EL ASALTO AL CUARTEL DE CIUDAD MADERA.
El asalto al cuartel de
Ciudad
Madera
D. R. © Raúl Florencio Lugo Hernández
Calles 14 y15 av. 19 Nº 1450
Agua Prieta, Sonora.
Código Postal 84269
Diseño de portada: Janneth Lugo Robles
ISBN: 968-884-662-7
Primera edición:
2002.
Segunda edición:
Enero de 2003.
(Coedición del
Centro de Derechos Humanos Yaxkin A.C.,
y el Foro
Permanente por la Comisión de la Verdad)
Tercera edición:
Universidad
Autónoma Chapingo.
Primera
reimpresión: mayo 2013.
Cuarta edición:
Proyecto
Cultural Revueltas.
Septiembre 2016.
Quinta edición:
El asalto al cuartel de
Ciudad Madera
Chihuahua, 23 de
septiembre de 1965
Testimonio de un sobreviviente
Raúl
Florencio Lugo Hernández
ÍNDICE
1. BÚSQUEDA DE ORIENTACIÓN POLÍTICA A TRAVÉS DE LA
LUCHA LEGAL.
2. PERÍODO DE CONCIENTIZACIÓN, MOVILIZACIONES
CAMPESINAS: OCUPACIÓN SIMBÓLICA DE TIERRAS.
3. CIERRE DE LOS CAUCES DEMOCRÁTICOS: REPRESIÓN.
4. SE VISLUMBRA LA VÍA REVOLUCONARIA FUNDAMENTAL: LA
LUCHA ARMADA.
5. EL RECONOCIMIENTO DEL MÉTODO ADECUADO: LA GUERRA DE
GUERRILLAS. SU APLICACIÓN. CREACIÓN Y DESARROLLO DE UN ORGANISMO POLÍTICO
MILITAR.
6. ETAPA ENBRIONARIA DE LA GUERRILLA PRIMERAS TAREAS
ORGANIZATIVAS EN LA SIERRA.
7. SURGE LA DENOMINACIÓN DE “GRUPO POPULAR
GUERRILLERO”, CON BASE EN UNA ACCIÓN EJECUTADA POR GUADALUPE SCOBEL. PRIMER
ENCUENTRO CON EL ENEMIGO.
8. UNA TAREA GUERRILLERA CONCRETA: EMBOSCADA A UN
GRUPO DE JUDICIALES RURALES.
9. DE LA CONCIDERACIÓN DE OBVIAS DEFICIENCIAS, SE
PLANTEA EL DESCENSO…
10. EL VIAJE A LA CAPITAL DEL PAÍS Y SU OBJETIVO:
CONSOLIDACIÓN ORGÁNICA DEL GRUPO.
11. LAS DIFICULTADES DE UN ENTRENAMIENTO PLÍTICO Y
MILITAR. PERSPECTIVAS, PLANIFICACIÓN DEL ASALTO AL CUARTEL MADERA.
12. CULMINA LA ACCIÓN. RETIRADA.
1.-
BÚSQUEDA DE ORIENTACION POLÍTICA A TRAVÉS DE LA LUCHA LEGAL
Estando en prisión (enero de 1963) escuché un altoparlante que invitaba a
un mitin de apoyo a un grupo de campesinos solicitantes de tierras. Cabe
aclarar que me encontraba preso por cuestiones ajenas a la acción
revolucionaria; es decir, fui detenido por el simple hecho de haber ingerido
unas copas de licor. Esto me recuerda aquella ocasión en que me encontraba con
un grupo de amigos que andábamos en
busca de trabajo y que hasta donde estábamos llegó el comandante de la policía
municipal; un individuo de apellido Chacón, hosco, con cicatrices en el rostro,
quien nos exigió le mostráramos nuestras manos para luego llevarse detenido a
uno de mis compañeros, nada más por tener sus manos limpias de callosidad. Mi
situación económica, educativa, mi ubicación de clase con los oprimidos,
enajenados, los cuales carecíamos de una conciencia política que nos explicara
el origen de nuestros problemas, así como la forma de resolverlos, nos hacía
caer en la búsqueda de salidas falsas, artificiales, creadas por el enemigo.
Miles de mexicanos se daban y se siguen dando al alcoholismo, al crimen, etc.,
como una manifestación de impotencia social debido a la carencia de claridad
política que revierta su descontento en energía transformadora.
Ya aclarado el por qué de mi estancia en la cárcel,
prosigo: al oír las palabras elocuentes y firmes de una oradora (Bertha Prieto
Chávez) que invitaba al pueblo a solidarizarse con los solicitantes de tierras,
se creó en mí una inquietud, más bien por curiosidad, por saber lo que se iba a
tratar en aquel mitin al cual se invitaba con tanto fervor. Al salir de la
cárcel procuré informarme de quienes eran y que era lo que planteaban los del
grupo; así llegué a saber que los solicitantes de tierra eran dirigidos por Don
Rosario Prieto Chavira, padre de unos jóvenes conocidos míos; fueron ellos
quienes me invitaron a participar en el grupo como un miembro más.
Dicha invitación me planteó la necesidad de hacer un
análisis sobre mi situación económica; consideré la falta de fuentes de
trabajo, el constante aumento del costo
de la vida, y en sí, vi que mis posibilidades de desarrollo allí eran limitadas
en todos los aspectos. Con base en este tipo de consideraciones personales llegué
a la conclusión de ingresar al grupo de campesinos sin tierra, preguntándome si
ésta sería la oportunidad de cambiar lo que hasta entonces constituía mi
paupérrima forma de vida, es decir me planteé la posibilidad de trabajar la
tierra, como una salida meramente económica para la solución de mis problemas.
De esta forma, sin más, fue como llegué a
ingresar al grupo de los solicitantes de tierra; a ese grupo de personas cuya
dignidad humana, felicidad e incluso la vida misma, depende de un pedazo de tierra
en el cual trabajar. Importaba la tierra, pero era indispensable que, antes,
las autoridades gubernamentales se dieran cuenta de lo que significaba una
solicitud de tierra para aquellos campesinos; hacerles ver que para el
campesino no es llenar un simple papel, mientras que para el burócrata
constituye algo molesto y engorroso. Ni es lo que significa para el
latifundista: la molestia de llamar al gobernador para que dé la orden de un
fallo favorable en el Departamento de Asuntos Agrarios y Colonización, en caso
de que hubiera una solicitud de afectabilidad para alguna de sus propiedades, o
bien, la también molesta llamada al jefe de la zona militar y de la policía
para que someta, por medio de la fuerza, al grupo de “revoltosos”. ¡No! Para el
campesino, aunque parezca paradójico, la tierra es vida y es muerte; es
esclavitud impuesta por el sistema de propiedad privada, peonaje y explotación;
pero también es la dicha momentánea, al fin, de ser propietario de un pedazo de
tierra.
2.-
PERIODO DE CONCIENTIZACIÓN, MOVILIZACIONES CAMPESINAS: OCUPACIÓN SIMBÓLICA DE
TIERRAS
Con esta ilusión se empiezan a
hacer los preparativos para la recuperación de tierras; preparativos que se
desarrollan en un aire de semiclandestinidad ante la concentración de un
grupo de invasores en el pueblo. El conseguir los vehículos que nos conducirán
al objetivo, es algo que se pretendía estuviera lo más lejos del alcance de la
acción represiva de los latifundistas y su gobierno. Fue durante estos
preparativos cuando me empecé a dar cuenta de la composición social del grupo. Prevalecían,
como es lógico de suponer, los sin tierra, campesinos pobres que constituyen
gran parte del ejército de desocupados; así también, vi pequeños comerciantes
cuya economía de subsistencia y de reducido mercado los hace ser desplazados
por la economía capitalista del gran latifundio.
La caravana partió con un promedio de doscientos a
doscientos cincuenta personas que íbamos en diecisiete vehículos aportados por
pequeños comerciantes. La salida hacia el latifundio (municipio de Janos
Chihuahua), propiedad de Hilario Gabilondo, destinado a ser invadido se realizó
por la noche, atendiendo a lo que ya se mencionó: estar fuera del control de
los caciques.
Por esa época de invierno, caía en el estado lo que por
allá se conoce como helada negra
(intensos fríos, sin llegar a nevar) la cual nos inmovilizó a uno de los
camiones, sin embargo, las condiciones
del clima no fueron impedimento para proseguir la marcha. El entusiasmo y
esperanza de aquella gente no podían ser paralizados por un enemigo tan
insignificante como en esos momentos lo era el frío. Al fin llegamos al
latifundio en donde inmediatamente se instaló el campamento con pequeñas
tiendas de lona, las cuales fueron ubicadas en forma tal que formaban un
triángulo en cuyo centro se encontraban las tiendas de los dirigentes. Esto no
llevaba, por supuesto, más intención que ser una simple medida de protección
para aquellas personas que nos guiaban a solucionar uno de nuestros principales
problemas: la carencia de tierra; pero reflejaba asimismo, la presencia entre
nosotros de gente decidida, que contaba con cierta claridad política, que se
daba a la tarea de asimilar nuestros problemas y que aportaban los elementos
necesarios de una mínima organización e iniciativa de acción en la búsqueda de
soluciones para las condiciones de vida miserables de la gente. (Hay que
aclarar que los dirigentes de este grupo de campesinos era gente del lugar, con
los mismos problemas, y que eran asesorados por militantes (Arturo Gámiz
García, Álvaro Ríos Ramírez, etc.) de la Unión General de Obreros y Campesinos
de México UGOCM (organismo gremial perteneciente al Partido Popular Socialista,
partido reformista y colaborador de la burguesía, cuyo máximo representante, en
aquellas, fechas era Lombardo Toledano). No obstante, la UGOCM contaba con un
gran número de afiliados sobre todo en los estados de Chihuahua, Durango y
Sonora. Algunos de los cuadros estatales de este organismo eran verdaderos
revolucionarios que aprovechaban la fachada legal y las siglas, para
desarrollar una real labor de concientización entre la masa campesina, así como
también les permitía crear una relación de contacto para posteriores trabajos
entre el campesinado. Es este desarrollo de la acción y organización
revolucionarias lo que en cierta medida determina la actitud adoptada por los
campesinos solicitantes para con sus dirigentes.
Nuestra estancia en el latifundio fue breve. Llegaron
noticias de que el ejército iba en camino al campamento con instrucciones de
desalojarnos. Se consultó a la gente sobre la situación y se decidió abandonar
el latifundio; así es que para cuando llegó el ejército nosotros ya habíamos
salido.
La discusión sobre el ¿qué
hacer? ante la llegada
inminente del ejército fue breve. Las posibilidades de un enfrentamiento eran
escasas, la gente ni psicológica ni materialmente estaba preparada para ello.
La única opción favorable era desistir de la invasión que, de hecho, desde un
primer momento, estaba planteada en caso de acción represiva.
El carácter simbólico como se dijo en un principio,
condicionaba a la gente a una mentalidad en la cual esta acción se veía como
presión para lograr la solución al problema de la tierra (era indudable que el
factor organización era muy reducido y las perspectivas
muy limitadas para poder ser de otra forma). La gente estaba consciente de que
la debilidad en todos los sentidos respecto del enemigo hacía de estas acciones
un complemento de presión ante las autoridades del Departamento Agrario para
que se nos resolviera favorablemente la petición reivindicativa ante el
latifundio. La táctica utilizada era clara. Por una parte se hacía el trámite
legal y burocrático de petición de tierra ante las autoridades correspondientes
y al mismo tiempo, se llevaba a cabo la ocupación simbólica como factor de
presión, sin llegar a plantearse la invasión del latifundio con un fin de
expropiación por vía de hecho.
Después de
haber salido del latifundio regresamos a Nuevo Casas Grandes, allí se planteó
como tarea inmediata hacer una evaluación de la fracasada invasión de tierras.
En las
sesiones del grupo se llegó a establecer que la actitud ante el ejército había
sido demasiado blanda y se acordó volver al latifundio. Por un lado se planteó
no llegar a un enfrentamiento con el ejército, pero se conminó a la gente a
mantener una posición más firme respecto a la vez anterior. Se veía la
necesidad de dejar claro, en caso de un desalojo, que nuestra actitud motivada
principalmente por la acción represiva, no era una reconsideración de la
posición nuestra ante las amenazas del enemigo, lo cual, se decía, marcaba
claramente la diferencia entre el abandono de la lucha y las limitaciones de la
invasión como forma de la misma.
Con estas
nuevas aportaciones obtenidas de la experiencia vivida, nuevamente se nos avisa
de la llegada del ejército, pero ahora no se huyó; en actitud digna se esperó
al ejército represivo. Bajo conminaciones de carácter amenazante fuimos
desalojados. Nuestra actitud iba muy lejos de querer ser víctimas de una
masacre, por lo que fuimos obligados a levantar el campamento y en nuestros
vehículos y los del ejército fuimos llevados a Nuevo Casas Grandes, bajo
custodia, en donde fuimos puestos en libertad.
Ante este nuevo desalojo, se repitieron las reuniones
para determinar la solución por el hecho
represivo. Se siguió insistiendo en la demasiada blandura frente al ejército,
pero no se llegó a proponer una resistencia violenta. El análisis arrojó la
misma conclusión que la ocasión pasada: regresar al latifundio. Se aportó un
nuevo elemento en la táctica a seguir: la presencia de todas las familias;
irían mujeres, niños y ancianos en la caravana de paracaidistas, como
pequeños granos de seguridad, para evitar un desalojo violento y como
manifestaciones claras de la voluntad de continuar bajo la línea de la
resistencia no violenta.
Se llegó de nueva cuenta al latifundio. El campamento se
preparó en la mejor forma posible con miras a proteger a las familias de las
inclemencias del tiempo. Cerca del campamento se encontraba un papalote
(aparato utilizado para la extracción de agua de los pozos) de donde nos
abastecíamos de agua. Al llegar el ejército se apoderó del papalote cortándonos
así el abastecimiento de agua. Se nota pues, un cambio en la actitud de los
oficiales del ejército ante la persistencia de los solicitantes: ahora llevaban
la orden de sacamos por la fuerza. La respuesta era de no salirse hasta en
tanto el Departamento de Asuntos Agrarios y Colonización hiciera caso de las
solicitudes de tierra. Al no ceder por parte de nosotros, los soldados nos
siguieron cortando el acceso al pozo, por lo que tuvimos que recurrir a cavar
una noria para tratar de sacar agua, demostrando así firmeza, a pesar de la
situación desesperada en que nos encontrábamos y llegando a casos en los cuales
se tenían que exprimir papas para darle algo de beber a los niños. Cerca del
papalote había un represo donde abrevaba el ganado; por las noches, a riesgo de
ser descubierto y castigado, me deslizaba hasta el represo y les robaba el agua
a los soldados. En el grupo había jovencitas; algunos soldados, tratando de
quedar bien con ellas, les regalaban el agua de sus cantimploras; pero, tales
acciones no solucionaban la demanda de agua para toda la gente que conformaba
el grupo.
