe.
6.- El avance ideológico.
7.- Contacto con la ACNR.
8.- Nacimiento de mi primera hija.
9.- El comando armado de la ACNR.
10.- En el palacio negro de Lecumberri.
11.- La sentencia.
12.- Una nueva familia.
13.- Víctima de la delincuencia.
14.- Encuentro inesperado.
15.- Reflexiones.
PRÓLOGO
Florencio Lugo me distinguió con el honor y la
oportunidad de escribir un texto para su libro, tal distinción me llena de
orgullo pues desde hace muchos años conservo el recuerdo inolvidable de
Florencio; otro nombre que se me ha olvidado, otro tiempo y otras
circunstancias que determinaron nuestras vidas.
Hace
ya 39 Octubres que el entonces joven Florencio llegó ha la escuela normal de
Salaices, días antes nos habían comunicado
unos maestros de Jiménez que llegaría una persona a solicitarnos apoyo y
protección. Yo era entonces el secretario general de la Sociedad de Alumnos.
Él, que había salido milagrosamente vivo del ataque del cuartel de Madera en
aquel Septiembre del año 65, buscaba un lugar para descansar, protegerse y
hacer contacto con Álvaro Ríos. Muy pocos
estudiantes sabíamos la situación de Lugo, (creo recordar a Jesús
Márquez Juárez a quien decimos aún “la
Quemada”). Le dimos protección y alimentación, también proporcionamos algún dinero, no pudimos
contactarlo con Álvaro pues en esos días al líder campesino no se le encontraba
tan fácilmente.
Ahora
que tanto tiempo ha pasado considero que Florencio se fue a ocultar al lugar
menos conveniente pues desde Septiembre rondaba por las Escuelas Normales un
funcionario del Ministerio Público Federal llamado Salvador del Toro quien
aseguraba que los sobrevivientes del asalto al cuartel harían contacto con los
internados, por alguna razón providencial Florencio Lugo paso desapercibido.
En
la novela de Carlos Montemayor Aceves titulada “Las armas del Alba” Florencio
Lugo tiene apartados muy importantes; por tratarse de una obra testimonial su
contenido está apegado a la versión que de los hechos hicieron los propios participantes
en el asalto al cuartel.
En el
capitulo primero, fragmento 7 hace presencia Florencio en pleno combate: “Vio
el desplazamiento de soldados. Distinguió a muchos en posición de ataque; los
tiros pegaban en la pared de la Casa Redonda, en la tierra, a su alrededor.
Cuando volvió a mirar hacia el cuartel, sintió un golpe en la cadera y luego
una quemadura intensa en la pierna. Comenzó a avanzar por la calle, hacía el
poniente protegiéndose de los proyectiles provenientes de la laguna y del cuartel,
estaba sangrando. No sentía dolor, a caso un ligero adormecimiento en la
pierna… se dio cuenta que una bala había golpeado primero el cargador que traía
en la cintura y luego descendió, sin penetrar el músculo, pero hiriendo con
esquirlas quemando.”
En
otra parte relata la escapatoria por entre un maizal, en la fuga escuchaba
tiroteos, quizás seria el final de la batalla. Cruzaba por las huertas y los
arroyos. Con grandes esfuerzos llego al cerro de la antena, todavía escucho
disparos a lo lejos, se alejó soportando el dolor por la herida. Andaba por
terreno desconocido, le resultaba difícil cargar el arma pues había sangrado
mucho sentía desvanecerse de fiebre y sueño, perdió sentido del tiempo, no
sabía cuantos días habían transcurrido desde el combate. En esas condiciones
llego a un rancho donde la familia campesina le ayudo proporcionándole
alimentación y primeras curaciones, lo sacaron al lomo de una mula hasta un
lugar donde pudo orientarse rumbo a Casas Grandes.
Uno de los lugares a donde llegó fue
el poblado de Ignacio Zaragoza donde
recibió atención médica del Dr. Raúl Peña Garibay y protección de los campesinos quienes lo llevaron a otro
lugar donde recupero su salud. En la siguiente parte- aquella que no había sido
escrita- Florencio llega a la normal de Salaices cuyos detalles hemos
comentado.
La
historia del escape la ha relatado Florencio en su primer libro, en ella se
aprecia el apoyo que recibió de los campesinos, los doctores, y muchas otras
personas. En esos momentos no sabía que los difíciles pasos de hombre herido lo
conducían a otras experiencias y a la prisión de Leccumberi tema de esta obra.
Ha
publicado dos libros; el primero “Asalto al cuartel de Madera” y “Del Cuartel a Lecumberri”. Abunda en los mismos temas, los grupos
guerrilleros de la década de los setentas y
la prisión que sufrieron muchos de sus integrantes. Es evidente un
factor muy importante; la consecuencia de Florencio quien adoptó la vía armada
como táctica de lucha desde 1965 que pasó la prueba de fuego en el cuartel de
ciudad Madera.
Pronto buscó otros grupos armados para
desarrollar la forma de lucha en la que creía. Tres del grupo de Arturo Gámiz
harían lo mismo Guadalupe Escobell, Ramón Mendoza y Florencio; el primero murió
en combate en 1968 en las sierras de Tezopaco; Límites de Chihuahua y Sonora en
el grupo de Oscar González Eguiarte, los otros dos viven para contarla.
La
obra que nos ofrece Florencio forma parte de una literatura Social que tiene
como uno de sus grandes propósitos, exponer las formas y condiciones en que se
dieron los hechos violentos en la década de 1970, es un relato sencillo
producido desde adentro de los grupos es la visión de un soldado de la causa
que busca un espacio adecuado para aplicar su táctica y lograr los propósitos revolucionarios.
Se incorpora a las obras testimoniales con las que se demuestra que ellos- los
militantes en armas- no eran unos bandoleros, ladrones y corruptos como los
trataba cierta prensa y el gobierno.
Este
libro tiene la facultad de llamarnos a reflexionar sobre las causas y los
móviles que llevaron a cientos de jóvenes a exponer y perder su vida o su
libertad, lo mínimo que podemos preguntarnos es: ¿Por qué se decidió tanta
juventud, hombres y mujeres a tomar las armas? Durante cerca de quince años se
produjeron acciones violentas y el gobierno desplegó una feroz guerra sucia
contra todo aquel que pareciera o fuera guerrillero.
Es
una etapa que el estado mexicano ha querido sumergir en el olvido más profundo
pues al formar parte de la historia sería un elemento crítico, un factor de
reflexión sobre las relaciones de pueblo
y gobierno. El silencio sobre algunos acontecimientos y grandes jirones de la historia es una actitud típica del gobierno
nacional; forma con la que asegura su
hegemonía y dominio, elude la crítica y el juicio de la historia.
Por
ello son importantes los testimonios que
refieren los grandes conflictos
que se han producido entre el pueblo o sus sectores y clases con el estado
representado por el gobierno. Al conocer esos testimonios aparece frente al
lector una realidad distinta a la oficial, una versión diferente de los
acontecimientos que han conmocionado al país.
Los
libros como el presente tienen por destino
ser testigos vivos y actuantes ante el juicio del futuro. Serán valiosos
documentos testimoniales cuando al fin se revelen las profundas causas que
motivaron la respuesta violenta en varias partes de nuestra nación.
Afortunadamente Florencio Lugo vive para relatarnos su verdad, radica en Agua
Prieta Sonora donde ha desempeñado varias actividades. Nunca ha olvidado a sus
compañeros del grupo armado en la sierra de
Chihuahua ni el amanecer del 23 de septiembre cuando expuso su vida y,
al salvarse, inició su marcha del cuartel a Leccumberi.
José Luis Aguayo
Álvarez
DEL CUARTEL A LECUMBERRI
LA DESPEDIDA.
Días después de los acontecimientos
registrados la madrugada del 23 de septiembre de 1965, unos campesinos me
informaron que Salvador Gaytán se encontraba en la zona y que me estaba
buscando. Los campesinos llevaron a Salvador hasta el lugar donde yo me
encontraba. La entrevista fue breve. Salvador me invitaba a regresar a la zona
de operaciones del GRUPO POPULAR GUERRILLERO, lo cual no era posible, dadas las
condiciones físicas en que yo me encontraba. Luego de la despedida, me quedé
meditando respecto al hecho de que Salvador haya podido seguir el rumbo que yo
llevaba. El ejército, con todo su poderío militar, no había logrado
encontrarme; sin embargo, Salvador si me alcanzó. No cabía la menor duda de que
las expectativas de Arturo Gámiz, al decidir llevar a cabo aquella acción
revolucionaria, se estaban cumpliendo a cabalidad, pues la población civil
apoyaba decididamente a quienes logramos salir con vida de aquella acción
fallida, que costara la vida a ocho de nuestros mejores compañeros.
REACCIÓN POSITIVA.
Bueno, voy a retroceder un poco para
relatar algo que anteriormente había omitido, para no comprometer a quienes, en
un momento dado, me ayudaron para seguir mi camino. Lo que sucedió fue que al
llegar a un poblado llamado Ignacio Zaragoza, habiendo tomado las medidas de
protección pertinentes, me dirigí al domicilio de mi tío Faustino Torres;
cuando llegue a la casa, la esposa de mi tío, llamada Jesusita, se puso muy
nerviosa, no tanto por mi presencia sino por miedo a la reacción de su marido,
ya que el hombre era muy enérgico y hasta violento cuando algo no era de su
agrado y en muchas ocasiones actuaba de manera prepotente, sin importarle a
quien hiciera daño. Mi tía me suplicaba que me retirara del lugar, a lo que
conteste que no, que me quedaría pasara lo que pasara.
Cuando mi tío llegó, gran sorpresa nos
llevamos porque su reacción fue muy distinta a la que esperábamos; es decir,
ordenó que se me atendiera de inmediato, que se me proporcionara ropa limpia y
todo lo necesario para el aseo personal. Ya era de noche cuando mi tío me llevó
a casa del Doctor Peña. El médico, auxiliado por una joven, me practico una
curación en la herida de bala y, en una breve conversación, me informó sobre
los resultados y repercusiones del asalto al cuartel. Dos días después, previas
recomendaciones de mi tío y del Doctor Peña, emprendí la retirada rumbo a una
comunidad llamada Los Pinos, (zona cercana al lugar donde me alcanzo Salvador
Gaytán) donde encontré gente que, como mencione anteriormente, habían
participado en invasiones de tierras, por lo tanto eran simpatizantes del
movimiento armado y por lo mismo me dieron protección dinero y alimentos para
seguir mi camino hacia Nuevo Casas
Grandes. En dicha población, debería localizar al Doctor Muñoz, quien me había
sido recomendado por el Doctor Peña, para una mejor atención médica a la herida
ocasionada por el balazo que recibí momentos antes de emprender la retirada del
cuartel militar de Ciudad Madera.
LA ZONA DE MÁS RIESGO.
En Nuevo Casas Grandes localicé a la
profesora Magdalena Ortiz y en su
vehículo nos trasladamos a la
clínica del Doctor Julio Muñoz, quien me recibió con entusiasmo y de inmediato
procedió a curar la herida, motivo de aquel encuentro. No recuerdo cuanto
tiempo permanecí en aquella clínica, lo que
recuerdo es que el doctor me atendió de la mejor manera, a la vez que me
informaba respecto a las acciones represivas que el ejercito y grupos
policíacos llevaban a cabo en contra de la población civil, principalmente en
la sierra, tratando de encontrar a los sobrevivientes, pero sobre todo para
frenar el avance ideológico-político que se había logrado a través del
movimiento revolucionario.