3.-
CIERRE DE LOS CAUCES DEMOCRÁTICOS: REPRESIÓN
Se izaron la bandera
nacional y la bandera blanca en el campamento como símbolos de patriotismo y
paz, ya que habían salido en la prensa burguesa los calificativos de subversivos rojos quienes aparecían “con ganas de
agitar con los problemas haciéndolos aparecer en una dimensión que no tenían”.
Toda actividad tendiente a levantar la moral de la gente se realizaba en el
campamento, demostrando la disposición de continuar la lucha.
Al cabo de varios días, de estar sin agua, llegó un
ultimátum en el que se nos comunicaba que, con base en una orden judicial, se
nos iba a sacar por la fuerza; esto es cumplido al poco tiempo. Nuestra actitud
fue formarnos todos los hombres, siendo luego rodeados por el ejército, tirando
nuestras banderas, y con bayonetas caladas “trataron de convencernos”.
Entre nosotros se
encontraba un dirigente de la UGOCM (Álvaro Ríos Ramírez) que trataba de pasar
inadvertido entre la masa, pero fue descubierto por el ejército y sin orden judicial,
fue detenido; mientras tanto, se nos trató de demostrar que la presencia de
éste compañero era la mejor prueba del engaño de que éramos víctimas, por
agitadores profesionales. Sin embargo, no se llegó a ningún acuerdo pacífico y
se dio la orden de avanzar cerrando el cerco que se nos había tendido,
picándonos con las bayonetas, desbaratando nuestra formación a culatazo limpio
y empezando las detenciones. Se consideró que ya no tenía caso seguir
resistiendo, razón por la cual uno de los dirigentes dio la orden de rendirnos
al ver que los soldados estaban dispuestos a llegar hasta las últimas
consecuencias.
Mientras esto sucedía, la actitud de las mujeres fue de
valentía recriminándoles a los oficiales su arbitrario proceder. El resultado a
todo esto fue que nos subieron a los camiones en que habíamos llegado, llevando
a los dirigentes detenidos a los vehículos del ejército.
Ya de regreso, nos detuvimos en Janos. Allí uno de los
oficiales dio muestras de su desprecio por el pueblo, mostrando un orgullo como
si hubiera “ganado una batalla”. Ante ello pensé: “cuál sería la actitud de
este oficial si en mis manos o en las de cualquier otro compañero hubiera una
ametralladora apuntándole…”
Continuamos hasta llegar a Nuevo Casas Grandes, en donde se
llevaron a los heridos al hospital. A pesar de estar sin la dirigencia,
organizamos una manifestación cuya culminación fue un mitin. Durante la
manifestación se explicaba la represión de la que habíamos sido víctimas; fue
precisamente la oradora (Bertha Prieto) que yo había oído desde la cárcel, la
que organizó el acto.
Fue ella quien se opuso a que la gente más fogueada
hablara en el mitin. Y propuso que fueran los campesinos mismos quienes
expusieran el problema, para lo cual pidió voluntarios en el momento de
comenzar el mitin. Al acercarme a pedirle que me pusiera en la lista hizo un
gesto de extrañeza, tal vez debido a que yo no soy campesino y habiendo vivido
siempre en el pueblo, había adquirido actitudes reprobables (esto se explica al
comienzo del relato) que la hacían dudar de mi participación ante cientos de
personas; sin embargo, aceptó mi petición.
Dio comienzo el mitin, los oradores con palabras
sencillas explicaron la forma arbitraria como el ejército nos había desalojado
del latifundio. Al llegar mi turno al micrófono recordé una carta de Fidel
Castro que fue mi guía en el discurso. No hablé de represión, sino que traté de
manifestar la causa de estos problemas, señalando la injusticia social y
nuestro derecho a salir de ella. Recuerdo que aún cuando fue uno de los
discursos más radicales, fue emotivo, ya que algunas de las palabras que
utilicé no sabía que querían decir, pero yo sentía su significado más por
intuición que por cultura. El discurso más o menos decía:
“…Porque creemos que
la riqueza nacional no debe ser privilegio de unos cuantos... Porque somos
conscientes de que todos y cada uno de los treinta y seis millones de
habitantes tenemos derecho a una vida decorosa y de justicia, de trabajo y
bienestar y no nos importa que la prensa reaccionaria nos presente ante la
opinión pública como réprobos de la sociedad, a sabiendas de que muchos de
nosotros habremos de morir peleando: ¡seguiremos adelante en nuestra lucha!”
Este fue el final de mi discurso, la maestra me conminó a
que dijera unas vivas a nuestros dirigentes y a México, ante lo cual toda la
gente respondió con aplausos. Esto me llenaba de satisfacción pues al bajar de
la plataforma en que se encontraba el micrófono todo mundo me felicitaba. Mi
participación fue de tal impacto, que llegó hasta la ciudad de Chihuahua a
oídos del profesor Arturo Gámiz, quien se encontraba preso.
4.-
SE VISLUMBRA LA VÍA REVOLUCIONARIA FUNDAMENTAL: LA LUCHA ARMADA
Para las fechas de la realización del mitin yo ya había
encontrado literatura revolucionaria; libros como “Fidel Castro”, “Escucha
Yanqui”, “La Joven Guardia”, “El Comité Regional Clandestino Actúa”,
entre otros, así como propaganda revolucionaria de folletos, volantes y la
labor de politización personal que habían desarrollado en mí las profesoras
Magdalena Ortiz y Marcia Moreno; también por compañeros de la UGOCM.
El hecho de que yo me haya encontrado de pronto ante este tipo de libros no es casual; es
parte de la politización y concientización en la región por quienes decíamos
militaban en este organismo (la UGOCM), ante la falta de organización que ofreciera una real opción revolucionaria. El
efecto causado por esta propaganda en mi persona fue un cambio radical en mi
vida; era como un mundo nuevo al cual me enfrentaba con una sola arma: el ansia
de aprender y comprender, asimilando en lo posible las experiencias históricas
de la lucha de clases.
Recuerdo en términos vagos una conversación con uno de
los cuadros de la UGOCM. En el desarrollo de la conversación me preguntó: ¿cuál
es tu opinión del comunismo? A lo que yo contesté, haciendo la aclaración sobre
mi poco conocimiento teórico: “que la gente en general al hacer referencia al
comunismo manifestaba desconfianza e incluso aversión, pero esta opinión
también era compartida e incluso difundida por la misma burguesía y si a
nosotros la burguesía nos identifica como subversivos y comunistas por el sólo
hecho de pedir tierras, ponía
en tela de juicio lo “malo” del comunismo, ya que nuestra causa era justa y si
el enemigo tendía a hacerla aparecer contraria a los intereses del pueblo, lo
mismo que hacía con la doctrina socialista, era indudable que también temía,
conforme a sus intereses, a los comunistas”. Mi duda era campo fértil para que
aquel compañero tratara de difundir sus ideas y sus concepciones sobre el tema,
haciéndome una explicación científica y una sistematización teórica de los
postulados de la doctrina marxista. Era en sí el método de contacto individual
lo que desarrollaba la conciencia política en la gente del pueblo; las ideas
revolucionarias eran propagadas de boca en boca.
Puedo decir que en aquella primera etapa de mi inicio y
formación de las ideas revolucionarias, destacan las repercusiones causadas
hacia el pueblo por el Encuentro Estudiantil Heraclio Bernal (octubre de 1963) en la Sierra, que tuvo como uno de sus acuerdos
la formación de los “Clubs de la Juventud Trabajadora”. Es en este encuentro de
estudiantes donde fue detenido el profesor Arturo Gámiz y es en mi formación un
punto más de apoyo para mis ideas revolucionarias. En términos generales son
estos hechos los que sientan las bases generales para la actividad en la lucha.
Prosigamos con el relato.
Después del mitin, la gente de la UGOCM organiza una
concentración estatal con delegados de grupos campesinos, para protestar por el
arbitrario encarcelamiento de los líderes de nuestro grupo, así como por
diversos actos represivos y como presión ante las autoridades del Departamento
de Asuntos Agrarios y Colonización (DAAC), tratando de obtener respuesta a nuestras
peticiones de tierra.
Por nuestra parte, en el nombramiento de los delegados
para asistir a la concentración, fui elegido con otros cuatro compañeros. Nos
dieron los pasajes y salimos rumbo a la capital del estado, donde fuimos
concentrados en un edificio, la noche que llegamos, para el día siguiente
reunirnos en un corralón que estaba ubicado en el sector donde se encuentra la
sección octava del SNTE. Los objetivos políticos de la concentración estatal
eran: lograr una resolución favorable ante el Departamento Agrario de las
solicitudes de tierra, así como también la libertad de todos los compañeros
presos, ya fuera por invasiones simbólicas de tierra o como resultado del
encuentro estudiantil en la sierra.
La acción propagandista se planteó llevar a cabo por
medio de una parada permanente ante las oficinas del DAAC. Sin embargo, tal
parece que los objetivos inmediatos por los cuales se llevaba a cabo la
concentración campesina fueron abandonados ante la noticia, dada a conocer por
la prensa, del ajusticiamiento del cacique Florentino Ibarra (marzo de 1964), en el pueblo de
Dolores por dos compañeros: Salomón Gaytán y Antonio Scobell.
5.-
EL RECONOCIMIENTO DEL MÉTODO ADECUADO: LA GUERRA DE GUERRILLAS, SU APLICACIÓN.
CREACIÓN Y DESARROLLO DE UN ORGANISMO POLÍTICO MILITAR
El ajusticiamiento
del cacique contaba con la aprobación del profesor Gámiz y el hecho en sí
marca, como acontecimiento político importante, el rompimiento con un método de
lucha no violenta y revierte la lucha economicista en lucha política, expresada
en su forma más alta: la lucha armada.
La acción repercute
en forma notoria hacia el grupo de compañeros, por lo que nos trasladamos a un hotel donde se discutió el
acontecimiento y de hecho se creó entre nosotros el compromiso moral de llevar
la lucha hasta sus últimas consecuencias. Esta reunión clandestina entre
nosotros y un dirigente de la UGOCM nos lleva a analizar la participación de
este organismo en la lucha armada.
Como ya habíamos señalado, la UGOCM era un organismo
filial al PPS. La doctrina lombardista, guía política del partido, estaba muy
lejos de representar los intereses de los oprimidos; no obstante, el
considerable número de afiliados demostraba la inexistencia de una organización
revolucionaria que constituyera la vanguardia de la lucha de los explotados. Es
la falta de esta vanguardia de clase lo que obliga a los compañeros
revolucionarios, dadas las condiciones de ese momento, a ingresar al PPS. Sin
embargo, las limitaciones propias de un partido pequeño-burgués y la actitud
conciliadora de éste con el enemigo, nos llevó a la conclusión de la necesidad
de la conformación de una organización revolucionaria que aglutinara a las
masas oprimidas y las llevara consecuentemente en el proceso revolucionario al
logro de sus intereses de clase. Como ya se ha señalado, tanto la UGOCM como el
partido PPS son la fachada legal y el punto táctico de apoyo sobre los cuales
parten los compañeros Arturo Gámiz, Pablo Gómez y otros, para su actividad
revolucionaria.
El grupo del profesor Gámiz se crea con elementos del
estado de Chihuahua, cuyo origen social y actividad en la economía les da
horizontes inmensos en el desarrollo de la lucha, y de hecho se forma
clandestinamente dentro de la UGOCM y del partido. Pero es el contacto
realizado con las masas y el trabajo político en las cuestiones campesinas, lo
que va definiendo y arraigando una línea política completa: la lucha armada. En
función de este breve análisis, se explica el por qué un líder de la UGOCM
promovió una reunión clandestina para analizar el ajusticiamiento del cacique.
Después de esta reunión, los delegados de la
concentración campesina emprendimos el regreso a nuestras localidades. Al
llegar a nuestro pueblo empezamos a trabajar, conforme al acuerdo del encuentro
estudiantil, en la creación de un club de juventud trabajadora, como forma de
contrarrestar la permeabilidad ideológica de que son víctimas los jóvenes
trabajadores por la acción enajenante de la clase en el poder. Éramos
conscientes de la necesidad de prepararnos y orientar nuestra formación teórica
como elemento indispensable de la acción revolucionaria. Es bajo esta
concepción como se empiezan a hacer los trabajos para la formación del club. La
asistencia a las reuniones de campesinos permitió explicar el por qué de
nuestra actividad, para que éstos a su vez les explicaran a sus hijos. Logramos
reunir unas veinte personas con las cuales empezó a funcionar el club en la
ciudad de Nuevo Casas Grandes. Conseguimos un local donde cada semana nos
reuníamos para escuchar pláticas de un compañero de cierto nivel político,
quien nos explicaba en términos sencillos, cuestiones tanto de materialismo
histórico como de materialismo dialéctico y ciertos elementos de economía
política.
Por las fechas en que realizamos este trabajo salió el
profesor Arturo Gámiz de la cárcel e inmediatamente se dirigió a la sierra para
reunirse con Salomón Gaytán y Antonio Scobell. Poco tiempo después el profesor
Gámiz empezó a pedir a los compañeros que se encontraban en la ciudad el envío
de gente para que se incorporara al grupo armado (sobre esto mi testimonio es
poco e impreciso, ya que yo provenía de las luchas campesinas de mi pueblo y
desconocía cuál era el trabajo político que se realizaba en la ciudad y quiénes
lo llevaban acabo). Se puede decir, en términos generales, que eran cuadros
estudiantiles y magisteriales los que más actividades realizaban en cuestión de
aprovisionamiento, propaganda y reclutamiento para la guerrilla.
Es, con base en esta necesidad de reclutar gente que esté
dispuesta a tomar las armas, por lo que se traslada a mi pueblo un compañero,
con el fin de cumplir la petición del profesor Gámiz. Se puso en contacto con
siete personas de la zona, entre las que me encontraba yo, nos dijo que Arturo
estaba necesitado de gente y propuso nuestra subida a la sierra. Decidimos los
siete incorporarnos a la guerrilla, fijamos fecha (abril de 1964), lugar y hora y poco tiempo
después íbamos rumbo a Ciudad Madera. El viaje lo hicimos por ferrocarril.