Una enfermera de la clínica me preguntó
que, por que no me había dado de alta el médico, si ya me veía muy bien de
salud; le contesté que sí, que ya me iba a dar de alta; no hubo más
comentarios, pero el incidente fue motivo para que el médico y yo
reflexionáramos sobre mi estancia en la clínica; consideramos que lo mejor
sería que permaneciera en casa de una de mis hermanas, en el entendido de que
regresaría a revisión y curaciones. En Nuevo Casas Grandes vivía casi toda mi
familia. Me fui a casa de mi hermana Socorro Lugo y de su esposo Alfredo Durán,
para quienes fue motivo de gran sorpresa y de enorme alegría, al mirarme
nuevamente pero sobretodo vivo, aunque físicamente no me encontrara del todo
bien.
En casa de mi hermana tuve la oportunidad
de ver por última vez a Doña Lorenza Carrasco, mujer de avanzada edad, de quien
tengo muy gratos recuerdos y a quien le debo mucho de lo que soy, pues con ella
viví gran parte de mi infancia. Era la madre de mi madre.
En aquella población permanecí más tiempo
del previsto en el reglamento del Grupo Popular Guerrillero; esto se debió a
que nos parecía de mucho riesgo que yo intentara salir de la región, por la
gran movilización de fuerzas represivas gubernamentales, en un impresionante
despliegue que cubría gran parte del territorio chihuahuense.
El Doctor Muñoz se puso en contacto con
simpatizantes del movimiento revolucionario (o tal vez con militantes de la red
urbana) y me informo que una persona se encargaría de sacarme, por lo menos, de
la zona de más riesgo. Los días pasaban; el contacto no se llevó a cabo porque
la persona no se reportó.
El Doctor Muñoz, demostrando una vez más
ser hombre de gran valía, decidió ser él quien me trasladaría de Nuevo Casas
Grandes a otra población llamada El Valle de San Buenaventura. Ya estando en
aquel lugar hicimos contacto con otro médico, el Dr. Ramiro Burciaga, de quien
puedo decir con toda seguridad, que lo miraba muy dispuesto a participar,
demostrando así su simpatía o tal vez su compromiso con la causa.
En aquél momento vino a mi memoria el
recuerdo de toda aquella gente que, a riesgo de perder su libertad y
posiblemente hasta la vida, me habían
brindado solidaridad y apoyo en el trayecto de Ciudad Madera hasta el
lugar en que me encontraba y que estaba a punto de abandonar para seguir
avanzando en un intento por salir de la región hacia donde pudiera estar a
salvo de las acciones represivas del gobierno. Me despedí de aquellos hombres
(los médicos) que no solo me habían dado protección sino que con su actitud me
hicieron comprender que el compromiso con la lucha iba más allá de lo que yo
había imaginado.
HACIA NUEVOS HORIZONTES.
Temeroso por lo que pudiera suceder, me dirigí
a la oficina de servicio público de transporte y adquirí el boleto para
trasladarme a Chihuahua, la capital del estado. No hubo ningún contratiempo y
horas después viajaba dejando atrás todo aquello que para mí significaba un
gran peligro, pero también a mucha gente valiosa, de muy buenos sentimientos y
sobre todo a mi familia que, tal vez, pudiera no volver a ver.
Se me había recomendado que tratara de
localizar a aquel joven militante de la UGOCM (Unión General de Obreros y
Campesinos de México) de nombre Álvaro Ríos, que fue detenido por miembros del
ejercito, en la última invasión de tierras que se llevo a cabo en el latifundio
del terrateniente Gabilondo, en el municipio de Janos.
Después de haber pasado sin problemas, la
central camionera de la Ciudad de Chihuahua, seguí viajando hasta llegar a
Saláices; allí, en la escuela Normal Rural, me entrevisté con un grupo de
estudiantes a quienes no les pude ocultar mi procedencia, lo cual fue motivo de
entusiasmo y por lo mismo se mostraron dispuestos a proporcionarme la ayuda que
yo pudiera necesitar. Entre ellos se encontraba el joven José Luis Aguayo
Álvarez, presidente de la Sociedad de Alumnos, líder estudiantil muy valioso
para el movimiento revolucionario, por su decidida participación en las filas
de la red urbana. No me dieron información para localizar Álvaro Ríos pero creo
haber estado cerca de él, por el tipo de orientación y la ayuda que me
proporcionaron para continuar mi viaje hacia el Distrito Federal.
LA GRAN URBE.
Llegue a la Ciudad de México y de
inmediato traté de localizar al Ingeniero Álvarez a quien encontré muy pronto
gracias a los datos que me habían proporcionado los estudiantes
en
Salaices.
Mi arribo a la gran ciudad dio paso a una
nueva etapa de mi vida, misma que yo considero tan importante como la anterior,
en la cual logré avances considerables en mi madurez como persona y como
militante del movimiento revolucionario
El Ingeniero Álvarez, a quien recuerdo con
aprecio y agradecimiento, hizo posible
que mi estancia en la gran urbe fuera segura y estable; lo cual, para mí, fue sumamente importante.
Su actitud, de amistad y compañerismo, generó en mí serenidad, confianza y
voluntad para trabajar tanto en el aspecto económico, como también en el campo
ideológico-político. Trabajando con él, conocí varios estados de la república,
como fueron: Morelos, Tlaxcala, Puebla y Michoacán; lo anterior, obviamente, se
debió a la ocupación del Ingeniero y también a algunos viajes que hicimos en
plan de descanso y entretenimiento.
Con el paso del tiempo fui conociendo
gente muy importante en el contexto revolucionario; personas buenas, honestas,
entre quienes recuerdo al Doctor Villegas, quien fue para mí, gran compañero y
muy buen amigo. Lo admiré, siempre, por ser una persona que merece
reconocimiento por su participación decidida e incondicional en movimientos
estudiantiles y luchas obreras, principalmente en el Distrito Federal y en
Ciudad Juárez, Chihuahua.
El Ingeniero Álvarez y el Doctor Villegas
hicieron posible el avance de mi preparación personal, siendo prioritario, en
todo momento, el fortalecimiento de mi convicción ideológica. Para lograr dicho
avance yo puse todo mi esfuerzo, mi
voluntad, mi empeño y creo que valió la
pena hacerlo.
También conocí al Doctor Trejo,
(odontólogo) de quien guardo un gran recuerdo y sin temor a equivocarme puedo
mencionar sus cualidades y aplicar los mismos calificativos que a los
compañeros antes mencionados.
El Doctor Trejo, como parte de su
compromiso con el movimiento revolucionario, organizaba grupos de jóvenes de la
clase baja, a través de talleres de artesanías, costura, pintura artística,
teatro, etc. No se que lo motivó, el caso fue que me invitó a participar en el
taller de teatro; Durante un tiempo, estuvimos ensayando una obra que versaba
sobre la traición a Emiliano Zapata. Muy lejos estábamos de ser actores; sin
embargo, fuimos al estado de Morelos, precisamente a la Hacienda de
Chinaméca en donde el General Zapata fue
acribillado a consecuencia de la traición de que fue víctima y allí
escenificamos la obra, con un éxito más o menos aceptable, de acuerdo a la
población del lugar mencionado.
EL AVANCE IDEOLÓGICO.
El avance en el aprendizaje y los
conocimientos que iba adquiriendo debido a la lectura y el contacto constante
con gente muy preparada en el terreno ideológico, era para mí como penetrar en
un mundo nuevo; un mundo que tal vez había soñado o imaginado y que llegaba a
mi existencia como una posibilidad enorme de cambio positivo en mi coeficiente
personal.
Buscar la verdad respecto al origen de la
vida; llegar a conocer el origen de las religiones, de la familia, de la
propiedad privada, del capitalismo, etc., genera sabiduría universal, misma,
que presenta un horizonte amplísimo para que la humanidad busque los caminos
hacia una vida digna, de bienestar, de armonía, de convivencia social, de
hermandad, tranquilidad y paz mundial.
CONTACTO CON LA ASOCIACIÓN
CÍVICA NACIONAL REVOLUCIONARIA.
En ningún momento perdí el contacto con
gente valiosa, con la cual coincidía respecto a la necesidad de participar en la
lucha de clases que se venía generando en el país y que se incrementó a consecuencia de los
acontecimientos del 23 de septiembre en Ciudad Madera. Así, llegué a conocer a
integrantes de la familia de Genaro Vázquez Rojas, con quienes la convivencia
fue breve, pues eran personas muy vigiladas por agentes del gobierno, obvia y
sencillamente por el parentesco con Genaro.
La selva de concreto, la ciudad más
peligrosa de México fue, a final de cuentas, mi refugio, en donde ya no
pudieron alcanzarme las acciones represivas del gobierno de Chihuahua; sin
embargo, para subsistir, tuve que sortear toda clase de peligros, propios de la
gran urbe, y trabajar principalmente en la construcción, tanto con el Ingeniero
Álvarez como con otras compañías constructoras, como fue en la construcción de
la primera línea del metro capitalino, donde trabajé como encargado del almacén
de herramientas.
El contacto con la familia Vásquez Rojas,
me acercó a la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria, organización que encabezaba
Genaro Vásquez, con presencia y mucho arraigo principalmente en el estado de
Guerrero.
Militantes de la red urbana de la A. C. N.
R., como parte de su estrategia de
lucha, llevaban a cabo movilizaciones campesinas, recorriendo algunas poblaciones
del estado donde tenían presencia, donde ya había avance en el terreno ideológico-político. Se
invitaba a los habitantes de los poblados a participar en mítines, donde se
denunciaban arbitrariedades del gobierno ejercidas en contra de la población civil,
con la intención de frenar el avance del movimiento revolucionario.
Mi participación en aquellas actividades
revolucionarias fue breve; en una ocasión se hizo un recorrido por varias
poblaciones (como se describe en párrafos anteriores) el cual terminó en
Chilpancingo (capital del estado de Guerrero) en un acto multitudinario, frente
al palacio de gobierno. Al terminar el acto programado, los contingentes
regresaron a sus lugares de origen.
--:--
Viajaba en autobús hacia la Ciudad de
Iguala. Al mirar el paisaje, recordé
tiempos no muy lejanos, acontecimientos importantes de la lucha armada en la
sierra de Chihuahua, momentos cruciales y a la vez anecdóticos, como aquel en
que el Profesor Gámiz iba a fusilar a Rito Caldera. No lo mates –le dije al profesor-
déjalo vivo. Gámiz me contestó que había que ejecutarlo porque era parte del
plan acordado de antemano y que no debíamos dejar a medias las acciones
emprendidas. Rito Caldera, al escuchar el intercambio de opiniones entre el
profesor y yo, suplicante me decía: “Tu, moreno, diles que no me maten, tengo
mujer, tengo hijos, por favor, diles que no me maten”. Hínquese –le dije- y el
hombre se arrodilló implorando perdón.
Recordaba
también aquella ocasión en que el grupo había acampado en un lugar más o menos
seguro, en donde el enemigo no podía llegar fácilmente. El alimento se nos
estaba acabando y era necesario hacer contacto con simpatizantes que pudieran
proveernos de lo más indispensable para subsistir. Hasta allí llegaron dos
compañeros; iban cansados y con hambre. Uno de ellos era “Arnulfo” (Margarito
Gonzáles) del otro compañero no recuerdo el nombre. Luego del saludo y un breve
intercambio de palabras, los compañeros preguntaron si había algo de comer.
Alguien les contesto que ya no había carne seca, pero que allí estaban unos
huesos de res con los cuales se podía hacer un buen caldo. Se pusieron a cocinar. Tiempo después comían con ganas
aquel “platillo” que para ellos era un manjar. De pronto, un compañero se
dirige al otro, con un gesto de duda reflejado en el rostro. “Oye –preguntó-
¿le pusiste arroz al caldo?” “No. –contestó el otro- No hay arroz” “Entonces...
¿qué es esto?” dijo el primero mostrando algo en la cuchara. “Son gusanos
–contesto el otro- pero, ni modo, el hambre es canija”. Y sacaron con cuidado
los pocos gusanos que encontraron, para seguir comiendo hasta quedar
satisfechos.
--:--
Llegué a Iguala y al bajar del autobús me
dirigí al domicilio de un compañero de nombre Elpidio, quien era militante de
la A. C. N. R. Allí debería esperar a otro compañero con quien seguiría el
camino hacia la zona serrana donde operaba el grupo armado comandado por Genaro
Vásquez Rojas. Amable, sencilla, admirable, así recuerdo a la familia de
Elpidio, personas que llevo en mi memoria, siempre, agradecido por la
hospitalidad que me brindaron. El solar de la casa era grande; en la parte de
atrás del terreno se ubicaba otra construcción, típica de la región. Varios
pilares de adobe y dos paredes en forma de “T” sostenían el techo que
sobresalía de la barda construida para marcar los límites de la propiedad. Una
cama vieja, una hamaca, unas sillas y una banca de madera eran los muebles que
había en aquel lugar.
Pasaron algunos días y el contacto no
llegaba. Era una tarde calurosa, de cielo azul pálido y de viento leve teñido
por el color del polvo que se elevaba de la tierra seca, por la escasez de
lluvia. Elpidio, recostado en la hamaca, charlaba animadamente con otro
compañero; su hijo, de 11 años, sentado en la vieja cama, escuchaba con atención
aquella plática que tenia que ver con cuestiones climáticas regionales. Yo
estaba sentado es la banca de madera, atento a la plática, pero, con cierta
preocupación por la tardanza de la persona que estábamos esperando. Empezaba a
oscurecer y el calor no aminoraba. De pronto, varias detonaciones nos hicieron
reaccionar con sorpresa y desconcierto. La casa estaba rodeada por grupos
policíacos y en segundos la balacera se intensificó de tal manera que parecía
un encuentro entre dos grupos en igualdad de circunstancias. Me acuclillé junto a uno de los pilares tratando de
protegerme; en mi mano derecha una escuadra 9mm lista para contestar aquella
agresión arbitraria y ventajosa. Un quejido me hizo mirar hacia la cama. Casi al mismo tiempo, el golpe seco, fuerte,
quemante, de una bala que pegó en el
muslo, junto a la rodilla de mi pierna derecha, me hizo tambalear. Elpidio
trataba de protegerse junto a otro pilar; empuñaba una escopeta; absorto,
miraba hacia la barda donde, alternativamente, se asomaban los agresores para
disparar hacia nosotros. Elpidio hizo un disparo sin consecuencias. ¡Mejor nos
rendimos compañero -le dije- no tiene caso resistir! No me hizo caso. ¡Ríndete
compañero, estamos en desventaja! ¡Mira, ya le dieron a tu hijo! El niño yacía
sobre la cama; se advertían varios impactos en su cuerpo ensangrentado. La
escopeta cayo al suelo; la expresión de Elpidio cambió radicalmente; caminó sin
detenerse y con las manos en alto hacia el frente de la casa. Las mujeres
lloraban. El otro compañero y yo salimos también con las manos en alto. Los
jefes policíacos nos esposaron con las manos a la espalda. La esposa de Elpidio
llorando les gritaba: “¡A él porqué se lo llevan; él no tiene ninguna culpa!”
Nos subieron a las unidades policíacas y
nos trasladaron a la cárcel municipal.
En la celda oscura, sucia, maloliente,
solo había un petate de palma, raído, sobre el cual trataríamos de dormir las
noches subsiguientes. Minutos después de haber entrado a la celda, fueron por
mí para llevarme a un lugar donde un médico extrajo la bala que había quedado
alojada en el muslo. Cuando regresé me di cuenta de que aun llevaba en la
cintura la funda de la pistola. La escondí debajo del petate. Al día siguiente,
el compañero Elpidio fue llevado a su domicilio para que asistiera al sepelio
de su hijo. El otro compañero y yo hablábamos poco, lo meramente indispensable;
como si hubiera temor de que alguien nos escuchara. Cuando el compañero Elpidio
regresó se veía triste, apesadumbrado, demacrado y... ¡La situación no era para
menos! Debe ser difícil –pensaba yo- asimilar la perdida de un ser querido,
sobre todo en las circunstancias en que se suscitó tan lamentable
acontecimiento. Poco después, ya cuando estaba más tranquilo, más sereno, nos comentó que cuando salimos de su casa, se
había llevado a cabo un cateo, que los grupos policíacos habían registrado
hasta el último rincón, pero que no encontraron las armas que allí habíamos
dejado. Valiente, decidida y a pesar del dolor por la muerte de su hijo, la
esposa de Elpidio había logrado sacar la pistola y la escopeta, aun cuando la
casa seguía rodeada por agentes policíacos.
Incertidumbre, desconcierto,
desesperación, ganas de algo, de libertad tal vez, todo, por ignorar cual sería
el desenlace de aquellos acontecimientos. Pensaba que el fin había llegado.
Necesitaba distraerme, pensar en algo diferente.
--:--
Llegamos a una de las partes más altas de la sierra. Al pie de un
encino grande me quité la mochila, colgué el arma en una rama seca, quebrada, y
me tiré sobre la hojarasca dispuesto a descansar. Los otros compañeros hicieron
lo propio.”Mira Hugo –me dijo Salomón, señalando con la mano el otro lado de la
cordillera- hacia allá queda Sonora. ¡Ah! –contesté- Y seguí callado,
pensativo, mirando hacia todos lados, contemplando la inmensidad de la sierra.
Toño Scobell buscaba un lugar donde encender una fogata. Juan Antonio se quitó
los zapatos y respiró profundamente, como queriendo demostrar o demostrarse a
sí mismo que aquella acción le proporcionaba un gran alivio. Arturo acercó una
piedra de regular tamaño, puso encima una cobija para usarlas como asiento. De
un costal de manta sacó unos panes de los que hacen las mujeres campesinas y
los repartió, apartando la ración de Toño Scobell.
“Esperen –dijo Toño- voy a hacer un te de hojas de
encino; a ver si alcanza el azúcar, porque ya queda muy poca”. Arturo bajó la
vista para ver un documento que tenía sobre las rodillas y se quedó así
pensativo, como queriendo concentrar su pensamiento en algo. Luego levantó la
vista, miró a cada uno de nosotros y empezó a decir: “Estamos luchando para
transformar la sociedad en que vivimos, porque se basa en la injusticia, la
desigualdad y la opresión. Desde luego que en la infancia no se reflexiona
sobre estas cuestiones; no se razona si el mundo está bien o está mal
organizado. Pero desde la infancia empezamos a advertir formas de vida
distintas a la nuestra. Los niños pobres de nuestro país, en sus barrios
observan que hay otros barrios o colonias donde los niños comen bien, visten
bien y siempre traen dinero para gastar. Los niños pobres no pueden comprender
que si sus padres son igual físicamente a los padres de los niños ricos y
trabajan duro a cambio de un salario, por qué no pueden obtener las mismas
cosas y gozar de los mismos privilegios. Y en la escuela seguirán enfrentándose
a la desigualdad; en cada salón habrá siempre niños ricos, que van muy limpios,
bien vestidos, estrenando algo cada día, con los útiles que piden los maestros,
que reciben un trato especial y una serie de consideraciones de sus profesores.
También advierten que hay otros niños que casi ni conocen porque juegan en el
interior de sus casas, en sus prados, y que solo ven, lo mismo que a sus
juguetes, a través de la verja; muchos de esos niños van a colegios particulares,
sus padres o los sirvientes los llevan y los traen en carro o un autobús los
recoge y entrega en sus casas.
Para quienes
nacen en el medio rural el porvenir no es mejor. No hace falta esperar a que
crezca el campesino para ver sus capacidades, su inteligencia, su amor por el
trabajo, para vaticinarle un porvenir oscuro; esto se sabe porque está
comprobado que el porvenir del mexicano no depende de sus virtudes, sino del
capital que tenga.
Es tan absurda
ésta realidad que nos ha tocado vivir, que la mayoría de los niños desde que
nacen están condenados, sin deberla ni temerla, a toda clase de privaciones, a
la miseria, a sufrir hambres, fríos y atropellos; otros niños desde que nacen,
aunque no tengan mérito alguno, vivirán en la opulencia, rodeados de todas las
comodidades y protegidos por el poder de la familia.
Ésta es la
desastrosa y absurda realidad en que nos ha tocado vivir. No estamos
descubriendo América cuando señalamos que predominan la injusticia y la
desigualdad. Sabemos del esfuerzo que muchos compatriotas han hecho y hacen por
remediar los males de la Patria; sabemos del sacrificio de generaciones pasadas
que han ofrendado sus vidas en un afán noble por legarnos una patria mejor.
Juárez, Zapata y Villa son representantes de una generación que luchó por
transformar la sociedad de miseria y explotación que ellos conocieron, en una
sociedad de bienestar y tranquilidad para todos. Su obra no se ha realizado.
Continuarla, transformar a nuestra patria para no entregarla como la hemos
recibido, es misión de nuestra generación”.
--:--
Los gritos
de un preso que pedía le abrieran la reja de su celda, me hizo regresar al
presente. Aquel presente incierto que estábamos viviendo Elpidio, el otro
compañero y yo.
Habían pasado algunos días desde que
fuimos detenidos y no teníamos indicios del curso que tomarían los
acontecimientos. Una mañana llegaron dos carceleros hasta la reja de nuestra
celda, abrieron y nos indicaron a Elpidio y a mí que los acompañáramos a la
alcaidía del penal. Allí se nos informó que estábamos libres, que podíamos
retirarnos. Elpidio preguntó: “¿Por qué nomás nosotros?” El alcalde respondió
que el otro compañero estaba siendo investigado por nexos con el grupo armado
de Genaro Vásquez Rojas.
Mis primeros pasos después de la puerta
del penal me hicieron sentir que regresaba de un submundo donde la existencia
es igual a poco menos que nada. Sentí que estaba viviendo un momento irreal. Un
sueño casi. La realidad me sorprendió al darme cuenta de que un grupo numeroso
de campesinos nos estaba esperando. Una licenciada había logrado nuestra
libertad. Los campesinos se acercaban a nosotros, nos saludaban gustosos, sus
rostros reflejaban alegría. Tres compañeros campesinos se alejaron un poco;
intercambiaron algunas palabras; luego empezaron a pedir dinero entre sus
compañeros, usando como recipiente las copas de sus sombreros.