6.-
ETAPA EMBRIONARIA DE LA GUERRILLA. PRIMERAS TAREAS ORGANIZATIVAS EN LA SIERRA
Antes de partir, la compañera Bertha Prieto me pidió que
conversáramos. Esto yo lo entendí a manera de despedida. En el desarrollo de la
plática me dijo que si estaba seguro de la decisión que había tomado; que si no
me importaba dejar a mis familiares por irme a la sierra. Ante esto le planteé
la necesidad imperiosa de emprender la lucha armada que imponía la situación;
que estaba consciente que esto significaba un desprendimiento con mi familia y
que quizá la magnitud de la empresa que nos proponíamos realizar implicaba el
no regresar, pero que esto no significaba que no me importara la separación de
los míos; sin embargo, tenía la firme
convicción de la importancia y significación política que tenía el hecho de
incorporarme a la guerrilla.
Al llegar a Ciudad Madera, nos estaba esperando Guadalupe
Scobell que era nuestro contacto en esa población. Lupito Scobell nos trasladó
a una casa que era base de apoyo. En este local pasamos el resto del día hasta
que oscureció y ya de noche nos internamos en la sierra. En un lugar cercano
nos esperaban Salomón y Antonio a quienes nos entregó Lupito. En este lugar
improvisamos unas mochilas, entre las cobijas que llevábamos metimos todos los
objetos, los envolvimos y les agenciamos unos mecates de tal forma que pudimos
portarlas en la espalda. Nosotros habíamos conseguido en Nuevo Casas Grandes
unos rifles, los cuales incorporamos a nuestro equipo y así emprendimos el
ascenso a lo más abrupto de la sierra. Caminamos toda la noche haciendo breves
descansos que no nos permitían dormir. Al día siguiente, Antonio mató un
venado, lo destazamos, llevándonos la carne como complemento de nuestra
provisión.
Después de unos días de caminata tuvimos las cuatro
primeras deserciones del grupo, de los siete recientemente incorporados. Este
hecho determinó que se cambiara la ruta que debíamos de seguir, dirigiéndonos a
una ranchería en cuyo lugar platicamos con unos campesinos que apoyaban a la
guerrilla. Permanecimos ahí dos días, que era el tiempo máximo que podíamos
estar en un lugar. Durante nuestra estancia en esta ranchería ayudamos en la
siembra a los campesinos a la vez que recabábamos información de los problemas
que allí tenían, lo que nos permitía hacer una evaluación de nuestras fuerzas
simpatizantes en la zona.
Nuevamente emprendimos la marcha. Caminamos días y noches
llegando a diferentes ranchitos a los que bajaba, según la
situación, todo el grupo o un solo compañero. Días después llegamos al rancho
de los Gaytán, lugar conocido como Arroyo Amplio, tomando, por supuesto, las
precauciones debidas, ya que Salomón era buscado por el ajusticiamiento del
cacique Ibarra. Al llegar se encontraba labrando la tierra un hermano de
Salomón (Juan Antonio Gaytán), nos dirigimos a saludarlo y luego a la casa en
donde descansamos y comimos. Duramos en el rancho una tarde, partiendo al
anochecer rumbo al lugar en que se encontraba Arturo Gámiz y un compañero cuyo
seudónimo era “Arnulfo” (Margarito González). Inmediatamente fuimos presentados
y después de unos momentos de alegría, se le rindió un informe al profesor
Gámiz de los acontecimientos en el transcurso de la travesía.
Montamos nuestro campamento en unas barrancas que hacían
del terreno un lugar difícil de encontrar, teníamos como provisión carne seca y
algunos otros comestibles más. Después de instalarnos, procedimos a establecer
nuestros puestos de vigilancia. Organizamos las rondas de postas quedando un
compañero cada cuatro horas como vigía en los puntos más altos y estratégicos del
lugar, con el fin de dominar en forma amplia el terreno y evitar cualquier
sorpresa del enemigo. En estas rondas de vigilancia se demostraba nuestra
organización y disciplina participando todos por igual en ellas. Nuestra
organización y disciplina la llevábamos hasta en las cosas más sencillas como
un factor de educación del militante. No teníamos un cocinero especial, todos
nos turnábamos para la elaboración de nuestros alimentos. Una de las cuestiones
fundamentales de nuestra actividad interna era el estudio, cada vez que
hacíamos un descanso nos poníamos a estudiar la “Guerra de Guerrillas”
del Che Guevara como libro fundamental, complementado esto con un estudio
sencillo y accesible sobre la realidad nacional que el compañero Gámiz nos
impartía por medio de charlas.
En las cuestiones de disciplina se hizo un reglamento que
fue redactado por el profesor Gámiz, el cual fue puesto a discusión y aprobado
por todos los integrantes de la guerrilla. El reglamento, entre otras cosas
establecía:
a)
No durar más de dos días en un mismo lugar.
b)
Evitar dejar toda seña de presencia en el
lugar donde hubiéramos montado un campamento.
c)
En caso de abastecemos con la población
campesina de alimentos y otras cosas, se les debía pagar todo, en caso de no
tener dinero, comprometerse a hacerlo y cumplirlo.
d)
Absoluto respeto a las mujeres, fueran hijas
o esposas de campesinos.
Las deserciones y la indisciplina eran motivo de juicio
en la guerrilla. Estos puntos de reglamentación más que ser un elemento
coercitivo y represivo para el guerrillero, eran pautas de comportamiento y
formación. No era reglamento de castigo; cada falta cometida tenía que ser
considerada por un consejo de la guerrilla en el lugar y momento en que se
cometiera, y la sanción se establecía en función del grado de responsabilidad
que tuviera el inculpado (afortunadamente nunca tuvimos que juzgar a ningún
compañero).
Una de nuestras preocupaciones fundamentales era el no
desligarnos de la población. En cada descanso, un compañero bajaba, ya fuera a
tratar asuntos específicos o simplemente para obtener información de cómo se
desarrollaban las cosas en el lugar. Esto permitía políticamente hacer de la
lucha una cuestión de todo el pueblo y permitía, de hecho, ir creando la base
política en el lugar.
Las formas de contacto estaban en función del grado de
consciencia del campesino. Como norma general, a todos los campesinos con los
cuales se tenía contacto, fuera casual o no, se les explicaban nuestros
objetivos de lucha. Con el campesino comprometido con la guerrilla, un
compañero llegaba en la noche hasta un lugar cerca de su casa y por medio de
una señal previamente establecida se llevaba a cabo el contacto, o bien, se
realizaba el contacto en lugares fijos (como cuevas, barrancas, etcétera), a
los cuales acudía el campesino periódicamente, ante la imposibilidad de fijar
una fecha exacta. Este primer tipo de contactos se realizaba específicamente
con compañeros y campesinos que estuvieran más o menos ubicados por el enemigo,
o bien, por el hecho de que vivían en poblaciones
medianas a las cuales no nos era posible llegar; el otro tipo, se establecía
principalmente en ranchitos o rancherías de poca población y cuyos contactos
estaban fuera de la vigilancia enemiga.
Los compañeros campesinos que no estaban integrados al
núcleo armado, pero que eran base de la guerrilla, al establecer el contacto
participaban con nosotros como un miembro más en las discusiones sobre algún
problema en concreto. Recuerdo una ocasión en que estábamos viendo la forma de
abastecernos de alimentos, cuando un campesino que participaba en la discusión
dijo: “–Muchachos, parece que ya tenemos la solución: matemos una de mis
vacas”. Le respondimos que en ese momento no teníamos con qué pagarle, ante lo
cual insistió diciéndonos que la marca del fierro correspondía a la de un
conocido cacique. Se le hizo ver la importancia de este detalle y las consecuencias
negativas que nos podía generar, pero el
campesino tranquilamente respondió:
“–Sí, pero no por eso dejan de ser nuestras”.
Este hecho anecdótico en aquel momento nos
dio la solución para, de allí en adelante, abastecernos del propio enemigo,
conscientes de que lo que le quitáramos era lo que nos había robado como clase
y que históricamente eran actos de expropiación, no de pillaje. En un caso
similar, un campesino propuso que como forma de allegarse fondos económicos
para la guerrilla, se realizara un secuestro de un terrateniente extranjero.
Esto no fue posible llevarlo a cabo, pero lo que quiero recalcar es que muchas
de las iniciativas partían de los campesinos; que nuestras directrices en la
guerrilla provenían de las iniciativas de la base.
También señala que las posibilidades de trabajo en una
localidad por los compañeros de base eran marcadas por ellos mismos. En las
discusiones que nosotros promovíamos, surgían las iniciativas de trabajo, las
cuales, ya vería el campesino sus propias formas de concretizarlas en actividad
revolucionaria. Esto era una forma de llevar el trabajo político con la
población, evitando caer en subjetivismos que no correspondieran a la situación
prevaleciente y la correlación de fuerzas en el lugar. De esta forma, en la
práctica cotidiana se iban creando los métodos de trabajo de la guerrilla,
desdeñando los señalamientos por decreto que no correspondían a las condiciones
objetivas y subjetivas de la localidad. Esto posibilitaba el trabajo de
politización entre la demás población; era lógico que si las iniciativas de
lucha provenían de los campesinos mismos, tendrían más impacto y abarcarían a
un mayor número de gente. Así pues, las ideas revolucionarias se extendían en
la localidad sin necesidad de la presencia de gente extraña a los individuos de
la región.
Como se verá, la propaganda política era directa,
hablada; los elementos técnicos con que contaba la guerrilla para la difusión
de las ideas revolucionarias eran escasos. No obstante que el método que se
usaba hasta entonces era uno de los más eficaces, por el contacto personal del
militante con el pueblo, las limitaciones en el área a alcanzar por la propaganda
eran muchas. En virtud de esto, fue que se tenía como un plan para la
elaboración de la propaganda, la construcción de talleres clandestinos en áreas
suburbanas.
Todo el trabajo entre la masa campesina estaba bajo la
perspectiva de agrandar y consolidar una base política de apoyo a la guerrilla.
El reclutamiento de cuadros militares entre esta masa no era un objetivo
inmediato. Se sabía que el ganarse a la población, la creación de una base
política de apoyo en un futuro no muy lejano, nos daría los suficientes cuadros
político-militares capaces de generalizar la lucha armada en una área mucho más
amplia.
7.-
SURGE LA DENOMINACIÓN DE “GRUPO POPULAR GUERRILLERO”, CON BASE EN UNA ACCIÓN
MILITAR EJECUTADA POR GUADALUPE SCOBELL. PRIMER ENCUENTRO CON EL ENEMIGO
El núcleo fundador de la guerrilla estaba en su
mayoría compuesto por campesinos o gente pobre de la ciudad; de procedencia
citadina era el profesor Gámiz, comandante en
jefe del grupo. Todos estos cuadros primarios de la guerrilla eran producto
de luchas democráticas. La experiencia lograda a través de invasiones de
tierras, de tramitación agraria en las oficinas de Reforma Agraria, así como la
movilización campesina dirigida por la UGOCM a principios de los años sesenta
en el estado de Chihuahua, habían servido de base para la formación de estos
cuadros.
Aún cuando,
repito, el reclutamiento no se planteaba como un objetivo inmediato, no faltaba
que entre los campesinos, la gente del campo quisieran unirse a la guerrilla.
Es el caso de Lupito Scobell, quien no se había incorporado al grupo armado
porque estaba cumpliendo, por necesidad, el desempeño de funciones importantes
en el área suburbana de Ciudad Madera; la iniciativa de hostigamiento al
enemigo no estaba limitada para estos compañeros. En el caso que estoy
señalando, eran tantos los deseos de participación armada, que Lupito por
iniciativa propia (29 de febrero de 1964), quemó un puente por donde los madereros pasaban con sus
cargas extraídas de la Sierra. En esta ocasión Lupito dio a conocer la acción adjudicándosela
al "Grupo Popular Guerrillero", de allí en adelante éste sería el
nombre de nuestro grupo.
El proceso de
exploración y establecimiento en la zona requería más gente haciendo trabajo
político entre los campesinos, que los organizara y preparara para la lucha.
Gente capaz ideológica y políticamente que pudiera desempeñar el trabajo de
politización para evitar tener que sacar de la zona a aquellos campesinos más
politizados, puesto que estos compañeros desempeñaban, en el momento actual de
la lucha, trabajos que en su comunidad eran de vital importancia.
El profesor Gámiz,
consciente de esta situación, evitó incorporar antes de que fuese necesario a
este tipo de compañeros cuya ansia de enfrentamiento directo con el enemigo era
mucha, pero cuya importancia en el trabajo de creación de base organizada para
la guerrilla, requería de ese entusiasmo y de esa voluntad de lucha. Esto no
señala, por supuesto, que no viéramos la necesidad de subir más gente, pero se
pensaba que dicha necesidad podía ser solucionada por la red urbana.
La tarea de
reclutamiento en esos momentos era difícil ya que por una parte, los compañeros
campesinos disponibles para incorporarse no tenían sustituto que continuara su
trabajo político en sus localidades; por otro lado, la red urbana no podía
suplir esa necesidad en el trabajo de masas por no tener los cuadros adecuados
para ello. Asimismo para abastecer a la guerrilla de compañeros de la ciudad,
la red urbana fue insuficiente sobre todo cualitativamente. El caso de un compañero
estudiante es bien ilustrativo de este hecho. El estudiante, por su actividad
en la Universidad, fue localizado y perseguido por el aparato represivo, lo que
le obligó a remontarse a la sierra. A los tres días de estar arriba pidió su
baja por no aguantar el ritmo de la vida guerrillera.
Por supuesto, no
quiere decir que un compañero de la ciudad no pueda ser guerrillero rural, pero
marca la necesidad de llevar a cabo previamente un proceso de preparación
ideológica y entrenamiento militar, lo más completo, dentro de lo posible, en
ellos.
El saber por parte
de nosotros que la lucha era larga y llena de dificultades, evitaba
precipitarnos en cuestión de reclutamiento. Así, una ocasión en que llegó un
mensaje de la ciudad donde se nos decía que siete compañeras estaban listas
para incorporarse al grupo armado y se nos pedía autorización para que lo
hicieran, la respuesta de nosotros fue que por el momento no era posible, ni
conveniente que se incorporaran, ya que el inicio mismo de la guerrilla imponía
esfuerzo y sacrificio, en todos los aspectos, que era difícil soportar. Si
hubiéramos estado en una etapa de poder
controlar militarmente la zona, las compañeras se habrían podido incorporar al
grupo armado y se les habría podido proporcionar el debido entrenamiento
militar del que carecían.