Me dirigí a la licenciada para agradecer
su intervención oportuna ante aquellos sucesos lamentables y difíciles. Me
preguntó qué haría a partir de aquel
momento. Le contesté que regresaría al Distrito Federal. Elpidio platicaba
animadamente con algunos compañeros campesinos.
Los tres hombres se acercaron, para
entregar a la licenciada el dinero que habían recolectado entre sus compañeros.
Yo entendí que era algo así como... un pago simbólico por sus servicios. La licenciada
trataba de hacerles entender que no era necesario que le dieran dinero. “No
puedo, -les decía- no debo aceptar ese dinero”. Ellos insistían. Con un
movimiento de cabeza le di a entender que aceptara aquel ofrecimiento. Ella
comprendió.
Se trataba de una
muestra de agradecimiento, de parte de los campesinos, por haber logrado
nuestra excarcelación. Aceptó el dinero que le estaban ofreciendo. Varias lágrimas
se desprendieron de sus ojos.
NACIMIENTO DE MI PRIMERA HIJA.
La herida de mi pierna tardó en cicatrizar
y por lo mismo estuve inactivo durante un buen tiempo, en una casa, propiedad
del Ingeniero Álvarez, ubicada en la colonia Paraíso del Distrito Federal. Allí
permanecí mientras me recuperaba de la afectación física y mental, consecuencia
de la herida y el encierro en el penal de Iguala.
El tiempo pasaba. Hubo un receso muy
prolongado en mis actividades revolucionarias. Mientras tanto, trabaje con el
Ingeniero Álvarez en obras de construcción. Agustín, Paz y yo éramos sus
empleados de confianza. Trabajamos en la ampliación de las instalaciones de una
empresa maquiladora, en Apizaco, Tlaxcala. Filemón, el contratista de la
pintura en la constructora, me presentó a Delia, su cuñada, quien vivía en
Hueyotlipan, Tlaxcala. Me relacioné con ella y decidimos vivir como pareja, sin
condiciones ni ataduras de ningún tipo.
A principios de 1968 me fui a trabajar a
una comunidad cercana a Zitácuaro, Michoacán. El Ingeniero Álvarez me había
recomendado con el Señor Zepeda, dueño
de la compañía constructora para la cual trabajábamos y dueño también del
rancho donde yo trabajaría en la construcción de postes de concreto para la
compañía “Luz y Fuerza del Centro”. Tal compromiso me alejaba aun más de las
actividades revolucionarias; sin embargo, estuve al tanto de los
acontecimientos del movimiento estudiantil y me enteré de los sucesos del 2 de
octubre de 1968, gracias a la información de los medios, manipulada en unos
casos, amordazada en otros.
Se terminó el contrato de la construcción
de postes de concreto, pero yo seguí trabajando en el rancho debido a que el
administrador, que siempre andaba borracho, había renunciado por motivos de
“salud”.
Mi hija Alicia nació el 23 de junio de
1969. Delia se negó a trasladarse a la Ciudad de México para ser atendida en un
hospital y prefirió dar a luz con el auxilio de una mujer aprendiz de partera.
Afortunadamente el parto sobrevino sin complicación alguna.
Me trasladé a la Ciudad de México, de allí
me fui a Jilotepec, estado de México, donde permanecí algún tiempo; luego,
regresé y entré a trabajar a la tesorería del Distrito Federal, recomendado por
la Señora Dávalos, a quien recuerdo con estimación y agradecimiento.
--:--
Fueron
tiempos difíciles para los integrantes del Grupo Popular Guerrillero, cuando
estuvimos en el Distrito Federal en plan de entrenamiento. El Doctor Pablo
Gómez llegó procedente del estado de Chihuahua para integrarse al grupo. La
situación económica mejoró y fue entonces cuando se pudo rentar un local el
cual se usó como cuartel general. Hicimos frente a problemas de todo tipo; como
sucedió aquella ocasión en que el Profesor Rafael Martínez Valdivia y yo fuimos detenidos por agentes policíacos.
Fuimos sometidos a breve pero intenso interrogatorio. El Profesor Martínez
Valdivia, ante la amenaza de los policías de remitirnos a la delegación,
respondió al interrogatorio diciendo que pertenecíamos a un grupo de maestros
procedentes del estado de Chihuahua, que estábamos en el Distrito Federal para
recibir unos cursos de capacitación profesional. “¿Éste también es profesor?”
–preguntó un policía, dirigiéndose a mí-. “No, -contestó el profesor Martínez
Valdivia- pero lo trajimos con nosotros para que conozca la ciudad”. Los
policías exigieron que los lleváramos con los demás compañeros del grupo, para
comprobar lo dicho por el profesor. Al no haber otra alternativa tuvimos que
conducirlos al domicilio donde estábamos viviendo. El Doctor Gómez y el
Profesor Gámiz corroboraron lo dicho por el Profesor Martínez Valdivia, los
policías se fueron convencidos y nosotros nos salvamos de un problema que pudo
haber sido de graves consecuencias.
El Profesor
Arturo Gámiz me daba preferencia cuando se trataba de llevar a cabo acciones de
cierto riesgo, pero me proporcionaba siempre la protección necesaria. Recuerdo
aquella ocasión en que me comisionó para que hiciera una inspección en el área
principal de una dependencia gubernamental; misión que cumplí a cabalidad,
según palabras del propio Gámiz cuando le entregue el croquis del área
inspeccionada. Algunas acciones expropiatorias, tendientes a mejorar la
situación económica del grupo, no se llevaron a cabo por falta de potencia
logística. Recuerdo también aquella ocasión en que el Profesor Gámiz planeó el
asalto a un pequeño comercio. Me escogió a mí para que lo acompañara a realizar
dicha acción. Gámiz eligió aquel lugar para llevar a cabo la expropiación
porque, según dijo, él conocía a dueño. Comentó que era un hombre avaro y de
muy mal carácter. Bueno, la acción era sencilla: Entramos al establecimiento.
Yo llevaba el arma con la cual puse quieto al individuo para que Gámiz lo atara
y amordazara. El hombre se sorprendió de tal manera que hasta soltó lo que
traía en las manos. Gámiz me detuvo tomándome por el brazo derecho.
--¡Vámonos!
–me dijo.
--¿Por
qué?-pregunté sorprendido.
--¡Vámonos!
-repitió Gámiz- pero ya!
Salimos del
establecimiento y caminamos juntos casi una cuadra. Nos separamos. Seguí
caminando y pasé frente a una patrulla que estaba haciendo alto en el semáforo.
Yo aparentaba tranquilidad, me cercioré de que nadie me seguía y enfilé hacia
el domicilio donde se encontraba el cuartel de nuestro grupo.
El Profesor Arturo
Gámiz había planeado aquella acción sobre la base de que él sabía que el dueño
del establecimiento, casi siempre estaba solo, pero desistió del asalto al
percatarse de que en la trastienda estaban otras personas, cuya presencia hacia
difícil llevar a cabo el acto expropiatorio.
A pesar de las
carencias económicas y la falta de apoyo logístico, el grupo siguió adelante en
el plan de entrenamiento. Nuestro cuartel se ubicaba en la colonia Morelos.
Desde allí salíamos para caminar, como parte del entrenamiento, sobre la
calzada Ignacio Zaragoza hasta llegar a una población llamada Santa Martha
Acatitla. Seguíamos caminando hacia unos cerros, cercanos a la comunidad
mencionada, donde se llevaban a cabo las prácticas, principalmente de tiro al
blanco y de explosivos. Habiendo concluido el tiempo de entrenamiento,
emprendimos el viaje hacia el estado de Chihuahua, rumbo al cuartel militar de
Ciudad Madera.
EL COMANDO ARMADO DE LA A.C.N.R.
El tiempo transcurría en aparente calma.
Yo seguía en contacto con algunos compañeros a quienes visitaba con frecuencia.
El Doctor Trejo me buscó para invitarme a una reunión que habían organizado él
y algunas de sus amistades. Se trataba de un brindis por el compañero Esteban,
que había decidido dejar la soltería. Al parecer, aquel enlace matrimonial no
era muy del agrado del compañero Trejo, pero nunca supe los motivos. Al
terminar el festejo, el Doctor Trejo me dijo que estaba en contacto con un
comando armado perteneciente a la A. C. N. R. y me invitó para presentarme con
ellos. Acepté la invitación con entusiasmo. Aquella revelación del compañero
Trejo significaba que la lucha seguía avanzando y toda persona comprometida con
el movimiento siente la obligación de integrarse o, de alguna manera, participar
o al menos colaborar con las actividades revolucionarias. Nos pusimos de
acuerdo en fecha y hora para llevar a cabo el contacto con los integrantes del
comando armado. El día esperado llegó y me dispuse a conocer a aquellos jóvenes
que, pensaba yo, deberían ser compañeros muy experimentados en la lucha
revolucionaria. El Doctor Trejo me puso al tanto de algunas cuestiones relacionadas con aquellos
compañeros. “Es un grupo muy importante –me dijo cuando íbamos en camino-
formado por compañeros muy preparados y dispuestos a todo. Para ser aceptado
como miembro del grupo tienes que ser sometido a una prueba”. ¿En que consiste
la prueba? –pregunté- ¿Qué debo hacer para ser aceptado? “Se te aplicará el
suero de la verdad –contestó- pero no te preocupes, yo te voy a inyectar y
estaré contigo todo el tiempo. Si a una persona como yo, -pensaba- no por ser
yo, sino por venir de donde vengo se le somete a una prueba de tal magnitud,
quiere decir que ésta es una agrupación muy importante.
Llegamos a un lugar donde esperaban cuatro
miembros del comando. Nos recibieron de manera muy formal. La presentación fue
seca breve, sin manifestaciones de ningún tipo. “Aquí las ordenes se cumplen;
no se discuten –dijo, quien al parecer, era el
jefe del grupo-, vas a obedecer lo que se te ordene y sin hacer
preguntas. En este grupo, a los espías que han sido detectados se les ha
ejecutado de inmediato”. “Acuéstate en esa cama –me ordenó “José” señalando,
innecesariamente, la ubicación del mueble”.
“Miguel Ángel” y “Henry” observaban con
curiosidad. El jefe le ordenó al doctor Trejo que procediera y éste se dispuso
a preparar la inyección de PENTOTAL. Se me inyectó el barbitúrico llamado
“suero de la verdad” y en segundos perdí la noción de todo cuanto me rodeaba.
La prueba fue superada, no cabía la menor
duda, pues fui aceptado como miembro de aquel grupo, compuesto por jóvenes de
buenas intenciones, honestos, para quienes la historia habrá de reservar el
lugar que ellos merecen.
Me dijeron que me buscarían cuando fuera
necesario. El Doctor Trejo y yo nos despedimos de ellos, para luego dirigirnos
a mi domicilio a donde llegué todavía con algo de los efectos del enervante que me había sido aplicado.
¿Qué pasó? ¡Cuéntame! –le dije al doctor cuando estábamos ya en mi domicilio.
“¡Ah! Bueno, -me contestó- fuiste sometido a un interrogatorio. ¡Te hicieron
muchas preguntas, pero no te preocupes,
tus respuestas fueron muy precisas! ¡Todo salió muy bien! Y... ¿Qué sigue?
–pregunté-. “Bueno, -contestó- desconozco sus planes, pero, serán ellos quienes
te indiquen lo que sigue”. ¿Mientras? –pregunté-. “Mientras tanto –me dijo- tú
sigue igual, como si nada; ya llegará el momento en que tendrás que demostrar
lo que eres y lo que sabes”.
Todo aquello que estaba sucediendo me
parecía de gran importancia como para seguir “como si nada”. Sin embargo,
acepté, sin réplica, los conceptos vertidos por el Doctor Trejo, aunque me
parecía que no reflejaban la magnitud de los acontecimientos.
Siguiendo las instrucciones recibidas,
continué con mis actividades cotidianas. Seguí yendo a trabajar, visitaba a los
compañeros, a mis amistades y trataba de disfrutar al máximo la relación
familiar, con mi compañera Delia y con mi hija Alicia, que había cumplido ya dos años de vida.
El
jefe del comando armado, a quien le decían “El Profe” (Juan Ramírez Rodríguez), se comunicó conmigo para
citarme en un punto de la ciudad a donde acudieron: él, “José” (Alfredo de la Rosa Olguín), “Miguel Ángel” (David Mendoza Gaytán) y “Henry” (Enrique Tellez Pacheco). Abordé el
vehículo en que llegaron, nos retiramos del lugar y enfilamos con rumbo, para
mí, desconocido. Me dijeron que nos dirigíamos a un lugar donde se llevaría a
cabo una acción revolucionaria. Me dieron una breve explicación respecto a lo
que íbamos a hacer. Entendí que se trataba de una expropiación, pero, no supe
que era lo que se pretendía expropiar en un edificio donde, según dijeron, se
encontraban las oficinas del Partido Revolucionario Institucional, del Distrito
Federal.
Uno de los compañeros entró al edificio y
se escondió en algún lugar mientras nosotros esperábamos a que llegara la hora
de salida del personal que laboraba en aquel inmueble. Minutos después de la
hora de salida el compañero nos abrió la puerta y entramos a la parte baja del
edificio. Recibí la orden de acompañar a “Miguel Ángel” y obedecer sus indicaciones,
ya que mi desconocimiento del lugar era absoluto. Estábamos en el
estacionamiento, “Miguel Ángel” avanzaba, yo le seguía de cerca. Moviéndose
rápidamente “Miguel Ángel” se escondió tras un vehículo, yo hice lo mismo.
“¡Detuvieron a “José” –me dijo. ¿Quién? –pregunté-. “El velador –contestó-
¡Vámonos!”. “Miguel Ángel” corrió, yo lo seguí. Llegamos a un portón por donde
pretendíamos salir, pero nos dimos cuenta de que estaba asegurado con cadena y
candado. Disparamos varias veces hasta quebrar el candado, para luego salir a
la calle y caminar con rapidez alejándonos lo más posible del lugar. ¿Y ahora
qué? –pregunté- ¿Qué vamos a hacer? “Nada, -me contestó- vete a tu casa y
espera; nosotros te buscaremos cuando sea necesario”.
Ya estando en mi domicilio, trataba de
controlar mis nervios para no alarmar a mi compañera. Horas mas tarde decidí
dormir, logrando conciliar el sueño ya casi de madrugada.
Serían las 7 de la mañana cuando alguien
tocó a la puerta. Mi compañera fue a abrir y al hacerlo, entraron
atropelladamente un grupo de seis o siete individuos. Delia quiso protestar
pero uno de ellos la empujó violentamente, mientras los otros lograban
detenerme, poniéndome las “esposas” con las manos a la espalda.
--¿Dónde está la fusca? –gritó quien, al
parecer, era el jefe del grupo.
--¿Cuál fusca?
--¡No te hagas pendejo! ¿Dónde está la
fusca?
Me quedé callado. Ellos registraban la
casa aventando las cobijas, el colchón y todo cuanto estaba a su alcance. No
tardaron mucho en encontrar el arma.
--¡Vámonos! –gritó el jefe- ¡Tráiganlo!
Me llevaban casi en vilo. Delia no daba
crédito a lo que estaba sucediendo. Mi niña Alicia lloraba atemorizada al no
poder explicarse el porqué de aquellas actitudes tan violentas.
Me subieron a un vehículo particular, me
vendaron los ojos y me tiraron al piso. Uno de los individuos, con el zapato,
aplastaba mi cabeza. Así me trajeron durante un buen tiempo. Al parecer, fueron
a detener a otro de los integrantes del comando armado. Perdí la noción del
tiempo, no sabía si era de día o de noche; en aquellas condiciones supe lo que
eran las famosas “posoleadas” (un tipo de tortura, muy común en aquellos
tiempos). Me llevaron a un lugar que parecía ser una casa de seguridad de la
corporación policíaca que me tenía cautivo. Siempre estuve con los ojos
vendados. Me sacaban de la casa, me llevaban a donde, yo suponía, era el patio
o un lugar cercano en donde había una pileta de concreto que parecía fosa
séptica. Dos individuos me sostenían de los brazos y otro sumergía mi cabeza en
el agua sucia, hedionda; me jalaba de los cabellos para sacarme del agua y
cuando inhalaba desesperadamente me sumergía con rapidez, haciendo que me
tragara la suciedad de aquel liquido viscoso. Es inenarrable lo que siente una
persona, cuando está a punto de sobrevenir el estallamiento de vísceras por
asfixia. Perdí la cuenta de las veces que me sumergieron en la pileta. Me quedé
sin sentido, no supe por cuánto tiempo. Al volver en sí, alcance a escuchar, en
parte, lo que decían los agentes policíacos.
--...hay que ablandarlo para
que suelte todo, pero tengan cuidado, no se les vaya a pasar
la mano.
--¿Qué? ¡Ni
madre! ¡A estos hijos de su pinche madre hay que matarlos! ¡No merecen
vivir!
--¡Cálmate! –decía un
tercero- El teniente tiene razón. Ni
modo. Tenemos que entregar-
los vivos al alto mando.
--¡Tráiganlo¡ -escuché otra vez la vos del que le decían “el teniente”-
Vamos a ver que
tanto escupe éste cabrón.
Entre jalones, empujones y palabras
ofensivas, me llevaron a la casa. Fue un tiempo de espera considerable que
resultaba torturante al ignorar lo que a continuación seguía.
--Conque muy chingones ¿No?
Cabrón; mira, me vas a decir todo lo que sabes o... ya
sabes. Bueno, dime: ¿cómo te llamas?
--Oscar
Torres.
--¡Ah!
Quieres jugarle al vivo ¿no? ¡Domínguez!
--Ordene, mi
teniente.
--Éste cabrón
no entiende. Hazte cargo.
--¡Con mucho
gusto, Señor!
Me quitaron las “esposas”. Me empezaron a
aventar de un lado para el otro. Parecía que eran tres individuos. Uno me
aventaba y el otro me recibía con un golpe al abdomen. Sin poder respirar por
el impacto, me iba de bruces hasta el piso. La tortura continuaba; los golpes
al estómago, a la cara, a la cabeza impactaban con violencia y sin piedad por
parte de los ejecutores. Eran golpeadores profesionales; sabían como pegar para
no dejar marca alguna.
--Mira, -me decía el teniente- por tu bien, más te vale confesar. Ya tus
compañeros
soltaron
toda la sopa. Sabemos de donde vienes, donde haz andado; sabemos donde
trabajas,
o trabajabas, y cómo entraste a la Tesorería; que fuiste recomendado por una
tal
Emma,
que también trabaja allí. Sabemos como y cuando llegaste a ese grupo que
ustedes
llaman
“comando armado” en fin, sabemos todo, pero tú tienes que “cantar” o ya sabes a
que
le tiras. ¿Cómo la ves?
Analicé con rapidez lo que el hombre me
decía. Decidí aceptar aquello y confesar, incluyendo haber sido recomendado por
la Señora Emma, al fin y al cabo, -pensé- recomendar a una persona no es
delito; de lo contrario, puede llegar el momento en que no aguante la tortura,
que suelte la lengua y “eche de cabeza” a compañeros que me han dado protección
y ayuda.
--Entonces ¿qué? Confiesas o ¡Confiesas!
--Sí.
--Sí, ¿Qué? Cabrón.
--Voy a decir todo.
--¡Ah! Bueno, así está mejor. A ver, dime:
¿Cómo te llamas?
--Florencio Lugo.
--Lugo ¿Qué?
--Lugo Hernández.
--¿De donde eres?
--Yo... soy del estado de Chihuahua.
--Bueno, mira: me interesa saber algo. ¿Tú
estuviste en Guerrero?
--Sí.
--¿Con Genaro Vásquez?
--No.
--¿Cómo de que no?
--No. Estuve en Guerrero, pero no conocí a
Genaro.
--¿Quieres otra “posoleada?
--No. No llegué a la sierra donde
anda Genaro. Mire: yo soy de Chihuahua. Soy de la
gente
de Arturo Gámiz. Participé en el asalto al cuartel de Ciudad Madera, el 23 de
Septiembre
de 1965, yo...
--¡Ah! Qué interesante; pero yo quiero que
me hables de Genaro Vásquez.
--Mi teniente, -dijo un individuo que
acababa de llegar- lo llama el jefe, que es urgente.
--¿Quién?
--Obregón Lima.
--Voy. –Contestó-. Luego seguimos. –me
dijo- Y se retiró del lugar.
Me quitaron la venda de los ojos, me sacaron
de la casa y en un vehículo oficial me trasladaron hasta un edificio ubicado en
el primer cuadro de la ciudad. En los separos de dicho edificio se encontraban
ya los integrantes del grupo. Me llevaron a una celda desde donde no podía ver
a los compañeros pero, por lo menos, pude saludarlos de palabra e intercambiar
algunas opiniones. Me tranquilizó saber que estábamos todos vivos.
Dos agentes policíacos fueron por mí y me
llevaron a otra área del edificio; era una estancia ocupada por un escritorio,
dos sillas y un archivero, al parecer vacío.
--¡Aguas! “Cojo” a la vista. –dijo uno de
los custodios.
--¡Enterado! –contestó el otro y se
levantó rápidamente de la silla donde estaba sentado.
Hombre de mediana estatura, de complexión
delgada, tez blanca; vestía traje azul, camisa blanca y zapatos negros.
Caminaba con cierta dificultad. Venía acompañado por cuatro guardaespaldas; los
custodios se cuadraron e hicieron el saludo reglamentario. El hombre jaló una
silla y tomó asiento frente a mí. Se quedó mirándome, como queriendo aparentar
compasión.
--¡Lugo!
Muchacho, en qué problemas te metiste.
--Sí, pues.
--¿Sabes? Yo puedo ayudarte. ¡Voy a ayudarte! Nada más que necesito
saber algunas
cosas que tú me puedes decir.
--No pues, no
sé.
--Sí, sí
sabes. Mira: nada más quiero que hablemos de Genaro Vásquez.
--Ya les dije
que no sé nada de Genaro.
--Mira: tú
estuviste en Iguala, sí o no.
--Sí, sí
estuve.
--Estuviste
involucrado en una bronca muy gruesa. Fuiste detenido junto con Elpidio y
otros.
--Sí, así
fue.
--Bueno, pues
tu compañero Elpidio confesó. Dijo todo. Es más, mira: yo tengo una foto
donde están tú y Genaro. Tú tienes un M1 en la mano y
estás con el brazo en alto.
--No señor.
Yo estoy diciendo la verdad. Ya dije hasta lo que no me preguntaron. ¿Qué
más quieren?