Estos eran en sí
los elementos generales que conformaban los aspectos fundamentales en el
trabajo político que inicialmente realizaba la guerrilla.
Después de un
desplazamiento continuo en la zona que comprende desde Ciudad Madera hasta los
límites con Sonora y tras realizar el trabajo que en párrafos anteriores se
describe, llegamos en una ocasión al campamento que habíamos establecido a
nuestra llegada.
Hasta allí llegó
Juan Antonio Gaytán, hermano de Salomón, para informarnos que habían llegado al
pueblo de Dolores un grupo de judiciales rurales, que por el norte se les
conoce como “acordada”, y un pelotón de soldados. En su informe señalaba que el
grupo que había llegado estaba presionando al pueblo para que denunciara el
lugar en donde se encontraba la guerrilla. Sin embargo, pese a las
humillaciones y los golpes, ningún campesino nos denunció. Al ver esto, el
grupo de rurales se trasladó al rancho de los Gaytán, donde detuvieron a Juan
Antonio y a otro campesino que vivía allí cerca, los cuales fueron golpeados
con el mismo propósito: saber nuestra ubicación.
Al ver que no
lograban con sus métodos represivos sacar los informes que querían, apresaron a
un sobrino de los Gaytán, como de unos diez años de edad, y lo torturaron
atándole una soga al cuello y levantándolo a la vez que le preguntaban en donde
se encontraban sus tíos. Lo que nos llama la atención no es el sistema
represivo usado por el enemigo, que es bien conocido por el pueblo mexicano,
sino la actitud de los campesinos y del niño, ya que casi todos sabían que nos
encontrábamos cerca, que nuestro campamento estaba atrás de una cordillera
cerca del rancho de los Gaytán.
El rancho se
encontraba en un lugar que se denominaba Arroyo Amplio, cerca de Dolores, donde
se levanta una cordillera suficientemente alta como para dominar una gran
extensión de la sierra, que alcanza hasta los límites con Sonora. Atrás de esa
cordillera, en una barranca, se encontraba nuestro campamento y en la parte más
alta nuestro puesto de vigilancia. Como medida de seguridad nos remontábamos a
las partes más altas de la sierra pero la comida y el agua se nos acababan y
nos veíamos en la necesidad de tomar agua de lluvia estancada en las tinajas
naturales de los peñascos y en ocasiones tuvimos que limpiar pencas de nopal y
masticar la pulpa para mitigar la sed.
Nuestra reacción,
al conocer la noticia que nos llevó Juan Antonio, fue de coraje e indignación,
tomando inmediatamente las precauciones para evitar cualquier sorpresa. Nos subimos
a lo más alto de la cordillera y analizamos la situación y sus implicaciones
políticas. Como resultado de lo anterior se estableció lo siguiente.
El pueblo
campesino nos había brindado todo su apoyo y colaboración, lo último más
concreto en situaciones de represión lo estaba demostrando al no denunciamos.
Era notorio que el campesinado había prestado su colaboración y solidaridad a
la guerrilla por considerarla una alternativa real de cambio y una fuerza
política en que estaban plasmados sus anhelos libertarios; nosotros en el
momento, tácticamente debíamos, y nos convenía, eludir el enfrentamiento
directo con el enemigo, pero no podíamos permanecer quietos ante aquella
situación que podía echar por tierra la confianza de los campesinos, ganada con
un gran trabajo de politización; aún cuando la correlación de fuerzas nos era
desfavorable en el aspecto estrictamente militar, políticamente nos convenía
realizar una acción de enfrentamiento con el enemigo por dos razones
fundamentales:
A)
Demostrarle
al pueblo que nuestras ideas y nuestra práctica revolucionaria estaban
comprometidas hasta sus últimas consecuencias; que no rehuíamos al combate; que
éramos una fuerza revolucionaria; que hacíamos de los problemas y sufrimientos
del pueblo una cosa nuestra y que estábamos dando el ejemplo de batalla contra
el enemigo de clase.
B)
Demostrarle
al enemigo que la guerra estaba declarada y que sería una guerra a muerte.
Juan Antonio, tras
informarnos de los hechos represivos, decide quedarse en la guerrilla porque había
sufrido la represión en carne propia y estaba dispuesto a levantarse en armas.
Sabía que si no lo hacía, la próxima vez ya no serían golpes sino la muerte lo
que le esperaba.
Pero a estas
alturas, los alimentos nos habían escaseado (el agua y la carne seca), por lo
cual se decidió bajar al rancho de los Gaytán (18 de mayo de 1964) para conseguir alimentos y
obtener información.
Después de un
previo plan de descenso, emprendimos la bajada. Arnulfo se quedó a una
considerable altura, de tal forma que dominaba la posible llegada del enemigo;
antes de llegar, nosotros hicimos una maniobra que nos permitió cercar el lugar
para protección de dos compañeros que tenían que entrar al rancho.
Una vez
aprovisionados y recabada la información iniciamos el ascenso. Íbamos en forma
de fila cuando vimos unas piedras que rodaban de lo alto. No les prestamos
atención porque erróneamente, íbamos atentos a una plática de dos compañeros.
Las piedras eran lanzadas por Arnulfo que había visto a los rurales cuando
subían la cordillera por la parte contraria a la que nosotros ascendíamos.
Arnulfo lanzaba las piedras con el fin de no gritar para no ser descubierto por
los rurales. Nosotros continuábamos el ascenso mientras los rurales tomaban
posiciones en lo alto, de tal forma que nos dominaban completamente y sólo
esperaban tenernos a distancia para abrir fuego.
Al entrar nosotros al ángulo de tiro, el compañero Arnulfo
dio la voz de alarma al grito de ¡agáchense pendejos que allí están arriba!
Simultáneamente comenzó a caer una lluvia de balas y apenas tuvimos tiempo de
cubrirnos tras las rocas y árboles en una forma desordenada. Yo quedé cerca de
Salomón, quien, después de unos minutos me dijo que emprendiéramos la retirada,
ya que no podíamos contestar el fuego porque no sabíamos el lugar exacto de
donde nos estaban disparando.
Caíamos pues, en lo que se llama una emboscada, donde la
sorpresa es el principal elemento de ventaja o desventaja, como en este caso.
Así pues, nos fuimos retirando poco a poco en medio de una lluvia de balas que
afortunadamente sólo pegaban a nuestro alrededor, Rodeamos un cerro que estaba
un poco aislado de la cordillera, pero que ofrecía protección, logrando salir
de la zona de peligro. Momentos después escuchamos un disparo diferente a los
que se estaban oyendo que eran de carabinas; pensamos que los compañeros ya
estaban contestando el fuego, sin embargo, después de este disparo cesó la
balacera. Discutimos brevemente si continuábamos o regresábamos y decidimos
continuar la retirada pues podía ser una treta del enemigo para cazarnos. Poco
tiempo después supimos que el disparo que se había hecho por parte de nuestros
compañeros, provenía de Arnulfo quien sí sabía la ubicación exacta del enemigo.
Este disparo bastó para que los rurales abandonaran sus posiciones y emprendieran
la retirada.
Nuestra retirada en desbandada ocasionó que nosotros
quedáramos aislados del grupo. Llegamos a una vinata (lugar donde se
elabora el sotol), en donde había gente conocida que simpatizaba con la causa
revolucionaria. Después de comer, comentamos el hecho y poco después continuamos
nuestro rumbo que era hacia el lado de Sonora. Caminamos toda la tarde y parte
de la noche, luego decidimos dormir un rato, aunque fue difícil hacerlo por el
frío que se sentía. Al día siguiente reanudamos la marcha, ésta duró todo el
día y toda la noche.
Como a eso de las dos de la madrugada llegamos a una
ranchería donde teníamos gente de base, hicimos la señal convenida y salió un
campesino que se alegró mucho al vernos y nos proporcionó cobijas y alimentos.
Se estuvo un buen rato con nosotros, le narramos el suceso y él nos informó de
la situación que prevalecía en la zona. Luego le pedimos que enviara a alguna
persona de confianza al pueblo de Dolores para que recabara información
respecto al desenlace de la emboscada, con el fin de saber si había muertos,
heridos o habían capturado a alguno de nuestros compañeros. El campesino envió
a una señora acompañada de un niño, quienes salieron al día siguiente previa
coartada que habíamos acordado para en caso de que los detuvieran e
investigaran. Nosotros ese día nos internamos un poco más en la sierra y esperamos en un lugar
convenido para que el campesino nos llevara la información; ésta nos llegó
tiempo después, calmando nuestra angustia, pues no había sucesos lamentables.
Asimismo, nos informó del rumbo que habían tomado nuestros compañeros, que era
el de Ciudad Madera.
Después de estas noticias, y por supuesto en un estado de
ánimo más tranquilo, decidimos permanecer un día más en el lugar para
descansar. Acordamos con el campesino vernos por la tarde para que nos
abasteciera de alimentos y así emprender la caminata para reunimos con nuestros
compañeros. El contacto efectivamente se estableció, pero en vez de ir el
campesino con los alimentos, fue otra persona quien nos informó que habían
pasado miembros del ejército por la ranchería; que eran entre ochenta o cien
soldados que andaban en nuestra búsqueda y que con este fin golpeaban y
humillaban los campesinos del lugar y que se habían llevado preso al compañero
que estábamos esperando. Después de eso, en la misma tarde emprendimos la
marcha para tratar de reunimos con los compañeros del grupo. Días después
logramos el contacto en las cercanías de Ciudad Madera.
Antes de
proseguir, quiero señalar una serie de errores en los que caímos, o más bien
por los que caímos en la emboscada; desde el momento en que ya habíamos tomado
nuestros puestos de combate en lo alto de la cordillera, era obvio que calificábamos
de mucho riesgo la situación en que nos encontrábamos. Sabíamos que el enemigo
andaba por el área y debimos permanecer en nuestras posiciones, que a todas
luces nos eran favorables para evitar cualquier sorpresa. Aunado a ello, el
motivo del descenso fue la escasez de alimentos, sin embargo, en esos momentos
difíciles para el guerrillero, en que el sacrificio y la abnegación juegan un
papel decisivo, debimos haber aguantado todo el tiempo necesario hasta saber la
ubicación del enemigo para poder bajar al rancho.
Otro punto que es
importante señalar, ya que es un principio fundamental y que toda persona
comprometida con la lucha no debe olvidar, es la actitud vigilante. No puede
haber para el combatiente seguridad alguna mientras el enemigo actúa en defensa
de sus intereses. Es mucho lo que la burguesía arriesga para darse el lujo de
ignorar o subestimar cualquier brote de rebeldía.
En nuestro caso no
obstante las precauciones tomadas en el descenso, en el ascenso no fue lo
suficientemente vigilante para evitar la sorpresa. Las piedras lanzadas por
Arnulfo, si hubiéramos partido de que el enemigo podía llegar en cualquier
momento, hubieran servido para clarificar la situación de peligro por la que
atravesábamos en esos momentos.
Por otra parte al
momento de la desbandada, cada quien tomó el rumbo que pudo y se tuvo que
contar con la información del campesino para volver a reunirnos, no tomándose
en cuenta los puntos de contacto previamente establecidos para casos como éste
en que no se sabe qué dificultades se pueden presentar, que hagan que el grupo
se disperse temporalmente. No obstante, este tipo de errores son producto de la
inexperiencia y puede caer en ellos cualquier grupo o persona participante en
las labores militares de la guerrilla.
La solución
evidente es y ha sido la práctica, las experiencias fatales. Digo esto porque
hasta aquel entonces nosotros no habíamos tenido ningún enfrentamiento con el
enemigo. Son pues estos sobresaltos cotidianos de la guerrilla, lo que enseña
al militante cuál debe ser su comportamiento en la lucha. Habiendo señalado estos
puntos que me parecen de importancia, continúo el relato.
Decía que llegamos
a reunirnos con los compañeros, después de una gran marcha que duró varios
días, pues el recorrido fue desde los límites de Sonora hasta cerca de Ciudad
Madera.
Ya reunidos, se
analizó la experiencia por la que acabábamos de pasar; la conclusión de todo
esto no podía ser otra: necesitábamos pasar al plano de la ofensiva y realizar
un ataque, que militar y políticamente nos convenía por las razones que
anteriormente se expresaron cuando supimos de la represión de los rurales en
contra de la familia Gaytán y de otros campesinos.
Pero el día en que
llegamos supimos que Arnulfo había salido a una comisión encomendada por el
profesor Gámiz; al regresar éste con un campesino que venía a establecer
contacto con nosotros, se volvió a analizar la situación y nuestra experiencia
anterior, con la finalidad de que el campesino comprendiera los avances de
nuestra lucha, y no porque hubiera confusión con respecto a lo que
proyectábamos. Por otro lado, llegó al grupo un militante de la ciudad
(estudiante de quien antes se hizo referencia) quien se había distinguido por
su participación en el movimiento estudiantil y las movilizaciones campesinas,
por lo que se ganó la persecución de las autoridades estatales y tuvo la
necesidad de subir a la
sierra e integrarse al grupo guerrillero.
Es de tomarse en
cuenta la experiencia que se tuvo con este compañero, pues tres días de
caminata fueron suficientes para que se diera cuenta que la sierra no era lugar
adecuado para su participación dentro del movimiento, ya que después de estos
tres días manifestó un decaimiento moral y un agotamiento físico que no le
permitían seguir adelante.
8.-
UNA TAREA GUERRILLERA CONCRETA: EMBOSCADA A UN GRUPO DE JUDICIALES RURALES
Por esos días
salieron Salomón y Antonio hacia una zona donde unos contactos habían quedado
de aportar algunas armas. Este viaje se aprovechó para llevar al estudiante a
un lugar más o menos seguro, mientras se buscaba la manera de bajarlo a la
ciudad. En esta ocasión también pidieron su baja los otros dos compañeros que
habían llegado junto conmigo al grupo.
Al comienzo mismo de la lucha, el grupo no estaba en
posibilidad de retenerlos, por lo que se les concedió su petición, no sin antes
haberles hecho ver el peligro que corrían de perder hasta la vida en caso de
caer en manos de las fuerzas represivas.
Al regreso de
Salomón y Antonio (que trajeron consigo un M1, un M2 y parque, aportados por el
Dr. Julio Muñoz) se empezó a planear militarmente el ataque, que consistiría en
una emboscada a los rurales como respuesta obligada ante la acción represiva
que habían venido desplegando contra los campesinos del lugar.