--¿Qué es lo
que no te preguntaron?
--Que soy de
Chihuahua y que participe el asalto al
cuartel de Ciudad Madera.
Se quedó pensativo, mirándome a la cara;
sorprendido tal vez, por lo que acababa de escuchar. En ese instante, entró
otro individuo, quien lo saludó y le hablaba con mucha confianza, como si
fueran del mismo rango. Luego le dijo algo casi en secreto y rápidamente se
retiraron del lugar.
Me trasladaron a las oficinas del
ministerio público; un funcionario de la dependencia dio lectura a un
documento, el cual me hicieron firmar. También me llevaron al departamento de
dactiloscopia. El encargado de dicho departamento estaba muy enojado. “Qué poca
madre –decía- este cabrón era empleado del gobierno y le andaba tirando patadas
al pesebre”.
“El Profe” “José” “Miguel Ángel” “Henry”
yo, fuimos presentados a los medios de comunicación. Después, nos remitieron al
penal de LECUMBERRI. En la crujía “H” permanecimos las 72 horas de ley. Hasta
entonces pudimos estar ya todos juntos; allí supe que también había sido
detenida la compañera “Lulú”. Luego nos trasladaron a la crujía “O” donde se encontraban recluidos los
compañeros del M. A. R. (Movimiento de Acción Revolucionaria) quienes nos
dieron la bienvenida como corresponde a dos grupos que habían intentado la
redención del pueblo mexicano por la vía de la lucha armada. La convivencia con
los compañeros del MAR era buena, aunque, como siempre y como en todo, había
divergencia de opiniones, pero al final de cuentas, todos estábamos allí por la
misma causa.
EL PALACIO NEGRO DE LECUMBERRI.
En la crujía “O” tuve tiempo
de sobra para reflexionar; para pensar en los aciertos y errores cometidos; en
los aciertos y errores de los grupos; en los aciertos y errores personales.
No volví a tener noticias de
aquellos camaradas que me habían proporcionado protección y ayuda cuando recién
llegué al Distrito Federal, a quienes yo consideraba compañeros de causa. Años
después pude comprobar que me habían juzgado sin darme la oportunidad de
aclarar hechos.
En la cárcel conocí a
personas de calidad humana incomparable. Recuerdo con afecto y agradecimiento a
Don Felipe Villanueva Veles, a Bertha Vega Fuentes, a Gladys Guadalupe López
Hernández, entre otras, a quienes mencionaré oportunamente.
Don Felipe Villanueva, fue a
la cárcel sin tener familiares detenidos; su deseo era proporcionar ayuda a
quién o quienes la necesitaran. Un compañero le informó que, hasta entonces, yo
no había recibido visita familiar. Don Felipe me buscó, me hizo saber su
propósito y así, sin más, dio inicio una amistad que rebasó a los límites de
familiaridad.
Don Felipe buscó, encontró y
rescató a mi hija Alicia de la casa donde había sido encargada o, más bien,
abandonada por su madre. También localizó a Delia y la convenció de que no
corría ningún riesgo si regresaba al Distrito federal. Mi hija Alicia se
reencontró con su madre; sin embargo, siguió bajo el cuidado de la Señora
Aurora Veles, madre del compañero Felipe. Delia estuvo yendo al penal a
visitarme, pero me di cuenta de que lo hacia más por compromiso que por
voluntad. Un día se fue para ya no regresar.
El día 4 de diciembre de
1971, recibimos la fatal noticia de la muerte del compañero Pablo Alvarado
Barrera; asesinato perpetrado por las autoridades y ejecutado en el polígono
del Palacio Negro de Lecumberri.
A Lecumberri nos llegó la
noticia (en la versión oficial) de la muerte del compañero Genaro Vásquez
Rojas. Algunos medios de comunicación desinformaron a la opinión pública, dando
a conocer hechos y versiones que dañaban la imagen del guerrillero guerrerense.
En aquellas fechas habían
“brincado” a la palestra grupos armados como el CAP (Comandos Armados del
Pueblo), el MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria), el GPGAG (Grupo
Popular Guerrillero Arturo Gámiz), el M23S (Movimiento 23 de Septiembre), el
FUZ (Frente Urbano Zapatista) La LCA (Liga de Comunistas Armados), la LC23S
(liga Comunista 23 de Septiembre), etc.
A la crujía “O” llegaba
información respecto a la ejecución de acciones revolucionarias, como el
secuestro del avión de Mexicana de Aviación, que se llevó a cabo en el
aeropuerto de la Ciudad de Monterrey, por el cual se negoció la liberación de 7
guerrilleros(as). También supimos del intento de secuestro y ejecución del
industrial regiomontano Eugenio Garza Sada.
También nos llegó la noticia
del secuestro del avión, en Guadalajara, donde se encontraba el cónsul de E.
U., George Terrance Leonhardy, en el que se negoció la liberación de un grupo
importante de presos políticos, por lo que el gobierno recibió una lista con
los nombres de 30 guerrilleros, presos en diferentes cárceles del país. Días
después, cuando los guerrilleros liberados ya se encontraban en Cuba, Alejandro
López Murillo (MAR) me dijo que yo estaba en la lista para ser liberado pero
que me eliminaron para, en mi lugar, pedir la excarcelación de otro preso
político.
Las actividades revolucionarias
del Profesor Lucio Cabañas Barrientos, en la sierra guerrerense, alcanzaban
dimensiones importantes en el acontecer nacional.
Las acciones
contra-revolucionarias ordenadas por el gobierno federal se intensificaron. Se
desató una represión feroz contra todo movimiento de izquierda y sobre todo,
contra los grupos armados que estaban llevando al movimiento revolucionario a
niveles importantes, logrando desestabilizar las estructuras de los sectores
empresarial, político y gubernamental.
LA SENTENCIA.
La crujía “O” era un confín
de máxima seguridad anexado a Lecumberri, para la reclusión de presos políticos
y reos de alta peligrosidad. Contaba con dos secciones, cada cual con su planta
alta y su planta baja. Los presos políticos ocupábamos la sección oriente.
La terapia ocupacional era el
mejor antídoto para prevenir el “carcelazo” es decir: la tristeza, la
depresión, la exaltación de sentimientos, etc. Se hacían trabajos artesanales,
artísticos, culturales; practicábamos deportes y artes marciales. A mis manos
llegó bibliografía yóguica. Juanito, Paco, Ramón y yo practicábamos el yoga. A
través de los ejercicios físicos, la concentración y la meditación, logramos
una estabilidad emocional que nos ayudaba a contrarrestar los efectos nocivos del
encierro. Al ver que se podían lograr beneficios importantes, físicos y
mentales, a través de la práctica yóguica, reflexioné respecto a la posibilidad
de escribir un libro sobre yoga; por lo tanto, me di a la tarea de recabar todo
lo necesario para la realización de mi proyecto; logrando, después de un gran
esfuerzo, la publicación del libro: Salud y Belleza a Través del Yoga.
Juan Chávez de la Rocha,
Francisco Javier Pizarro, otros compañeros y yo, nos reuníamos con frecuencia
para comentar las experiencias adquiridas a través de la lucha. Ellos me
sugirieron que escribiera mis vivencias en la sierra chihuahuense y desde
luego, los acontecimientos de aquella madrugada del 23 de Septiembre de 1965.
El Compañero Pedro Marín Zarate se encargó de mecanografiar aquel trabajo que
titulamos: EL ASALTO AL CUARTEL DE MADERA, testimonio de un sobreviviente.
Por comentarios de compañeros
del MAR, me había enterado de que Bertha Vega Fuentes, originaria del municipio
de Ignacio Zaragoza, Chihuahua, se encontraba recluida en la cárcel de mujeres.
Bertha salió del reclusorio femenil habiendo logrado su libertad, ejercitando
apelación sobre un beneficio preliberacional al que tenía derecho. La conocí
cuando fue a la crujía “O” a visitar a sus compañeros de grupo. Su sentimiento
altruista se manifestó de inmediato, al ofrecer ayuda a quienes carecíamos del
apoyo familiar, por estar de por medio la distancia. La publicación del libro
Salud y Belleza a Través del Yoga, se logró gracias a la voluntad y esfuerzo de
la compañera, lo cual fue para mí un hecho estimulativo muy importante en mi
capacitación.
Por medio de cartas me puse
en contacto con mi familia. Mi hermana Socorro y su esposo Alfredo se
trasladaron al Distrito Federal. Por primera vez tuve el gusto de recibir
visita familiar. Tiempo después, me visitaron mi madre Celestina y mi hermana
Maria Elena; posteriormente lo hizo Manuela, la mayor de mis hermanas. Así,
pude disfrutar de su presencia y obtener noticias del resto de la familia.
En mi celda, sentado en el
camastro de concreto, en mis manos un libro sin abrir, esperaba que llegara la
hora de pasar al comedor a tomar los alimentos que, en aquella ocasión, habían
sido preparados por tres de mis compañeros de grupo.
--:--
A mi memoria llegó el recuerdo de aquel día, cuando el Profesor Arturo
Gámiz decidió que yo bajara de la sierra y me trasladara a la Ciudad de
Chihuahua, para pedir a los compañeros de la red urbana que nos abastecieran de
parque, ropa, calzado, etc., y a recabar información respecto a la repercusión
de las acciones de nuestro grupo, recién realizadas en la sierra. Llegué a la
Ciudad de Chihuahua y estuve unos días escondido en casa de una joven a quien
yo conocía como “Lupita” y que, en aquel tiempo, era militante muy activa de la
red urbana. Allí me entreviste con varios compañeros de la red, entre ellos
Oscar Gonzáles quien me informó que, por lo pronto, no regresaría a la sierra
porque el compañero Gámiz había decidido bajar al resto del grupo; la finalidad
era hacer una selección de cuadros de la red urbana, proporcionarles
entrenamiento político-militar para luego ingresarlos al Grupo Popular
Guerrillero. Con la autorización del Profesor Arturo Gámiz me fui a Nuevo Casas
Grandes a pasar unos días con mi familia. Después, me trasladé a Ciudad
Delicias donde permanecí algunos días en casa de la familia Fernández Adame, a
quienes recuerdo con mucho afecto y agradezco la hospitalidad que me brindaron.
--:--
Un compañero interrumpió mis recuerdos para decirme que estaban solicitando
mi presencia en la reja.
Se me informó que estaba
siendo requerido por las autoridades del penal. Fui trasladado al área de
juzgados donde me notificaron que
había sido dictada mi sentencia. Cinco años seis meses de prisión. ¿Coraje?
¿Tristeza? ¿Alegría? No recuerdo que fue lo que sentí cuando me dieron la
noticia, pero, al menos supe que existía la posibilidad de, algún día, poder
decir adiós a aquellos sitios
impregnados de ignominia; para sentir la vida y respirar la libertad..., entendida como el valor social más grande de todo ser humano.
Posteriormente fui trasladado
al penal de Santa Martha Acatitla, conocido como “La Grande” por la población
interna del Palacio Negro de Lecumberri. En Santa Martha permanecí el tiempo que me faltaba para cumplir
la sentencia siendo este de, aproximadamente, un año seis meses.
Con un grupo de reos del
orden común fui trasladado a “la grande” para purgar mi sentencia. En el
dormitorio 2 compartí la celda con individuos de muy mala calaña. También hice
amistad con gente buena como Don José Rendón, hombre de edad avanzada, que
había sido procesado por disparar contra un ladrón quien, acompañado de otros
delincuentes, intentaba robar en la casa de Don Pepe.
Durante un mes estuve
haciendo “fajina” (limpieza general obligatoria para todo reo de nuevo ingreso)
el resto del tiempo lo dediqué a actividades diversas; dando, en todo momento,
prioridad al estudio.
Pasaron días, semanas, meses,
hasta llegar a la fecha en que se cumplieron los cinco años seis meses de mi
sentencia. Esperaba ansioso el momento en que me llamaran para dejarme en
libertad. Tres días después yo seguía preso. El compañero Felipe reclamó por la
tardanza, logrando que las autoridades enmendaran la falla burocrática.
Dos custodios me condujeron a
la oficina donde me fue entregada la boleta de libertad. Un funcionario del
penal me dijo: “Estas libre; puedes irte”.
La puerta del penal cerró a
mi espalda. Volví a sentir aquella sensación de irrealidad que
en ocasión anterior había experimentado. Al avanzar, un viento leve
resbaló en mi rostro. Buscaba a alguien, sin saber a quien. Esperaba que
alguien me dijera: “¡Ya estas libre! ¡Vamos! ¡La lucha sigue!”
Caminé hasta llegar a un
lugar conocido como “paradero”, área de ascenso y descenso de pasaje, de las
unidades de transporte urbano. Me dirigí al centro histórico de la ciudad. En
el zócalo abordé el “metro” para trasladarme a la colonia Algarín y llegar a la
calle Toribio Medina, número 116, domicilio de la Señora Aurora, madre del
compañero Felipe. Doña Aurora se había hecho cargo del cuidado y la educación
de mi hija Alicia, quien estaba por cumplir 8 años y 6 meses de edad.
El dinero que recibía por
concepto de regalías del libro de yoga, me ayudaba a cubrir los gastos más
elementales; sin embargo, necesitaba conseguir un trabajo para poder sostenerme
en el Distrito Federal. La Señora Georgina Greco, gerente general de editorial
V Siglos, trató de ayudarme dándome empleo como vendedor de libros. Fracasé
vendiendo libros. Unas cuantas semanas bastaron para convencerme. Decidí buscar
un trabajo diferente. Al no encontrar ocupación, opté por trasladarme al estado
de Sonora. La idea era reunirme con la familia y a la vez buscar alternativas
de subsistencia. En Agua Prieta radicaban mis hermanas Socorro y Maria Elena
con sus respectivas familias. Posteriormente llegarían, procedentes de Nuevo
Casas Grandes, Mi madre Celestina y mis hermanos Rodolfo y Manuela. Encontrarme
de nuevo en el seno Familiar era, para todos, emocionalmente, muy gratificante.
UNA NUEVA FAMILIA.
Los días pasaban, las
emociones descendían a su nivel natural y las actividades cotidianas volvían a
la normalidad. Yo... me sentía indeciso respecto a qué hacer o qué rumbo darle
a mi vida. Decidí quedarme temporalmente en Agua Prieta. Busqué trabajo y
conseguí emplearme como instructor de yoga en un gimnasio de la localidad.
Conocí a Blanca Esthela Robles cuando fue a inscribirse como alumna para la
práctica yóguica; con ella inicié una relación sentimental que terminó en
matrimonio.
En una ciudad como Agua
Prieta, eran muy pocas las personas que podían interesarse en prácticas
esotéricas; por lo tanto, el auge de la instrucción yóguica llegó a un nivel
aceptable, para luego disminuir, limitando la posibilidad de ser una ocupación
rentable. Nuevamente busqué y encontré trabajo en una empresa maquiladora. El
puesto de obrero que ocupé en aquella empresa, me daba la oportunidad de
convivir con personas de mi condición social, a quienes orientaba respecto a
sus derechos laborales.
Blanca Esthela y yo
procreamos cuatro niñas: Blanca Esthela, Blanca Edith, Iveth y Janneth. A Blanca
Esthela, la niña, le fue detectada una
enfermedad cardiovascular, cuando apenas contaba con cuatro meses de edad. Los
médicos del Instituto Mexicano del Seguro Social, de Agua Prieta y de
Hermosillo, Son., se declararon incompetentes y ordenaron su traslado al Centro
Médico de Occidente de la Ciudad de Guadalajara, Jalisco. El padecimiento
cardiovascular ameritaba una intervención quirúrgica de alto riesgo; por lo
tanto, la operación no se podía llevar a cabo hasta que la niña superara los
tres años de edad. Fueron muchos los viajes a Guadalajara para asistir a las
citas médicas.
Los viáticos proporcionados por el Instituto Mexicano del Seguro Social,
eran insuficientes para solventar los gastos generados por pasajes y estancia
en la urbe mencionada.
VÍCTIMA DE LA DELINCUENCIA.
Agobiado por las limitaciones
económicas, decidí trasladarme al Distrito Federal; la intención era hacer
contacto con los compañeros que, años antes, me habían proporcionado protección
y ayuda. Llegué a la Ciudad de México. En el zócalo capitalino abordé el
“metro” para dirigirme a la colonia Algarín.
Descendí del transporte colectivo y caminé hacia el domicilio del compañero
Felipe Villanueva. Me faltaba media cuadra para llegar al numero 116 de la
calle Toribio Medina, cuando me detuvieron dos individuos, vestidos de civil,
que dijeron ser policías. Me subieron a un automóvil; el conductor avanzaba por
calles y avenidas mientras el otro individuo me registraba de pies a cabeza. Me
quitaron el poco dinero que llevaba, me dejaron en un barrio que yo desconocía
y sin un centavo para abordar un transporte y regresar. Caminé sin rumbo, con la
esperanza de llegar a algún lugar, desde donde pudiera orientarme para
continuar hacia el domicilio al que me dirigía, cuando me sorprendieron los
delincuentes. No sabía cuanto tiempo llevaba caminando; a la distancia miraba
un conjunto habitacional, que se me hacia conocido. Seguí avanzando hasta
llegar al pie de uno de los edificios, que ya había reconocido porque era,
precisamente allí, donde vivía el ingeniero Álvarez. Toqué a la puerta, el
Ingeniero abrió y me invitó a pasar. Aquel encuentro, en el momento inesperado, no generó
manifestación alguna. El Ingeniero se encontraba solo.
--¿Quieres algo de tomar? –me
dijo- ¿Café? ¿Refresco?
--Necesito un trago de licor,
-contesté- traigo la boca seca.
Le comenté que había sido
victima de un atraco por un par de malvivientes y también le hice saber los
motivos por los cuales me encontraba en la ciudad capital.
--¿Viste al Doctor?
--¿Villegas?
--¡Ajá!
--No.
--¿A Trejo?
--No; tampoco. Cuando caí a la cárcel
perdí todo contacto. No volví a saber de ustedes,
hasta hoy que, por mera
casualidad, estoy aquí con usted.
--Bueno... La culpa fue tuya.
--¿Por qué, Ingeniero? ¿De qué tuve yo la
culpa?
--Hablaste más de la cuenta. La Señora
Emma se vio en serios problemas porque la
mencionaste cuando te
detuvieron.
--¡Ah! Bueno; déjeme que le explique,
Ingeniero. Lo que pasó fue que, para ser
aceptado en el grupo de los
compañeros con quienes caí a la cárcel, tuve que someterme a
la prueba del suero de la
verdad. Acepté hacerlo porque el Doctor Trejo me dijo que se
trataba de gente muy preparada,
de convicción revolucionaria y valor a toda prueba.
Pregunte usted al Doctor Trejo,
Ingeniero, él fue quien me aplicó la inyección de
PENTOTAL. Lo que quiero decir,
Ingeniero, es que, cuando fui detenido, los agentes de la
Dirección Federal ya sabían
mucho de lo que yo contesté en el interrogatorio que me
hicieron los compañeros del
comando armado.
Con expresión
dubitativa, mirando fijamente al borde dorado de la taza, tal vez tratando de
asimilar lo que escuchaba, el Ingeniero permanecía en silencio, sin aceptar ni
rechazar la explicación que yo le estaba dando de los sucesos en cuestión.
--¿De qué agrupación dices
que eran los agentes que te detuvieron?
--De la Dirección Federal de Seguridad o
del Servicio Secreto. No estoy seguro. ¿Me
entendió
Ingeniero? Tuve que aceptar algunas cosas para no confesar otras mucho más
importantes y
de más riesgo. De usted, de Villegas y de Trejo, no dije absolutamente nada.
Con la ayuda económica que me
proporcionó el Ingeniero Álvarez regresé a Guadalajara; habiéndome comprometido
a regresar al Distrito Federal para, con trabajo, corresponder a dicha ayuda.
En el Centro Medico de
Guadalajara se programaba la operación a que sería sometida la niña Blanca
Esthela. Nos dieron la fecha de la cita,
en la que se llevaría a cabo la intervención quirúrgica.
Una vez más, decidí
trasladarme al Distrito Federal, pero en ésta ocasión, llevaba conmigo a mi
mujer y a mi hija.
ENCUENTRO INESPERADO.
La familia Villanueva Vélez
no se encontraba en su domicilio, por lo mismo, tuvimos que pasar la noche bajo
la escalera de concreto, que daba acceso al edificio de apartamentos, propiedad
de la Señora Aurora Vélez.
Al día siguiente,
visiblemente inquieto, sin saber que hacer o hacia dónde dirigirme, en un
impulso inexplicable opté por trasladarme, con mi mujer y mi hija, al zoológico
de Chapultepec. Allí, por azares de la vida, se dio otro encuentro fortuito,
pero, entonces fue con el Doctor Villegas. Mi estado de ánimo cambió
radicalmente. Hacía más de diez años que habíamos perdido el contacto por lo
que su presencia, en aquel momento, era para mí, motivo de alegría, pero
también me daba la oportunidad de aclarar el malentendido que pesaba sobre mi
persona; sin embargo, en aquel momento era más importante comentar con él las
dificultades por las que estaba atravesando. El joven medico me escuchó con
atención y ofreció ayudarme en lo que fuera necesario. De allí, nos llevó al
departamento de una pareja de amigos suyos. Después, nos llevó a un hotel donde
permaneceríamos mientras él encontraba un lugar donde pudiéramos alojarnos
durante nuestra estancia en el Distrito Federal. Dos días después, el Doctor
Villegas hizo acto de presencia ante nosotros y me dijo que nos llevaría con
Gladys Guadalupe López, quien ya nos esperaba en una estación del “metro”. Fue
así como llegamos y conocimos a la familia de Gladys, donde fuimos recibidos de
manera muy afectiva, sin reservas ni condiciones y con quienes convivimos
durante el tiempo que permanecimos en la ciudad capital. Mi eterno
agradecimiento a la familia López Hernández.
La fecha de la cita en el
Centro Medico de Occidente, para internar nuevamente a mi pequeña, estaba ya
muy cercana, motivo por el cual fue necesario regresar a la Ciudad de
Guadalajara.
La intervención quirúrgica se
llevó a cabo un día lunes, con resultados aparentemente favorables, pero,
desgraciadamente la niña falleció cuatro días después.
REFLEXIONES.