Lo primero para
echar a andar el plan era trasladarnos al pueblo de Dolores, lo cual hicimos
inmediatamente. Al llegar a Dolores anduvimos rondando cerca hasta establecer
contacto con el Güero, un campesino del lugar a quien le explicamos lo que nos
proponíamos hacer. Estuvo de acuerdo en colaborar para que se llevara cabo la
acción. Su colaboración consistía en avisarnos por medio de una fogata cuando
se encontraran reunidos los rurales a los que íbamos a atacar e informarnos
todo lo concerniente al caso. Habiendo establecido esto, se rompió el contacto
y ya sólo esperábamos recibir la señal, sin embargo, transcurrieron varios días
y la señal no se daba. Ante esto se volvió a establecer contacto con el
campesino, quien nos informó que no había dado la señal porque no se habían
reunido los rurales, ya que a diario salían unos u otros en plan de
reconocimiento del terreno.
Nuestra situación
se tornaba difícil, pues ya llevábamos varios días en el lugar y era posible
que nos pudiera ubicar el enemigo; así también, se nos escaseaban los
alimentos. Algunos campesinos nos llevaban comestibles a escondidas burlando la
vigilancia por parte de los rurales; no les era posible más que sacar bolsitas
de pinole que fue el único alimento que tuvimos en los últimos días. Por esta
situación, se decidió llevar a cabo el plan, aunque no estuvieran todos los
rurales quienes, para su desgracia, se reunieron ese día.
Empezamos a
descender de la sierra en medio de una tormenta, llegando hasta un lugar cerca
del pueblo, donde después de revisar el plan decidimos descansar, mientras
llegaba la hora indicada para el ataque. Ya de madrugada (15 de julio de 1964), nos acercamos hasta
la casa que era el cuartel de los rurales y nos dispusimos a efectuar el ataque
que estaba planeado de la siguiente manera: la casa donde estaban los cinco
rurales se encontraba en la periferia del pueblito, ésta era una casa de dos
pisos que pertenecía a la familia Ibarra y cumplía a la vez funciones de tienda
de raya
Nuestras fuerzas
en elementos humanos eran de seis compañeros, además de contar con un M1, tres
30-30 y dos 7 mm. La disposición en la toma de posiciones era la siguiente:
Salomón y el Güero por el frente de la
casa; Antonio y yo protegeríamos la parte trasera y el profesor Gámiz y Juan
Antonio uno de los costados.
El plan se
desarrolló de la siguiente manera: el campesino que estaba con Salomón tenía
que descender, llegar hasta la puerta de la casa, que era donde se encontraba
la bodega, abrir la puerta a como diera lugar y lanzar una bomba molotov al
interior. Gracias a la información que se nos había proporcionado por parte de
los campesinos, sabíamos qué pieza de la casa ocupaban los rurales, por lo
tanto, en caso de que éstos se dieran cuenta de la acción del compañero y
trataran de salir, quedarían a merced de los disparos del profesor Gámiz; Juan
Antonio y Salomón, asegurando así la protección del campesino al estar éste
desempeñando su tarea.
Los hechos
sucedieron de la siguiente manera: al llegar nosotros y tomar las posiciones,
los perros de
la casa empezaron a ladrar, esto alertó a los
rurales y uno de ellos salió, siendo recibido por una descarga de parte de
Salomón y Arturo, resultando herido en un brazo. Para esto, el campesino,
conforme al plan, llegó hasta la puerta cumpliendo así con el papel que le
tocaba desempeñar. La señal convenida para empezar el ataque era el primer
disparo, que bien podía ser por parte del compañero campesino al tratar de
abrir la puerta a balazos o bien, como sucedió, al salir el rural. Cuando esto
sucediera, nosotros teníamos que empezar a disparar hacia puertas y ventanas
por si trataban de escapar. El ataque a fuego espaciado se prolongó unos
treinta minutos. Mientras sucedía esto, se les exigía que se rindieran a la vez
que se les decía: “ustedes que se sienten muy valientes ante campesinos
indefensos, mujeres desamparadas y niños inocentes, demuestren ahora esa
valentía”.
El fuego que se
había provocado en la bodega, hizo que los rurales se rindieran. Se les ordenó
que salieran, uno primero con todas las armas, y después fueran saliendo los
demás uno por uno. El último en salir fue el jefe del grupo represivo, quien se
había quedado con un M2 y lo llevaba en la mano en tal forma, que podía
levantarlo y abrir fuego en contra de nosotros. Sin embargo, nosotros
contábamos con el factor sorpresa que, de pronto lo hizo verse encañonado por
Toño y por mí y se le ordenó que volteara el arma tomándola por el cañón. Cuando
tuvimos al grupo de prisioneros, les atamos las manos (en esos momentos se vino
abajo el techo de la casa, a causa del fuego, o sea, que si no se han rendido
tan a tiempo, hubieran muerto aplastados y calcinados).
Después, los trasladamos
al centro del pueblo. En el trayecto se les habló explicándoles el fin de
nuestra lucha; se les hizo saber que ésta no era en contra de ellos sino en
contra del mal gobierno, de los caciques y explotadores, pero que a ellos se
les iba a ajusticiar por su actitud servil a nuestro enemigo.
Conforme al plan,
ya en el centro del pueblo, se empezaron a hacer los preparativos para el
fusilamiento del jefe de los rurales. En esos momentos, las grandes fieras que
actuaban al servicio de los poderosos, se tornaron en dóciles corderos. El jefe
del grupo, un individuo llamado Rito Caldera Zamudio, quien había salido con el
arma en actitud de enfrentamiento, ahora pedía clemencia.
Mientras esto
sucedía, el pueblo parecía deshabitado, no se veía gente por ningún lado, sin
embargo se sentía su presencia a través de las rendijas de puertas y ventanas
esperando el desenlace de aquella acción. En aquellos momentos, me puse a
pensar en las repercusiones de esa ejecución; en breve análisis vi que no era
conveniente llevar a cabo el ajusticiamiento, pensando en los efectos
propagandísticos, no en los causados en las filas de los burgueses, sino en
aquella gran mayoría de la población que no era consciente de la necesidad de
la lucha. Ahora (1973) confirmo que mi decisión fue correcta de acuerdo al
momento en que se actuaba.
Estos
razonamientos se los expresé al profesor Arturo Gámiz y le pedí que le
perdonara la vida al jefe de los rurales; me contestó que la ejecución era
parte del plan; hubo una breve discusión
porque Salomón decía que mi propuesta rompía el plan trazado de antemano. El
jefe de los rurales, al escuchar parte
de mi petición, me decía: “tu moreno, diles que no me maten; tengo esposa, tengo hijos, por favor diles que no me
maten”. Incate -le ordené- y el torvo individuo que colgaba niños, insultaba
mujeres y torturaba campesinos, cayó de rodillas implorando perdón. El profesor
Gámiz me dijo: “por lo menos déjame quebrarle una pata”. Quebrácela –le contesté-
pero no lo mates. No se llevó a cabo la ejecución, pero se les advirtió a los
judiciales que si reincidían en su actitud represiva, tarde o temprano caerían
en nuestras manos y entonces sí serían ejecutados.
Nuestra actitud
hasta entonces, había sido la de evitar derramamiento de sangre, pensando que
era posible que con esta actitud de respeto a la vida humana, aún con el
enemigo, podía generar cierta conciencia en éste. Después de 1965 supe que los
periódicos habían manejado el perdón del fusilamiento a favor nuestro, pues,
lejos de llamarnos asesinos, roba vacas, decían, entre muchas otras cosas, que
el profesor Arturo Gámiz se daba el lujo de capturar a sus enemigos, llevarlos
al paredón y perdonarles la vida”.
Continuemos el
relato. Tocamos en la puerta de una casa de la que salió un campesino, a quien
le pedimos que atendiera al rural herido, luego emprendimos la retirada hacia
lo alto de la sierra. Pasamos por un lugar en donde habíamos dejado el resto de
nuestro equipo, lo recogimos y emprendimos la marcha con miras a cambiar
inmediatamente de zona, previendo la movilización de soldados que esta acción
propiciaría. En este tipo de acciones de ataque sorpresivo, la movilidad es uno
de los factores más importantes para el guerrillero (habíamos dejado parte de
nuestro equipo, considerando la rápida retirada prevista).
Después de
repartirnos las armas de los rurales y recoger el equipo, emprendimos la
marcha. En cada zona que pasábamos, los Gaytán bajaban a las rancherías a
recabar información y a abastecemos de alimentos. Cabe decir que eran ellos los
más indicados para este trabajo por ser de la región y conocer a los compañeros
campesinos.
Una noche un
fuerte aguacero nos obligó a acampar. Al cesar la lluvia encendimos una fogata
y procedimos a preparar alimentos, bajamos por agua al río que pasaba cerca;
después de cenar decidimos pasar ahí el resto de la noche con el fin de
descansar. Horas después hizo falta más agua por lo que el Güero y yo decidimos
ir a traerla. Ya de regreso por la oscuridad de la noche, nos perdimos. En la
búsqueda del campamento yo noté al compañero nervioso e indeciso, llegando un
momento en que fue tanta su desesperación que ya no quiso continuar la
búsqueda, por lo que le dije que no se moviera de aquel lugar mientras yo
trataba de encontrar el campamento. Yo seguí buscando y en seguida encontré a
los compañeros, pues estábamos muy cerca de ellos, quienes inmediatamente se
fueron en busca del compañero y más adelante nos encontrábamos todos ya
reunidos.
Minutos después
amanecía y reanudamos la marcha. Al llegar al río nos encontramos con un pima
(grupo indígena de la región límite entre Chihuahua y Sonora). Lo llamamos,
pero no se acercó por lo que nosotros fuimos hacia donde él estaba. Le
preguntamos el por qué de su desconfianza, él nos contestó que se debía al
hecho de que nos había visto armados y pensaba que se trataba de un grupo de
rurales y “los rurales son malos”... Así, en términos sencillos explicó el
miedo y desconfianza que inspira el hombre blanco y sus esbirros, al indígena
que ha sido despojado de sus bosques, ha visto desbaratada su comunidad y han
pisoteado sus costumbres y cultura en aras de la civilización. Nosotros
le explicamos por qué andábamos armados, cuáles eran nuestros objetivos, y que
los rurales a los que él llamaba malos eran nuestros enemigos. Ante esa
explicación sencilla pero clara de que no había peligro con nosotros, el
indígena cambió su actitud y se hizo nuestro amigo.
El río iba muy
crecido. Por más intentos que hicimos para cruzarlo nos fue imposible, por lo
que tuvimos que pedirle a un campesino del lugar nos pusiera en contacto con
otros compañeros campesinos que vivían en una zona cercana y que eran quienes
le daban protección al estudiante de quien antes se hizo referencia. Cuando
logramos el contacto con estos compañeros pudimos pasar el río, pues sólo con
la ayuda que nos proporcionaron al utilizar sus caballos, fue posible la
realización de la maniobra. A continuación emprendimos el ascenso de una
pendiente bastante inclinada en cuya parte superior había una meseta y la
ranchería en donde vivían los compañeros campesinos. Luego de haber llegado, un
campesino nos proporcionó comida y objetos útiles para el aseo (jabones, hojas
de rasurar etc.).
9.-
DE LA CONSIDERACIÓN DE OBVIAS DEFICIENCIAS, SE PLANTEA EL DESCENSO…
Fue en este lugar
donde se consideró necesario que alguien bajara de la sierra y fuera a la
ciudad de Chihuahua para ponerse en contacto con la gente de la red urbana,
pues nos era necesaria una información de cómo se encontraba la situación en la
ciudad. Además, necesitábamos abastecemos de parque, ropa, calzado, etcétera.
En virtud de ello, se consideró que el más indicado para bajar era yo, pues era
de los menos identificados y además conocía algunos compañeros de la red. Se me
dio la lista de las cosas que se necesitaban y se me recordó por última vez la
misión que llevaba. Luego emprendí el viaje a Ciudad Madera acompañado de un
indígena como guía.
Nos fuimos por
camino transitado, pues pensamos que no habría mucho problema, porque ambos
íbamos vestidos más o menos igual. Gracias a esto y a mis rasgos físicos,
fácilmente podía pasar como campesino e inclusive como pima. Así,
después de una larga marcha a caballo, llegamos a Ciudad Madera e hicimos
contacto con Lupito Scobell y un compañero simpatizante. Este compañero me
proporcionó dinero y algunas otras cosas necesarias para continuar mi viaje a
la ciudad de Chihuahua (de esta manera colaboraban la mayoría de los
simpatizantes con el grupo guerrillero).
Al llegar a la
estación del ferrocarril, tuve los peores momentos de mi viaje, pues al ir a
comprar mi boleto, me fue necesario pasar entre de la policía municipal que se
encontraba en esos momentos, no se por qué razones, en la estación ferroviaria.
Tomé el tren y al llegar a la ciudad de Chihuahua, me dirigí a la casa de la
compañera Guadalupe Jacott, donde permanecí varios días. Hice contacto con
compañeros de la red urbana y les hice saber el motivo de mi viaje a la ciudad; estuvieron de
acuerdo en cuanto a la solicitud de apoyo logístico. Un día el compañero Oscar
Gonzales llegó y me dijo que había recibido orden de suspender la tarea, que el
motivo era que el resto del grupo ya se había bajado de la sierra.
Por estos días,
otro compañero (el Güero) pidió su baja de las filas del grupo. El compañero
-que como dije antes era campesino-, conocía muy bien la sierra, y en un
principio había demostrado entereza y decisión tanto en caminatas como en un
encuentro con el enemigo.
Uno de los
problemas que tuvimos, desde que se formó el grupo, fue el abandono de la lucha
por algunos compañeros. Esto nos hacía pensar que algo estaba fallando.
Ante ello, el profesor Gámiz decidió bajar el grupo (agosto de 1964) con el
fin de reclutar más elementos, fortalecerlos por medio de un entrenamiento
político-militar, que diera una selección de cuadros y luego regresar
nuevamente a la sierra. Este era, en términos generales, el motivo del descenso
de la sierra. Analicemos el hecho con más detenimiento, ya que lo considero de
suma importancia dentro del movimiento revolucionario.
Quiero aclarar que
no es mi pretensión juzgar como acierto o yerro la decisión del compañero Gámiz
de bajar de la sierra al grupo guerrillero, por no tener hasta la fecha algunos
elementos esenciales, que creo motivó aquella decisión. Sin embargo daré mis
puntos de vista al respecto, sujetos éstos a discusión. Una cosa es lo
suficientemente clara como para mencionarse sin mayor problema: la red urbana
no estaba cumpliendo bien con lo que en aquel momento era de vital importancia para la guerrilla rural.
Desde el punto de
vista teórico de la guerra del pueblo, de los nuevos aportes a la guerra de
guerrillas, se puede decir que la guerrilla se debe formar eminentemente con la
gente del lugar; es el trabajo político entre las masas lo que cotidianamente
va formando al militante, y es la capacidad político-militar de la guerrilla lo
que asegura la confianza del campesinado a la lucha y el consiguiente
reclutamiento. Para mí estos principios, que han sido extraídos de otras
experiencias de lucha, de victorias y fracasos, son aportes al desarrollo de la
lucha revolucionaria que no es pretensión discutir en este trabajo.
Como quiera que
sea, la ubicación del momento histórico en que se da una lucha, el marco social
y político en que se desarrolla, nos permiten tener ciertos puntos de
referencia para ver las cosas con objetividad, sin utopías y sin el clásico “si
hubieran hecho esto”. La organización revolucionaria varía en sus formas y
grado de desarrollo según las condiciones existentes y, así como en algunas
partes la lucha se desarrolla con diferente grado de intensidad, en un país que
en otro, en un estado que en el resto de la república, en la ciudad que en el
campo, en nuestro caso, la red urbana y la guerrilla rural tendían a dar un
todo coherente, con mando centralizado en el núcleo armado, que generalizara la
lucha en la ciudad y en el campo. Los problemas y limitaciones de una de sus
partes repercutiría inevitablemente en la otra; unas malas botas o un mal
parque mandado por la red urbana, podía significar una batalla militar perdida
con el enemigo.
De esta manera,
una mala selección de cuadros podría significar la desaparición o retraso
momentáneo del grupo armado. Así como las pequeñas cosas hacen de la revolución
una grande e invencible tarea a realizar, por mucha claridad y buenas
intenciones que se tengan, el incumplimiento de estas pequeñas grandes cosas
puede llevar a un gran fracaso momentáneo en la lucha emprendida. Se puede
decir entonces, que el profesor Gámiz debió exigir la realización cabal de la
tarea de formación y reclutamiento de cuadros, de difusión y apoyo a la lucha
rural, a los integrantes de la red urbana, apoyándose en el hecho de que en
esta red se encontraba un Pablo Gómez, un Oscar González y otros más
que, posteriormente, demostrarían con la muerte su amor al pueblo y a la
revolución. Pero la gran mayoría de aquella red urbana eran individuos cuyas
motivaciones eran múltiples y aceptables, pero cuya apreciación de las cosas
era subjetiva, romántica y no pocas veces carente de experiencia política. Esto
indudablemente afectaba a toda la organización; no obstante, no quiero caer en
apreciaciones falsas y superficiales. Por lo cual mis observaciones, por mi
desconocimiento del funcionamiento del grupo en la ciudad, están sujetas a
correcciones y aclaraciones de testimonios vivos de gente que desarrolló su
actividad en aquélla red urbana. Por lo pronto continúo el relato, mi
experiencia personal como reflejo de la vivencia del agrupo en 1964 y 1965.
Así pues, estando
en la ciudad recibí instrucciones de permanecer en ella hasta nueva orden. Días
después, establecí contacto con el profesor Gámiz, quien me explicó los motivos
por lo que había bajado al grupo. Me puso al tanto del lugar en donde se
encontraban los demás compañeros (escondidos en un rancho ubicado en las
cercanías de Galeana). Gámiz también se encontraba escondido y sólo iba
ocasionalmente a la ciudad de Chihuahua para atender asuntos relacionados con
nuestra lucha. Aquella vez, el profesor Gámiz me permitió que me fuera a mi
pueblo (Nuevo Casas Grandes) a descansar unos días, ya que no estaba fichado
ante la policía. Así mismo, me dijo que él se encargaría de avisarme cuando se
me necesitara.
Tiempo después me
enteré de que, al separamos, cuando el profesor Gámiz caminaba por la calle,
fue reconocido por un policía que había sido su vecino anteriormente. El
policía en cuanto lo vio, habló por teléfono a una patrulla, luego procedió a
la aprehensión del profesor Gámiz. El profesor al verse en manos del policía,
no tuvo más remedio que echar mano de su capacidad de convencimiento,
diciéndole al policía que por delatarlo seguramente le espera un ascenso, pero
de ninguna manera eso va a ser su felicidad, pues en cualquier momento, sin
ninguna consideración lo dejarían sin empleo.
“No –le dijo–, tú
no sabes el por qué de nuestra lucha; esta es una lucha por el bien de todos,
del pueblo, incluso de tus mismos hijos”; Logra persuadirlo, pero éste ya había
hablado a una patrulla que no tardaría en llegar. No obstante el breve tiempo
que duró el convencimiento, el policía le promete que no va a decir de quién se
trata; únicamente que es un individuo que anda armado sin el permiso
correspondiente. También le dice que a donde lo lleven busque a un individuo,
de quien le da el nombre y señas, que le ofrezca una cierta cantidad de dinero
y así sin muchos problemas podrá quedar en libertad. En esos momentos llega la
patrulla y se lleva al profesor. Siguiendo las instrucciones que le había dado
el policía, al día siguiente por la mañana logra salir en libertad burlando de
este modo la acción del enemigo.
La convicción en
la justeza y necesidad de sus ideas, hacen del revolucionario un hombre capaz
en todo; capaz de soportar con abnegación los mayores sacrificios, capaz de
convencer a una persona, como en este caso lo hizo el profesor Gámiz, de lo
justo y noble de la revolución. La fuerza de las palabras va en proporción a lo
claro y firme que se tengan las ideas. Bastaron unos minutos en los que el
profesor logró salvarse de las garras del enemigo, por su cariño y confianza en
la gente del pueblo y en aquel policía que, por hambre e ignorancia, desempeñaba
tan vil y denigrante papel, el de delator.
Yo por mi parte,
después de haberme separado del profesor, me dirigí al rancho donde se
encontraban los otros compañeros. Por estas fechas, en el mes de agosto de 1964, llegó al rancho procedente de los EE.UU. Salvador
Gaytán, quien andaba de bracero (campesino que emigra legal o ilegalmente en
busca de trabajo, al ser despojado de su tierra por el cacique o, como
complemento, al término del periodo de cosecha). Después de pasar unos días con los compañeros me fui a
mi pueblo, pero regresaba a trabajar periódicamente con ellos en la pizca de
maíz y algunos otros trabajos propios del campo.
Días más adelante,
por casualidad me encontré entre filas enemigas. Fue que al llegar a mi pueblo,
me tuve que regresar de inmediato por no encontrarse mi familia en el lugar. Mi
regreso obedeció a que se festejaban las fiestas de 15 de septiembre y pensé en
pasar esos días al lado de mis compañeros. Para esto tomé un camión que me
trasladó hasta cierto lugar, y de ahí en adelante tuve la necesidad de pedir
“aventón” por andar escaso de dinero. No fue sino hasta ya de noche, cuando una
camioneta particular (pick up) frenó unos cien metros delante de mí. Corrí
hacia ella y grande fue mi sorpresa cuando al llegar, vi que transportaba
soldados. Tuve un momento de duda, sin embargo, pude controlar mis nervios y
haciendo acopio de serenidad, subí. En una de las bolsas de mi chamarra llevaba
una pistola calibre 45, esto me hacía sentirme aún más inquieto. En esta forma
y por necesidad de pedir “aventón” me encontré con una patrulla militar.
No es necesario
detallar lo que sentí en aquellos momentos. Cualquiera que esté mínimamente
comprometido con la lucha puede saberlo. Ya casi para llegar al pueblo, cerca
de donde se encontraban los compañeros, el oficial de aquellos soldados dio la
orden de que se agacharan, esto me puso aún más nervioso, pues pensé que ya
habían descubierto el lugar en donde estaban los compañeros. Mi inquietud se
acentuó más cuando el vehículo evitó pasar por la calle principal saliéndose de
la carretera, haciendo un rodeo por la periferia. Yo pensaba qué hacer en caso
de que ya hubieran sido localizados los compañeros.
Al llegar a la
salida del pueblo la camioneta frenó y el oficial, que iba en la cabina, me
llamó y me preguntó que a dónde me dirigía, y le respondí que al pueblo que
acabábamos de pasar; le manifesté también que sólo iba a la celebración de las
fiestas patrias. Después de este pequeño, pero molesto y peligroso
interrogatorio, me dijo que no me podían dejar, que tenía que continuar con
ellos. No tuve más remedio que aceptar y continuamos. Me tranquilicé un poco al
ver que salíamos del área donde se encontraban los compañeros.
Nuestro destino
era cercano, llegamos a otro pueblo y nos dirigimos a la escuela, lugar donde
también celebraban las fiestas patrias. El vehículo se estacionó a cierta
distancia, los soldados bajaron y tendieron un cerco a la escuela; hasta
entones me di cuenta del por qué de la actitud de los soldados al esconderse
cuando pasamos el pueblo anterior y por qué no me habían dejado allí. Se
trataba de una campaña de despistolización, maniobra que se realizaba en los
lugares de la región en estas fechas, por lo tanto, si me hubieran dejado en el
pueblo a donde iba yo, hubiera podido avisar a la población para que
escondieran las armas. Lo sigiloso de aquella acción era con el motivo de no
delatarse.
Otro problema a
resolver era que si me revisaban a mí también, ¿cómo iba a explicar la
portación de la pistola?, por lo que en un descuido del chofer pensé en tirarla
en unos matorrales, pero reconsideré mi actitud viendo que era difícil que me
revisaran, por ir con ellos y por considerar que eso significaba la pérdida de
mi arma, cosa
que un revolucionario debe evitar en la
mayor medida posible. Después de la maniobra emprendimos el regreso. Llegamos
al pueblo que antes habíamos pasado y en este lugar los soldados realizaron la
misma operación, que consistía en tomar por sorpresa a la población y recoger
sus armas. Después de la maniobra me dijeron que me podía retirar, lo que hice
inmediatamente dirigiéndome a la casa de unos simpatizantes a los que platiqué
mi aventura.
Me señalaron unos
errores en los que había caído, sin embargo, la crítica era motivada por el
miedo de que los pudiera comprometer, más que por una seria observación de la
situación. Entre otras cosas, me decían que por qué tenía que andar armado en
el pueblo, que esto no era necesario y que me podía comprometer. Yo consideré
que esas críticas carecían de fundamento, ya que un militante que se encuentra
seriamente comprometido con la lucha revolucionaria, no puede dejar de tomar
todas las precauciones necesarias para evitar cualquier sorpresa. Un militante
de una organización en armas, no puede ser desarmado a no ser por estricta
necesidad cuando se trate de cumplir alguna misión específica que así lo
requiera, ya que se tiene el serio peligro, por muchas medidas de seguridad que
se tomen, de que por una simple indiscreción de la población simpatizante, se
vea identificado y no tenga más remedio que evitar el arresto o la muerte por
medio de la violencia. Sin embargo esto no lo comprendieron aquellos
compañeros, los cuales en determinado momento sí podían explicar su situación
legal ante las autoridades, situación en la que yo no me encontraba.
Lo que quiero
señalar muy especialmente es la necesidad de toda organización revolucionaria
de proveerse de potencia logística, ya sea por expropiación o por cualquier
otro medio. El caso anterior es un ejemplo de esta necesidad y del peligro que
se corre cuando la situación económica obliga al militante a trasladarse por medio
de “aventón”, ya que generalmente la persona que pasa en automóvil o cualquier
otro vehículo motorizado tiene una condición económica que lo sitúa en un
determinado nivel social y es reducido el número de pequeño burgueses o
burgueses que en una situación de compromiso puedan ser solidarios con el
militante revolucionario. Si en determinado momento no delatan, tampoco prestan
ayuda.
Cosa diferente
sucede con los oprimidos, sobre todo el campesino y el obrero que son capaces
de arriesgar su seguridad personal y hasta su vida en aras de la causa, pues
por su situación económica entienden y sienten más propia la lucha
revolucionaria que un pequeño burgués o burgués y en muchas ocasiones, aunque
éstos se digan intelectuales de izquierda.
El profesor Arturo Gámiz (febrero de 1965) participa en la organización y en los trabajos del encuentro estudiantil celebrado en Torreón de Cañas, Dgo.
10.-
EL VIAJE A LA CAPITAL DEL PAÍS Y SU OBJETIVO: CONSOLIDACIÓN ORGÁNICA DEL GRUPO
Días más tarde, me
trasladé a la ciudad de Chihuahua donde hice contacto con el profesor Gámiz,
quien me dio un documento mimeografiado para que lo pasara entre los
simpatizantes. Hasta la fecha no ha aparecido este documento de vital
importancia, ya que era la fundamentación política de la guerrilla. Luego, el
profesor me dice que me traslade a donde se encuentran los compañeros y les
avise de nuestro próximo viaje a la Ciudad de México. Esto lo hice
inmediatamente, y poco después recibimos la orden de trasladarnos a Chihuahua.
Para esto, los compañeros que estaban más identificados se tuvieron que
disfrazar de religiosos; en un automóvil último modelo (proporcionado por la
red urbana) emprendieron el viaje. Llegaron sin novedad a Chihuahua, hicieron
contacto con el profesor Gámiz y se trasladaron a la Ciudad de México. Yo por
mi parte, tomé un autobús y me trasladé a la ciudad de Chihuahua donde me esperaba gente de la red, quienes me
proporcionaron lo más indispensable para mi traslado a Cd, Delicias y de allí
partiría a la a la Ciudad de México;
después me comunicaron que conmigo se iba otro compañero; este compañero era
Oscar Sandoval.
A los pocos días salimos rumbo a la Ciudad de México, pero
como íbamos escasos de dinero sólo llegamos hasta Guanajuato, donde hicimos
contacto con un colaborador del grupo: con la ayuda económica de este compañero
continuamos el viaje en tren hasta nuestro destino.
El compañero Oscar
conocía un poco la Ciudad de México, pues había estado en otras ocasiones,
cumpliendo alguna misión por parte del movimiento estudiantil. Así pues, al
llegar a México nos dirigimos a una dirección en donde logramos hacer contacto
con el resto del grupo, que por cierto había crecido, ya que el profesor Gámiz
había hecho algunos reclutamientos en Chihuahua.