Con el paso del tiempo fui
perdiendo contacto con todas aquellas personas con quienes, de una u otra
manera, me había relacionado en el acontecer del movimiento revolucionario. En
Agua Prieta, Sonora, me dedicaba de tiempo completo, a actividades comunes y quehaceres
cotidianos. Con la experiencia adquirida a través de mi participación en
acciones revolucionarias y conociendo, en gran medida, los resultados visibles
de la lucha armada, llegué a advertir el fracaso inminente del movimiento
socialista en México.
Tiempo después, luego de
algunos acontecimientos en el mundo, contrarios a los intereses políticos del
proletariado, sobrevino la caída del sistema socialista, dejando el camino
libre al imperialismo norteamericano en el avance de las acciones y/o
actividades tendientes a consolidar su poderío económico, político, militar,
etc., con la intención de apoderarse de todo cuanto se pueda considerar
generador de riqueza, localizable sobre la faz de la tierra, aplastando sin
consideración alguna, los derechos de todo ser humano a vivir una vida digna,
de bienestar y tranquilidad social.
La ambición desmedida de los
poderosos está conduciendo a la humanidad hacia un futuro incierto, antecesor a
un final catastrófico a consecuencia de la voracidad por el poder
económico-político y, lamentablemente, en la actualidad el movimiento
revolucionario se percibe débil, sin figura, y los directamente afectados, que
somos la inmensa mayoría, no advertimos la debacle hacia donde nos conduce la
fuerza devastadora del sistema capitalista.
Reiniciar el movimiento de
izquierda revolucionaria, es una necesidad imperiosa del proletariado mundial.
Es apremiante el impulso a una izquierda sin fronteras, que actúe inteligentemente
para dar la gran batalla, hasta lograr el cambio real y definitivo en el
sistema económico-político que pretende el dominio total de la humanidad.
Agua Prieta, Sonora, México.
A 1ro. de julio del año 2004.
![]() |

Dr. Pablo Gómez Ramírez Profr.
Arturo Gámiz Garcia
Documento leído el 23 de septiembre del año 2003 en el Teatro de la
Ciudad, en la Ciudad de Chihuahua, en la presentación del libro Las Armas del
Alba del escritor Carlos Montemayor.
Primeramente, quiero
felicitar al Señor Carlos Montemayor, por la presentación de su libro, que es
una gran obra político-literaria, basada en testimonios de militantes cuya
participación en los inicios de la lucha armada en México, fue determinante en
el avance del movimiento revolucionario, el cual, en la actualidad es
considerado como parte importante de la historia real de los mexicanos. ¡En
hora buena, Señor!
También quiero
aprovechar éste momento para dirigirme a ustedes y decirles que viene a mi
memoria el recuerdo de mis compañeros de lucha, de aquellos jóvenes honestos,
que ofrendaron su vida la madrugada del 23 de septiembre de 1965, en aras de la
justicia y el bienestar de los mexicanos; en una lucha claramente desigual,
totalmente en desventaja, contra un ejercito compuesto en su mayoría, por
obreros y campesinos, desgraciadamente al servicio de los poderosos. Mis
compañeros, jóvenes revolucionarios dispuestos a todo, con una sed incomparable
de justicia social, con un deseo inquebrantable de redención del pueblo
mexicano, decidieron enfrentarse, no precisamente a ese ejercito de hombres que
también pertenecen a la clase baja, sino
a los gigantes del poder, que son los verdaderos culpables de la desdicha de
millones y millones de mexicanos marginados y condenados a vivir en la pobreza
extrema.
Quiero dirigirme a ustedes, a
las nuevas generaciones, para decirles que a 38 años de distancia de aquellos
hechos que marcaron el inicio de la lucha armada en México, las condiciones de
vida de la gente en cualquier parte del mundo, siguen empeorando, porque, de
entonces a la fecha, ha habido cambios enormes, pero a favor de los poderosos,
como fue la caída del sistema socialista, por lo que, el imperialismo avanza a
pasos agigantados hacia el control absoluto sobre la humanidad; sus acciones o
actividades tendientes a consolidar su poderío económico, político, religioso,
militar, etc., aplastan inmisericordemente los derechos de todo ser humano a
vivir una vida digna, de bienestar y tranquilidad social. La globalización es
una de las actividades tendientes a alcanzar el dominio total de todo cuanto
existe sobre la faz de la tierra; pero hay algo peor aun, esa ambición
desmedida de los poderosos nos está conduciendo peligrosamente a un final
catastrófico a consecuencia del terrible daño que le están causando a los
ecosistemas, todo por la ambición de riqueza y de poder, porque todo lo tienen,
pero carecen de lo más elemental que es conciencia humanitaria.
Por todo lo dicho y por mucho
más, compañeros, necesitamos hacer resurgir la izquierda, una izquierda
revolucionaria auténtica, que participe, que actúe con inteligencia, que
emprenda acciones importantes tendientes a frenar el avance imperialista que a
través de su enorme poderío nos está conduciendo hacia el nivel más bajo de la
condición humana.
¡Por una izquierda
revolucionaria auténtica!
¡Adelante compañeros!


Álvaro Ríos Ramírez,
Carlos Montemayor, Francisco Ornelas, José Juan Fernández Adame, Raúl f. Lugo,
Ramón Mendoza y Salvador Gaytan Aguirre
Documento leído en el 1V Encuentro Nacional de Ex militantes del
Movimiento Armado Socialista en México, el 25 de abril del año 2004, en un
recinto del hotel Villa Primavera de Zapopan, Jalisco.
Quiero dirigirme a ustedes,
compañeros, para manifestar mi descontento y mi repudio, que también es el de
muchos mexicanos, por la descomposición social que nos agobia y que ha sido,
desde siempre, provocada y tolerada por los gobernantes.
Por la podredumbre y la
desvergüenza que se percibe como practica común en las actividades de
funcionarios de cualquier filiación política.
Por la ambición desmedida de
los poderosos que, con acciones y actividades de todo tipo, pretenden aumentar
y consolidar su poder económico, lo cual, repercute indiscutiblemente en las
paupérrimas condiciones de vida de la gran mayoría de los habitantes de nuestro
país.
Por la manipulación de la
enseñanza preconcebida a conveniencia del sistema capitalista, estructurada no
para educar sino para enajenar a los jóvenes estudiantes, reduciendo la defensa
implícita de su coeficiente intelectual, para exponerlos a vicios, delincuencia
y desviaciones de carácter social.
Por la complicidad de gobernantes
y empresarios poderosos, dueños de algunos medios de comunicación, que se valen
del lavado de cerebro a través de actividades y programas, para contribuir a la
consecución del dominio y/o control masivo de la gente, en beneficio de sus muy
particulares intereses políticos y económicos.
Porque las condiciones de
vida de los desprotegidos, en cualquier parte del mundo, siguen empeorando
debido a que los grandes cambios socio-políticos, generados por el
enfrentamiento entre potencias, desgraciadamente favorecieron al sistema
capitalista y por lo mismo, el imperialismo avanza a pasos agigantados hacia el
control absoluto de todo lo que signifique poder y riqueza localizable sobre la
faz de la tierra.
Porque la ambición sin limite
de los poderosos está conduciendo a la humanidad hacia un futuro incierto,
antecesor a un final catastrófico a consecuencia de su voracidad por el poder
económico-político.
Por los conceptos expuestos y
por mucho más, compañeros, considero necesario reiniciar la lucha de clases,
organizada y dirigida por una izquierda revolucionaria que actúe
inteligentemente para dar la gran batalla hasta lograr un cambio real y
definitivo del sistema económico- político que rige a la humanidad.
¡Por una izquierda
revolucionaria auténtica!
¡Hasta vencer o morir!
Documento leído el 23 de
Septiembre del año 2004, en el Ejido Arturo Gámiz, municipio de Madera,
Chihuahua.
En esta ocasión, compañeros,
quiero pensar que con la participación de todos, quienes aquí nos encontramos,
estamos poniendo la primera piedra para construir la nueva organización de
izquierda revolucionaria autentica, que tanta falta está haciendo en México y
en el mundo, para que luchemos, no con las armas en la mano, y mucho menos con
acciones terroristas porque ese tipo de lucha solo pueden llevarla a cabo
quienes ostentan el poder económico-político de las grandes potencias, contra
países enemigos, por ambición de poder y riqueza, sino a través de una
organización fuerte, poderosa, capaz de aglutinar multitudes, de traspasar
fronteras; que se internacionalice y logre reavivar la llama del marxismo en
cualquier parte de la tierra; para que logremos despertar las conciencias que
han sido adormecidas o enajenadas por la influencia generada por la
mercadotecnia, que conduce hacia un
mundo de ilusiones, de fantasías y sueños inalcanzables; para que unidos todos
logremos romper las cadenas publicitarias que atan y esclavizan la mente
humana, convirtiéndonos en consumidores compulsivos, base fundamental de la
sociedad capitalista; para que juntos logremos ubicarnos, que podamos conocer
la realidad y emprendamos el camino hacia la libertad. Los habitantes más
necesitados de los pueblos de México y del mundo triunfaremos porque nos asiste
la razón, porque la desigualdad social ya corroe las estructuras férreas del
imperialismo, la autodestrucción del sistema capitalista será una realidad a no
muy largo plazo, pero en su caída arrastrará a la humanidad entera, si los
proletarios del mundo no prevemos las consecuencias y actuamos ahora que aun
estamos a tiempo, para derrocar el actual orden social mercantilista basado en
la explotación del hombre por el hombre y a través del comercio en todas sus
modalidades. El triunfo de la clase proletaria será una realidad, porque
estriba en que los poderosos son relativamente pocos, mientras que los más
necesitados somos la inmensa mayoría.
¡Por una izquierda
revolucionaria autentica!
¡Adelante compañeros!
Este es un relato
que parece increíble, el lector se sorprenderá al conocer la vida que en sus
páginas transcurre; el autor hace un viaje del cuartel militar de ciudad Madera
Chihuahua hasta la prisión de Lecumberri.
Esta ruta de su
vida, inicia de una manera fortuita, casual en la que el joven Florencio,
ignora hacia donde lo llevaba. Durante el breve transcurso de dos años se
producen los más importantes acontecimientos de su existencia sencilla que se
ve alterada o reorientada hacia un destino imprevisto: participa de la lucha
agraria, conoce de la represión a los campesinos, se incorpora al grupo armado
que comandan Arturo Gámiz y Pablo Gómez. Padece, disfruta y aprende en la dura
vida de guerrillero. Acude a la ciudad de México para recibir instrucción militar
y educación política. Conoce los riesgos de la vida en clandestinidad.
Participa en los
acontecimientos del cuartel militar en ciudad Madera Chihuahua. Para entonces
está identificado con sus compañeros y amigos cuyas imágenes lo han de
acompañar para siempre: Gámiz, Gómez, Salomón Gaytán, Miguel Quiñones y otros
que fallecieron o aquellos tres: Francisco Ornelas Gómez Ramón Mendoza y Matías
Fernández que sobrevivieron del acontecimiento y que no volvería a encontrar
hasta 38 años después en la ciudad de Chihuahua.
Al leer este libro
también tendremos una visión de un tiempo preciso y una época convulsa que
vivió la entidad y el ambiente que produjo la violencia involucrando a todos
los grupos, clases y sectores de la sociedad.
José Luis Aguayo
Álvarez
Chihuahua,
Chihuahua.
Primer día de enero
del año 2005.
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