El lugar donde se encontraba el grupo era una casa
particular, ubicada en calle Penitenciaria numero 27, Colonia Morelos; un simpatizante (Arsacio Vanegas Arroyo) nos había dado albergue, pues no
contábamos con recursos económicos que nos permitieran rentar un local. En este
lugar el grupo tuvo sus primeros pasos en el entrenamiento; el estudio teórico
de los lineamientos de la guerrilla y algunas otras cosas como explosivos, que
por el momento no teníamos posibilidades de conocer en la práctica; aunado a
ello estaba la preparación física y militar.
Nuestras posibilidades eran limitadas, lo cual ocasionaba
que el entrenamiento no fuera completo. Por lo tanto, nuestra práctica
consistía en el conocimiento del arma que traíamos, su utilización, limpieza y
mantenimiento. La profunda convicción que hace al guerrillero no es el equipo
que porte, sino su completa disposición a declarar la guerra -aún con escasos
elementos técnicos-, contra un enemigo poderoso técnica y militarmente, pero
negado históricamente y odiado por nuestro pueblo.
Sabíamos que nuestra fuerza real residía en la capacidad
política de fusión y asimilación con el pueblo. Esto nos permitía
definitivamente golpear al enemigo y, a la larga, hacer de los revolucionarios una
fuerza invencible, como lo es el pueblo a la hora de ponerse de pie.
Bajo esta
convicción llevábamos adelante el desarrollo de nuestro entrenamiento. La lucha
no se comenzó contando con un aparato militar previamente establecido, ni
políticamente instituido por decreto; cuando Gámiz se fue a la sierra lo hizo
sin armas y profundamente convencido de la necesidad de la lucha.
Lo que quiero
señalar no es un desprecio a los elementos materiales de la guerra, tan
indispensables sobre todo en nuestro tiempo, sino la supeditación de éstos a
una correcta línea revolucionaria, a una convicción arraigada y clara de la
necesidad de tomar las armas como el medio más eficaz de llevar a cabo la
liberación de nuestro pueblo. Si existe la clara idea de la necesidad y posibilidad
de la lucha revolucionaria, las necesidades materiales y técnicas se aprecian
en su real dimensión y el revolucionario se aboca a satisfacerlas, sabiendo que
estos pequeños satisfactores son parte indispensable en la guerra a muerte que
se apresta a llevar a cabo.
En sí, puedo decir
que el ejemplo más claro de la justeza de estas apreciaciones es nuestra
estancia en esta casa. No teníamos a nuestra llegada a la Ciudad de México un
aparato que nos asimilara y nos diera protección, sin embargo, como se vio
desde el inicio de nuestra lucha, contábamos con lo más importante, el elemento
humano. El elemento conciente del pueblo que sacrificaba quizás parte de su
salario para que nosotros pudiéramos avanzar en nuestra lucha; el compañero
que, sin importarle el peligro y sacrificio que para él representaba su fe en
la lucha, lo llevó a pasar por alto estas cuestiones, dándonos casa, comida y
en muchas ocasiones su colaboración directa en nuestras acciones. Pienso que
esto es lo que va creando la organización revolucionaria del pueblo.
No obstante, el
número de personas que nos encontrábamos en la casa antes mencionada,
constituía un peligro al no haber justificación legal de nuestra estancia en
ella. Por otro lado, durante toda nuestra estancia en la Ciudad de México, no
dejamos de ser una carga para la situación del compañero, pese a su disposición
y abnegación. Así, por un lado la necesidad de dispersión del grupo para evitar
nuestra ubicación y por otro, la imposibilidad de seguir dependiendo de aquella
familia, hace que decidamos separamos.
Un grupo en el que
iba el profesor Gámiz, se trasladó a la ciudad de Zacatecas; otro se quedó en
la Ciudad de México, y yo, me trasladé a la ciudad de Chihuahua. Hice contacto
con el doctor Pablo Gómez, discutimos algunos de los problemas por los que
pasaba el grupo: Como conclusión, él me hizo ver que estos problemas iban a
disminuir pues él y otros compañeros estaban a punto de trasladarse a la Ciudad
de México con el fin de integrarse definitivamente al grupo armado.
Así pues, decidí
trasladarme a la Ciudad de México. Al llegar, no obstante que yo estaba
informado de la llegada del doctor Pablo Gómez y demás compañeros, el profesor
Gámiz me expone la necesidad de planear una expropiación. Se estuvieron
checando varios establecimientos comerciales sin que pudiéramos llegar a la
acción, pues se nos presentaban dificultades que podían entorpecer la maniobra,
tales como la carencia de vehículos para la retirada luego de haber efectuado
la acción. En eso llegaron el doctor Pablo Gómez y los demás compañeros cosa
que, efectivamente, sacó un tanto a nuestro grupo de la situación difícil que
afrontábamos.
11.-
LAS DIFICULTADES DE UN ENTRENAMIENTO POLÍTICO Y MILITAR. PERSPECTIVAS,
PLANIFICACIÓN DEL ASALTO AL CUARTEL DE CIUDAD MADERA
Una ocasión, el
doctor Pablo Gómez me dijo que íbamos a tratar de hacer contacto con un ex
militar de nombre Lorenzo Cárdenas Barajas, cuya vil y cobarde traición
significaría más adelante la muerte de muchos y muy valiosos cuadros
revolucionarios. El contacto se hizo, y fue así como este individuo se integró
a nuestro grupo.
Por estas fechas
pudimos rentar un local. En este local se fundó, se puede decir, una
verdadera escuela de cuadros, ya que, aún cuando el entrenamiento había sido
constante, fue hasta entonces cuando tuvo mayor planificación y más eficacia.
Se organizaron los cursos políticos a cargo del profesor Gámiz y con Lorenzo
Cárdenas, el entrenamiento militar mejoró en apariencia. La táctica militar,
elemento de una guerrilla nos fue dada en aquel entonces. Aprendimos cómo leer
un mapa, cómo levantar un plano topográfico, cómo realizar una emboscada, etc.
El entrenamiento físico jugó un papel muy importante para los compañeros nuevos
en el grupo, pues para ellos una caminata o una práctica de tiro eran
situaciones completamente nuevas. Para nosotros, el grupo inicial, una caminata
de ese tipo después de nuestra estancia en la sierra de Chihuahua con el
enemigo pisándonos los talones, era realmente un paseo.
Aún cuando el
entrenamiento permite ir seleccionando cuadros, no constituía ni el cincuenta
por ciento de lo que realmente es la vida del guerrillero rural. Las
condiciones psicológicas dadas en el entrenamiento no pueden ser las mismas que
en la estancia con el grupo armando en la sierra. El simple hecho de saber que
no hay enemigos que nos persiguen, que después de cada práctica hay
posibilidades de descansar, condiciona otra situación psicológica, inclusive un
tanto romántica en el militante. Es la situación objetiva que se vive en la
lucha, lo que en definitiva forma al militante y lo hace capaz de realizar las
mayores muestras de heroísmo y sacrificio. Es la lucha, combate tras combate,
ayuno tras ayuno, fatigas, triunfos, derrotas, alegrías y tristezas derivadas de
esta situación lo que indudablemente templa la voluntad del revolucionario. No
obstante, el entrenamiento es un factor que sí puede dar una ayuda a la
formación de cuadros. Es así como en el transcurso de un año se fueron
mostrando los mejores elementos.
Se empezó a ver
con recelo la actitud de aquel militar, cuyo entrenamiento no era de lo más
completo; esto motivó que se le fuera marginando poco a poco. En el mando de la
guerrilla (Arturo Gámiz, comandante en jefe, Pablo Gómez, jefe ideológico
político y como jefe de operaciones Salomón Gaytán), empezaron a ver la
posibilidad del regreso ( agosto de 1965), así como lo concerniente al ataque al cuartel de
Ciudad Madera. Empezaron a hacer los preparativos, entre otras cosas un croquis
de Ciudad Madera. Este croquis después sería robado por el ex militar, con lo
que definitivamente se reafirmó la sospecha que se le tenía.
Emprendimos el
viaje en grupos hacia la ciudad de Chihuahua. Salvador Gaytán, que se había
integrado al grupo en la Ciudad de México, después de haber hecho algunas
acciones en la sierra de Chihuahua contra el ejército, fue comisionado junto
con Juan Antonio para que se internaran en la sierra y bajaran las armas que
allá se habían dejado. Por otro lado, el doctor Gómez, Arturo Gámiz, Salomón y
Antonio, al llegar a Monterrey secuestraron a un taxista con todo y su
vehículo, ya que no podían llegar a Chihuahua por ningún otro medio de
transporte por estar plenamente identificados.
El grueso del
grupo, con quien yo iba, llegó a la ciudad de Chihuahua. Establecimos contacto
con gente de la red que nos proporcionó un local. Después de nosotros llegaron
el profesor Gámiz y los otros compañeros, llevando con ellos al taxista, para
quien la red urbana había destinado otro local, donde le retendría mientras
nosotros llegábamos a la sierra.
Nuestra estancia
en la ciudad fue breve; con el equipo que llevábamos y algunos otros objetos
indispensables que nos proporcionó la red, emprendimos el viaje hacia Ciudad Madera. Para esto la gente
se organizó en tres grupos, quedando el primero constituido por compañeros de
reciente ingreso al grupo, cuya misión era llegar hasta Ciudad Madera, recabar
toda información posible y hacer contacto con los otros grupos en las cercanías
de la población. Entre otras cosas, había que averiguar el número aproximado de
soldados acuartelados en el lugar, el funcionamiento interno del cuartel, las
rondas de vigilancia, etcétera. El segundo grupo, donde iba el profesor Gámiz y
el resto del mando de la guerrilla se dirigió hacia la sierra, llevando todavía
el taxi en que habían llegado de Monterrey. Al llegar a cierto punto, ya casi
en la sierra, abandonaron el automóvil y continuaron a pie.
El tercer grupo,
en el que yo me encontraba, también emprendió la marcha. Íbamos repartidos en
dos automóviles y debíamos hacer contacto con el segundo grupo en una zona
tarahumara. Llevamos los automóviles hasta donde fue posible, o sea hasta donde
éstos pudieron llegar por brechas. De allí en adelante continuamos a pie.
Al llegar a la
región empezamos a preguntar por el profesor Quiñónez, quien prestaba sus
servicios de maestro y que había aceptado integrarse al grupo guerrillero. Era
lógico suponer que sería conocido en la región, sin embargo, a cada tarahumara
que se le preguntaba, sólo meneaba la cabeza negativamente sin articular
palabra alguna; mostraban absoluto silencio o apariencia de que no sabían de
quién se les
hablaba. Por fin dimos con un tarahumara que ya estaba enterado de nuestra
llegada y nos guió hasta Ariciachic donde se encontraba nuestro compañero. Este
caso señala por sí mismo cuál era la actitud de los tarahumaras para con el
grupo; ellos sabían de la existencia de los compañeros en su comunidad, pero en
un afán de protección, se negaban a informarnos sobre su ubicación. El trabajo
realizado por el profesor Quiñónez no había sido en vano. También los
tarahumaras comprendían el carácter clasista de la explotación de que eran
víctimas y estaban dispuestos a participar en la lucha, colaborando con el
grupo, conscientes de que era la única forma de quitarse el yugo de los
chabochis (hombre blanco).
En el poco tiempo
que estuvimos en esta comunidad se realizó una pequeña labor social. El Doctor
Gómez estuvo atendiendo algunas enfermedades infecciosas que padecían los
tarahumaras. Esta pequeña labor reforzaba el apoyo y la confianza que nos
brindaban en aquella región.
Llegado el momento
de partir aligeramos la carga, desechando objetos que pensábamos no eran de
mucha importancia. Así iniciamos la marcha rumbo a Ciudad Madera. Fueron días y
noches de cansadas caminatas, pero se notaba una moral y abnegación tales que
hacían resaltar la firmeza de aquella gente. Dado que el tiempo apremiaba (el
plan original era llevar a cabo ataque el día 15 de septiembre), se decidió
buscar un camino maderero para agenciarnos un medio de transporte; tendimos un
cerco en el camino y le salimos al primer camión que pasó. Nos sorprendimos al
ver que en él viajaban mujeres y niños, por lo que se decidió dejarlos
continuar, teniendo que pasar ante esa gente como un grupo represivo que andaba
en busca de armas.
En la segunda
ocasión no tuvimos problemas, pues el chofer iba solo y sencillamente se le
explicó que no le sucedería nada; que íbamos a utilizar su camión, pero que
pronto lo dejaríamos en libertad. Durante toda la noche continuamos la marcha
llegando al amanecer a las cercanías de Ciudad Madera. Inmediatamente se trató
de hacer contacto con el primer grupo y con Salvador y Antonio, no pudiendo
lograrlo en ninguno de los dos casos.
Durante nuestra
estancia en el lugar, se hizo el croquis del cuartel y se repasó detenidamente
el plan de ataque. El doctor Gómez, viendo que no habíamos hecho contacto con
el grupo de exploración, ni con Salvador Gaytán, y tomando en cuenta que los
informes que habíamos recibido, respecto a que se habían estado concentrando
tropas en la región y que había más de cien soldados en el cuartel, habló con
el profesor Arturo haciéndole ver que tal vez sería más conveniente realizar la
acción en otro lugar en donde nuestras fuerzas no tuvieran tanta desventaja, a
lo que el profesor contestó que no, “El asalto se va a llevar a cobo -dijo- si
ganamos que bueno, si perdemos ni modo pero tenemos que dar un golpe
espectacular, que despierte conciencias, que los chihuahuenses todos los
mexicanos sepan lo que está sucediendo aquí en Chihuahua. Así pues, levantamos
el campamento la madrugada del 23 de septiembre, enfilando hacia la ciudad.
Tratamos de cortar
las comunicaciones destruyendo cables telegráficos y telefónicos, pero no nos
fue posible, debido a que no llevábamos el equipo necesario. Además el tiempo
se venía encima. Continuamos la marcha y ya en las cercanías del cuartel nos
dividimos en tres grupos. El asalto se programó de la siguiente manera: hacia
el norte (en la casa redonda) el grupo formado por Oscar Sandoval, Rafael
Martínez Valdivia, Guadalupe Scobell y yo. Hacia el sur: (por la entrada a la
ciudad viniendo de Cd, Cuauhtémoc) el Dr. Pablo Gómez, Emilio Gámiz, Antonio Scobell
y Miguel Quiñones. Hacia el este (en el terraplén de las vías del ferrocarril)
Arturo Gamiz, Salomón Gaytán y Ramón Mendoza. Hacia el suroeste (en la casa
Pacheco) Francisco Ornelas. En algún lugar, para mi desconocido, José Juan
Fernández cuidando el camión maderero, en el que se suponía, en caso de
triunfo, partiríamos a la región donde había operado el Grupo Popular
Guerrillero.
El profesor Valdivia
y yo, teníamos la consigna de someter al velador de la Casa Redonda (taller de
ferrocarril), sin embargo, éste no se encontraba, lo cual nos pareció sospechoso.
Cruzamos el taller y nos dirigimos a una barda que era nuestra posición en el
semicírculo que le tendimos al cuartel; al llegar a ésta, vimos fogatas y
postas. Conforme a la vida rutinaria del cuartel, no tenían por qué estar allí.
Permanecimos en nuestras posiciones esperando la señal de ataque que consistía,
dada nuestra supuesta ventaja por el factor sorpresa, en el primer disparo. En
esos momentos los soldados marcaron un “alto ahí”, y la respuesta de los
compañeros fue una andanada de balas, seguidas de los disparos que hicimos
nosotros, generalizándose en breves instantes un encarnizado combate.
Disparábamos a siluetas y ventanas que veíamos con la poca luz de las fogatas.
Una máquina del
ferrocarril, que misteriosamente se encontraba estacionada cerca del cuartel,
estando en ella su tripulación, encendió la luz enfocando en forma completa la
primera línea de fuego (Arturo Gámiz, Salomón Gaytán, Ramón Mendoza) que se encontraban
parapetados en el terraplén de la vía, quedando así a merced de los disparos
del enemigo. Nosotros seguíamos disparando, cuando en esos momentos se oyó la
voz de retirada, que consistía en la palabra “águila” y sólo podía ser dada por
el mando de la guerrilla.
Al oír la voz de
retirada, se lo hice saber a los demás compañeros que se encontraban cerca, y
que eran el profesor Valdivia, Lupito, Scobell y Oscar Sandoval. Sin
embargo, dada la intensidad del fuego, los compañeros no la oyeron diciéndome
que tal vez se trataba de un grito de agonía de algún soldado. Yo había oído muy
claramente la voz de retirada; no obstante, mi obligación era quedarme,
mientras los demás compañeros no se retiraran. Mientras tanto el combate
continuaba.
En un momento en
que nos cubrimos para cargar nuestras armas, el enemigo, en una acción suicida,
se lanzó al asalto de nuestra posición de tiro que, repito, consistía en el
atrincheramiento detrás de una barda. En ese momento escuché más disparos, pero
estos provenían del lado contrario, es decir, a nuestras espaldas. El primero
en caer fue el compañero Oscar Sandoval. Rafael Martínez trataba de encender la
mecha de una granada, para lanzarla a los soldados que habían llegado del
cuartel a la barda pero en ese momento fue alcanzado por las balas de los
soldados que nos estaban cercando; “ya me dieron compañero Lugo” –me dijo-
y cayó mortalmente herido. En ese mismo
instante, a la altura de la cintura sentí el impacto de una bala que, por
suerte, pegó en el cargador de la carabina 30-06 que yo portaba. La bala y
esquirlas del cargador penetraron en mi cuerpo, pero me sobrepuse al golpe y
pude continuar de pie.
12.- CULMINA LA ACCIÓN. RETIRADA
Yo me cubrí en un
poste de telégrafos, mientras que Lupito lo hacía en una saliente de la barda.
Le hablé haciéndole saber lo absurdo de nuestra permanencia en el lugar, pues
era obvia la derrota, a lo que me contestó con una firmeza y coraje dignos de
admiración, pero con una visión poco clara de la situación en el momento:
“¡aquí nos lleva la chingada, pero no abandonaremos el combate!” Ante esta respuesta,
le hice saber mi decisión de tratar de romper el cerco. Luego hice unos
disparos a los soldados, haciéndolos protegerse momentáneamente y, aprovechando
este momento, corrí hacia una barda que se encontraba al otro lado de la calle.
Luego de llegar a ésta, traté de proteger la salida de Lupito, que ya no se
encontraba en el lugar. Me imaginé que corrió al mismo tiempo que yo, en la
misma dirección, pero ubicándose en un sitio distante del lugar en el que yo me
encontraba. Continué la retirada hacia el primer punto de contacto (primero de
tres, que previamente habíamos establecido, por si fallaba la acción).
Creo conveniente
hacer una serie de observaciones, ante la profunda convicción de que caímos en
una celada por haber sido delatados nuestros planes, por el ex militar Lorenzo
Cárdenas Barajas.
a)
El
velador de la Casa Redonda no se encontraba en su puesto de trabajo.
b)
La
existencia de fogatas y postas fuera del cuartel.
c)
La
máquina estacionada cerca del cuartel y la permanencia en ella de su tripulación.
d)
El
emplazamiento de ametralladoras de grueso calibre hacia la parte sur.
e)
La
acción suicida de los soldados cuando se lanzaron a la toma de nuestra
posición, demuestra un conocimiento preciso de nuestra debilidad en armamento y
elementos humanos, dado que no son éstas las características que distinguen la
moral y el comportamiento del soldado del ejército opresor.
El hecho de que,
en un momento nos encontráramos a dos fuegos, señala que la línea en que se
encontraba el profesor Gámiz fue abatida inmediatamente, habiendo sido ubicada
por la luz de la locomotora. A esto, creo se debe la prontitud de la voz de
retirada. Al parecer, cuando Salomón se disponía a lanzar una granada fueron
enfocados por la luz de la locomotora al mismo tiempo que el enemigo los
acribillaba. No pudo lanzarla y explotó en sus manos, alcanzando al profesor
Gámiz, que se encontraba cerca de él (esto es deducción mía, basándome en el
testimonio de algunas personas que vieron el cadáver de Salomón destrozado, y
por la fotografía que apareció en los diarios en donde se ven quemaduras en el
rostro del profesor Gámiz).
Sin embargo, estas
deducciones, con el tiempo podrán ser comprobadas o desechadas, ya que existe
un sobreviviente de ésta posición. Será posible entonces que el testimonio de éste
compañero (Ramón Mendoza) nos dé una visión más completa y precisa de cómo se
desarrollaron los acontecimientos en su línea de fuego.
Luego de haber
llegado al primer punto de contacto, me detuve unos momentos. Al ver que nadie
llegaba reanudé la marcha. Posteriormente, cuando caminaba entre un maizal,
escuché ruidos de motores, me agazapé y vi que pasaban varios vehículos
militares que, según imaginé y comprobé después, iban en persecución de los
sobrevivientes.
El rumbo que yo
llevaba era hacia las zonas en donde había operado el grupo y que se encuentran
en el corazón de la Sierra Madre Occidental, pero me desvié hacia el norte
pensando que era necesario reponerme de la herida y que esto no sería posible
en nuestra zona de operaciones, pues de seguro encontraría allí el ejército
represor.
Así, habiendo
cambiado el rumbo caminé y caminé en plena sierra, consciente de lo que aquella
acción significaba por la pérdida de tan valiosos cuadros de la revolución.
Físicamente mal y
moralmente peor, caminé durante varios días guiándome únicamente por la salida sol.
Dada la inmensidad de la sierra y mi desconocimiento total de ésta zona, llegué
a la conclusión de que tenía que hacer contacto con algún campesino; esto desde
luego era muy riesgoso, pues podía encontrarme con alguien que, lejos de
orientarme, me delatara. Sin embargo, mi condición física era lamentable por
haber perdido mucha sangre, por no comer ni dormir. Perderme en la sierra en éstas
condiciones equivalía a caer en las manos del enemigo, por lo tanto, valía la
pena correr el riesgo y decidí hacer el contacto. Seguí caminando, hubo
momentos que despertaba sin saber si me había dormido o me había desmayado a
consecuencia de las condiciones físicas en que me encontraba. Por fin oí que
ladraban perros, por lo que deduje que me encontraba cerca de un rancho. Me
guié por los ladridos y caminé hasta llegar cerca de una ranchería que, después
supe, era El Presón del Toro. De pronto me vi frente a un chamaco de unos 14 o
15 años, que salió corriendo al verme casi descalzo, la barba crecida,
demacrado, las ropas rotas y sucias y con el rifle en la mano. Era un aspecto
que no me favorecía mucho.
En unos arbustos
escondí el arma y me senté esperando a que pasara algún campesino. Por fin vi a
uno que se dirigía a la ranchería y que afortunadamente pasaría cerca de mí.
Luego que ya estuvo a una distancia considerable le hablé. Un tanto sorprendido
me preguntaba que a quién buscaba, que qué quería. Por fin se acercó hasta
donde yo estaba (después me contó que al ver parte de mi arma, pues ésta no
estaba bien oculta, pensó de inmediato que yo era un sobreviviente del asalto
al cuartel, pues la noticia había llegado a todos los rincones del estado). Fue
por esto que se acercó, pensando que yo necesitaba ayuda.
Inmediatamente le
hablé de la necesidad de que me orientara y puesto que era imposible ocultar mi
procedencia le dije que venía de Ciudad Madera. Noté en su cara un gesto de
comprensión y a la vez de alegría; emocionado me dijo que me iba a prestar toda
la ayuda necesaria. En esos momentos, a una distancia considerable, cabalgaba
un grupo de unos ocho vaqueros. El
campesino que se encontraba conmigo comenzó a gritarles llamándolos hacia el
lugar en donde nos encontrábamos; en estos momentos me sentí perdido, pues
pensé que entre tantos podía haber alguno que me delatara. Cuando llegaron, el
campesino les habló de mi situación y les preguntó que si estaban dispuestos a
colaborar. Casi al mismo tiempo contestaron todos que sí, sacando de sus
alforjas botellas de leche y comida demostrando así su deseo de ayudarme.
Mientras comía, estuvimos platicando; ellos me hacían preguntas respecto de los
sucesos en Ciudad Madera, a la vez me comentaban las noticias de los
periódicos. Más tarde se despidieron de mí, comprometiéndose a darme toda la
ayuda necesaria. El campesino que estaba conmigo, me dijo que fuéramos a su casa para que comiera comida caliente y me proporcionara ropa
limpia. Le pregunté a dónde podría esconder el arma, él me contestó que no era
necesario, que podía llevarla conmigo y así, en pleno día y con el arma en la
mano, entré en aquella ranchería.
Llegamos hasta la
casa del campesino. Se encontraban su esposa, que por cierto estaba embarazada,
y su padre, un señor ya grande de edad. El campesino, después de presentarme y
darle algunas instrucciones a su esposa para que preparara alimentos y me diera
ropa limpia, se despidió de mí, diciéndome que iba a buscar medicinas y a
alguna persona que pudiera curarme.
Yo me quedé
platicando con su padre y me sorprendió bastante que estas personas apoyaran a
nuestra lucha (tomando en cuenta que en esta zona no se había hecho trabajo
político). Este apoyo se debía, como me decía aquel hombre, a lo difícil que
era la vida, pues sólo se trabajaba para pagar impuestos altísimos al gobierno.
El señor se despidió de mí después de un buen rato de platicar, diciéndome que
tenía que ir a desempeñar algunas tareas propias del campo.
Al quedarme solo
en la casa, noté que la esposa del campesino estaba nerviosa, por lo que opté
por explicarle el motivo de nuestra lucha. Entre otras cosas, le dije que no
tuviera desconfianza, que si me veía en aquellas condiciones y armado, era por
la necesidad de luchar contra el mal gobierno que nos oprimía y explotaba y que
la lucha era a favor de nuestro pueblo, de nuestros hijos.
Después de esta
sencilla explicación vi más calmada a la señora. Poco después llegó el campesino acompañado de otro que tenía
ciertos conocimientos de primeros auxilios. Me comunicaron que para mi
seguridad me trasladarían a una cabaña que se encontraba en las afueras de la
ranchería, y así lo hicimos. Luego de instalarme en la cabaña me curaron la
herida, platicamos un rato y luego se despidieron prometiéndome llegar al día
siguiente. Al otro día regresaron, me curaron otra vez y me contaron que habían
ido a un poblado cercano en donde se encontraba Rito Caldera Zamudio, jefe de
“acordada” (policía rural), a quienes habíamos desarmado en el pueblo de
Dolores. Le preguntaron qué haría en caso de encontrarse con algunos de los
sobrevivientes del asalto al cuartel, a lo que él contestó que precisamente lo
habían mandado a aquella región en busca de los fugitivos, pero que él no haría
nada, que prefería, en caso de encontrarse con alguno de ellos, hacerse el desentendido
y dejarlo escapar, pues, “cuando me desarmaron, me trataron muy bien; son
buenos muchachos”.
En este lugar
permanecí dos días. Cuando les hice ver a los campesinos la necesidad de
reanudar la marcha, me dijeron que me quedara allí hasta que me repusiera
totalmente. Les expliqué que por medidas de seguridad, y esto era un acuerdo
del grupo guerrillero, no podía permanecer más de dos días en un mismo lugar.
Noté que los campesinos se entristecieron, pues en aquellos dos días habían
comprendido cabalmente la necesidad de la lucha y querían verme completamente
restablecido. Luego de convencerse de que era necesario que yo continuara
adelante me proporcionaron algún dinero, así como alimentos y dijeron
firmemente que apoyarían nuestra lucha y colaborarían en todo lo que fuera
necesario.
Caminé dos o tres
días hasta llegar a una población llamada Ignacio Zaragoza en donde habitaba gente que había participado
en movimiento agrario y por lo tanto eran simpatizantes de nuestro movimiento. Después
de partir de éste lugar hacia una
comunidad llamada los pinos, fue cuando me alcanzó Salvador Gaytán. Estuvimos
analizando los sucesos de Ciudad Madera y
me invitó a que regresáramos para continuar la lucha. Yo le respondí que no me
era posible, dadas las condiciones físicas en que me encontraba, que además era
necesario ir a la ciudad de Chihuahua para informarnos de cómo andaba la
situación entre la gente de la red urbana, qué repercusiones había tenido
nuestra acción armada y más que nada, saber con qué se contaba para poder
continuar nuestra actividad revolucionaria, y que después de esto estaría yo en
la mejor disposición para subir a la sierra a continuar la lucha.
Nos despedimos, y
yo continué la marcha recordando a los compañeros que habían perdido la vida en
aquella acción. Llegaban hasta mi memoria pasajes de lo que fue nuestro GRUPO
POPULAR GUERRILLERO, plenamente convencido de que tenía que continuar
luchando...
¡HASTA VENCER O
MORIR!
Cárcel de
Lecumberri, México, D.F. a 16 de mayo de 1973.
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